JUAN MARÍA SEGURA

¡Siga, siga!

Por Juan María Segura


Marcia nos recibió con una sonrisa, mientras nos invitaba a ingresar a su reluciente e impecable escuela. Su sonrisa armonizaba con un piso que devolvía los rayos de sol de un diciembre caluroso, y con unas paredes sin las cicatrices que suelen mostrar las escuelas al final de un año escolar. La escuela Ana Mafalda, ubicada en las afueras de San Pablo, en el municipio de Taboão da Serra, es una institución de educación primaria municipal que se encuentra enclavada en una geografía edilicia sumamente carenciada, típica de un barrio económicamente comprometido y socialmente vulnerable. Los más de 300 alumnos que asisten diariamente en busca de un futuro, a pesar de provenir de esas casas y entorno, encuentran en su escuela la oportunidad de soñar y abrazar un futuro esperanzador.

La historia y trayectoria de la escuela Ana Mafalda no es rectilínea. Su suerte no estaba echada, aún cuando obtenía los peores resultados de su municipio en las pruebas del Índice de Desarrollo de la Educación Básica (IDEB). El IDEB es un índice de medición de aprendizaje diseñado e implementado en Brasil como parte de una estrategia nacional de acortar la brecha de aprendizaje que separa el logro de sus alumnos de aquellos de los mejores sistemas del mundo. El Ministerio de Educación local estableció como meta para el año 2021 que el IDEB nacional sea de 6 puntos (en una escala de 1 a 10), que es el nivel de conocimiento que demostraron los países de la OCDE en las pruebas PISA de 2003. En el 2009, el IDEB de los primeros años de la enseñanza básica fue de 4.6, y unos años más tarde, cuando Marcia asumió como directora de la Ana Mafalda, se encontró con resultados cercanos a los 4 puntos. En las últimas pruebas, la escuela obtuvo una medición de 6.3 puntos, muy por encima del objetivo fijado, que era de 5.5 puntos.

¿Cómo pasó la Ana Mafalda de 4 a 6.3 puntos en tan solo 5 años? Fácil: con gestión e innovación.

Al momento de asumir como directora, Marcia se convenció de que debía regenerar un proyecto institucional común, y que para ello debía encolumnar a docentes y padres detrás de un objetivo claro, comprensible, transparente, gestionable y desafiante. Y, contra la mirada desconfiada de unos y descreída de otros, se lanzó a caminar el nuevo recorrido institucional, valiéndose de todos los beneficios de la buena administración: planificación, objetivos compartidos, procesos, metas intermedias, información abundante para la gestión. Por supuesto que no lo expresa de esta manera, pero se valió de todos y cada uno de estos elementos. Y así logró cambiar no solo la cultura de trabajo y el lenguaje de docentes, directivos y ordenanzas, sino el sentido de pertenencia de todos ellos. Ahora sí daba gusto estar allí y ‘ser’ la nueva escuela. Ese orgulloso sentido de apropiación de la institución, ese brillo tan particular, irradiaba en cada apretón de manos, saludo y gesto.

De lo otro que Marcia también se convenció fue de que debía innovar para provocar un salto significativo en los aprendizajes que acompañe al nuevo proceso de gestión institucional. Y para ello decidió adoptar en todos los grados y cursos en forma simultánea la metodología pedagógica Mind Lab, un abordaje de estrategia de juegos que, a partir de dinámicas lúdicas, favorecer el desarrollo de capacidades socioemocionales, cognitivas y éticas en los alumnos. Y logró lo que los gritos y retos no habían logrado antes: restituir el respeto y las normas de convivencia. Progresivamente, ese cambio en la dinámica de interacción entre pares y con los adultos fue modificando las normas de convivencia dentro del aula, generando alumnos más reflexivos y metódicos, ambientes más favorables para el aprendizaje y logros más visibles y estimulantes.

Mi visita a la Ana Mafalda coincidió con el momento en el cual la OCDE decidió excluir a nuestro país del ranking PISA, por…. ¡poco serios! Que contraste tan trágico. Por un lado, ella sola, rodeada de problemas y carencias, con una escuela de la que nadie esperaba nada, transformada en solo 5 años en un proyecto del que los alumnos ahora se abrazan con esperanza, y por el que trabajan cada día. Y, por el otro lado, un país que, a pesar de haber inundado al sistema educativo de computadoras, normativas laxas, años de escolaridad obligatoria y recursos económico-financieros sin precedentes, no para de caer y medir mal, desdibujando ese futuro del que niños y niñas querrían abrazar, pero no pueden, no los dejamos.

Siempre recuerdo a un árbitro de fútbol que, para favorecer el espectáculo deportivo que un partido ofrecía, tenía una curiosa manera de flexibilizar el reglamento en pleno partido, indicando a los jugadores ‘¡siga, siga!’, mientras acompañaba la jugada con los brazos en alto. Seguramente eso pensaron las autoridades del Ministerio de Educación del gobierno anterior cuando, debiendo reportar resultados a la OCDE de unas 13 mil escuelas para participar del operativo de las pruebas PISA, decidieron enviar unas 3 mil escuelas menos. Es más o menos lo mismo, deben haber pensado. ¡Siga, siga!

Marcia y la Ana Mafalda nos dan un ejemplo contundente de que, en educación, los problemas se deben enfrentar y se pueden resolver, aún en situaciones de extrema vulnerabilidad social, aún en contextos en donde los recursos escasean. Hablar de los problemas de una manera tortuosa y poco clara, no los soluciona, sino que los agranda. Hacer ello, o directamente negarlos, o, peor aún, romper los instrumentos de medición de esos mismos problemas, no es impericia sino irresponsabilidad.

Ese sol reflejado en el brillo del piso de un patio escolar Paulista, una mañana de diciembre, nos transmite un mensaje sencillo y poderoso: con gestión e innovación, las escuelas pueden revertir su trayecto institucional en cualquier contexto. Y, en esos entornos recuperados, los logros de aprendizajes de calidad finalmente llegan de una manera natural. ¿Aprovecharemos el papelón de PISA y la lección de Marcía para finalmente hacer aquello que debemos?