JUAN MARÍA SEGURA

¿Existe una agenda para la educación superior?

Por Juan María Segura


Le digo un nombre, y usted me cuenta qué es lo primero que le viene a la cabeza: Pablo Domenichini. No mucho, ¿no es cierto? Pues no hay mucho para decir, ni siquiera buscando información en internet. Sin embargo, Pablo es la persona que, desde el 01 de noviembre de 2018, está a la cabeza de la Secretaría de Políticas Universitarias (SPU) de nuestra querida Nación. Funcionario joven de Cambiemos, radical militante de la centenaria Federación Universitaria Argentina, ocupa actualmente un sillón en el Palacio Sarmiento desde donde supuestamente se piensa el sistema universitario argentino. ¿Qué tal?

La SPU no es una agencia cualquiera, sino una oficina extremadamente estratégica para el país, pues establece la forma en la cual las universidades se organizan, financian e interactúan entre ellas y con el mundo laboral. Es una dependencia del Estadio Nacional que vela por la calidad, integridad y relevancia de la oferta educativa del segmento de la educación superior. Sin violar principios de autonomía, autarquía y otros equivalentes consagrados en la ley de educación superior 24.521, la SPU es un actor que interviene, regula, direcciona, diagrama y condiciona el buen funcionamiento de las universidades. 

Según la propia web del Ministerio de Educación de la Nación, son funciones de la SPU las siguientes: distribuir el presupuesto nacional destinado a las instituciones universitarias estatales, otorgar becas, articular el nivel secundario y el terciario no universitario, fomentar la planificación regional de la educación superior, coordinar actividades de investigación, de desarrollo tecnológico y de vinculación de las universidades con los sectores público y privado, promover el reconocimiento académico de tramos de formación para lograr flexibilidad curricular y movilidad estudiantil, fortalecer los procesos de autoevaluación universitaria, fomentar la extensión y el bienestar universitario a través de convocatorias y programas, y finalmente estimular el deporte universitario. Nada más… ¡y nada menos!

Nuestro país posee unas 130 casas de estudios universitarios (sumando universidades e institutos universitarios), distribuidas más o menos en mitades entre aquellas de gestión estatal de las de gestión privada. Los casi 2 millones de alumnos se distribuyen entre instituciones nuevas y centenarias, urbanas y lejanas, grande y chicas, prestigiosas y de las otras, científicas y humanitarias. Tenemos un universo institucional diverso y complejo que, si bien se ha movido bastante en los últimos años, aún carece de muchas cosas fundamentales. Faltan universidades en las provincias del sur, en donde solo existe 1 sola universidad estatal por provincia, mientras que en CABA hay 42. No tenemos buenas tasas de graduación, con solo 29 graduados cada 10.000 habitantes contra 62 en Colombia y 56 en Brasil. No tenemos suficientes graduados en las carreras de perfiles profesionales STEM (estadística, tecnología, ingeniería y matemáticas), mientras que abundan los graduados en ciencias sociales. La innovación, por su parte, aún no constituye un capítulo de trabajo en sí mismo, dicho por los mismos alumnos en una encuesta realizada en junio de 2018. Finalmente, y como no podía ser de otra manera, los rankings internacionales más serios y bibliométricos (Times Higher Educaction, Universidad Jiao Tong de Shangai, Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España), aquellos que resaltan la producción de conocimiento científico de las universidades, no capturan nada de lo que hace nuestro país, y poco de lo que hace la región.

Frente a este escenario, y desde los albores de un mundo de robotización y automatización de muchas de las tareas para las que hoy se gradúa a quienes completan una carrera universitaria, mal podría hacer un gobierno, este o cualquiera, al no poner atención en sus instrumentos de gobierno. La SPU es, tal vez, la agencia educativa más estratégica y relevante que el país posee de cara al mundo de la cuarta revolución industrial. Y resulta que está en manos de un joven políticamente leal, que apenas conoce de la militancia universitaria y no mucho más. Al menos, nadie puede contar mucho más.

El nombramiento de Domenichini a cargo de la citada Secretaría es un garabato más en una hoja desprolija y llena de manchas y dibujos inconexos, que poco alientan la esperanza de que el sistema esté siendo pensado y redefinido. Desde el fallido intento del exministro nacional, allá por diciembre de 2015, de poner a cargo de la SPU al productor del programa de televisión Animales Sueltos, hasta el nombramiento de quien luego pechó (y consiguió) por un lugar en la Cámara baja del Congreso de la Nación, todo hace suponer que el sistema universitario carece rotundamente de agenda y de rumbo. Hay instituciones, alumnos, profesores, partidas presupuestarias, normativas y agencias de control, pero no hay agenda. Análisis sistémico, pensamiento estratégico, metas y métricas comparativas que obren como mascarón de proa de un conjunto de actores y esfuerzos que se retroalimenten entre ellos y de otros esfuerzos del Estado y del sector privado, de eso, nada.

La universidad estuvo completamente ausente en la Declaración de Purmamarca en febrero de 2016, en donde se marcaron 13 ejes educativos estratégicos para el país, y la palabra universidad no estuvo siquiera mencionada. Tampoco estas instituciones tuvieron un protagonismo si quiera secundario en el documento que obró como plan estratégico educativo, Argentina Enseña y Aprende de agosto de 2016. Las resoluciones del Consejo Federal de Educación, con la excepción de la creación del Sistema Nacional de Reconocimiento de Trayectos Formativos, de noviembre de 2016, casi ni tratan temas universitarios. Analizado en perspectiva, y muy a mi pesar, me pregunto si la elección del joven radical es un error grosero o una demostración de consistencia.

En el año del centenario de la reforma, tener esta duda me llena de dudas. Como sociedad, enfrentamos un mundo tecnológico e incierto sin muchas herramientas, con una formación desactualizada y sin instituciones modernas, dinámicas y adaptables. Pero, lo que es peor, es que carecemos de funcionarios que estén a la altura del desafío, que tengan el coraje, la creatividad y la determinación suficiente para impulsar verdaderas transformaciones.

La SPU es una agencia que debería marcar la cancha en el debate educativo-productivo-científico del país, pues tiene todos los elementos para impulsar una verdadera agenda de transformación en el sistema universitario. Lamentablemente, mientras la misma esté habitada por funcionarios inexpertos que, como en tantos otros cargos, desean utilizar esa transitoria responsabilidad como un trampolín hacia un nuevo cargo político, la agenda de reforma universitaria se hará esperar, y mis dudas demorarán aún más en evacuarse.

Querría escribir algo diferente, pero no puedo. Podría callar, pero no debo. El país necesita una agenda universitaria desafiante, movilizante y transformadora, con estos funcionarios o c0n los que hagan falta. Debemos reclamarla como sociedad.