JUAN MARÍA SEGURA

¿Por qué un libro?

Por Juan María Segura

(extracto del libro "Yo qué sé (#YQS), la educación Argentina en la encrucijada")


Si Immanuel Kant escribió su primer libro a la edad de 57 años, sin vergüenza ni pudor aunque con los titubeos propios del redactor principiante, a la edad de 47 años he decidido emprender por primera vez la tarea de embarcarme en un nuevo y desafiante proyecto de final incierto: escribir un libro, este libro.

El libro es una institución de largo arraigo en nuestra cultura, aun en los tiempos de la lectura hipertextual y del lenguaje del chat y de internet. El mundo occidental debe, en buena medida, parte de su progreso a esta maravillosa herramienta llamada libro, depositaria de historias, poemas, ciencias, manifiestos, enseñanzas y pasatiempos, y que a lo largo de los siglos ha permitido un diálogo intergeneracional y transcultural. Desde los poemas homéricos la Ilíada y la Odisea, escritos en algún momento del siglo VIII a. C. y considerados los poemas accidentales más antiguos, hasta L'Encyclopédie celosamente supervisada por Diderot durante el ojo de la tormenta del iluminismo francés y europeo, pasando por la profusa producción literaria, política y científica de la ciudad Estado de Atenas iniciada en el siglo V a. C., que trasciende por mucho lo escrito por Platón y Aristóteles, el libro siempre ha mantenido viva la potencialidad de encerrar ideas, principios, llamados o personajes que conmuevan el espíritu del lector, que sensibilicen el corazón de quien se entrega al juego de dejarse llevar, aunque sea por un rato.

Escribir un libro permite que alguien, cualquiera, yo en este caso, pueda integrar experiencias, vivencias, ideas, reflexiones, miedos y esperanzas de algo que ya no desea guardar más para sí mismo. Integrar no significa apilar, sino armonizar, dar sentido, hacer de las piezas parte integral de algo más amplio, complejo y elaborado. Un buen plato de comida resulta de la correcta armonización de sus ingredientes, seleccionados cuidadosamente, administrados en su medida adecuada y con la cocción necesaria. De la misma manera, un libro permite hacer jugar sus “ingredientes” para lograr la sazón adecuada para el lector. Hay libros con mucho ingrediente de ciencia, al igual que hay comidas con mucho calcio, y también hay libros con mucho ingrediente de autoayuda, al igual que hay comidas fast-food. Y para todos, libros y comidas, hay públicos posibles, y está bien que así sea. Pero el libro, cualquiera sea su naturaleza “nutritiva”, es una combinación de ingredientes armonizados en busca de un paladar deseoso.

Pero escribir un libro no es un ejercicio que no posea límites, todo lo contrario. Por definición, el libro es un recorte arbitrario de la disciplina, arte o canon que se quiere transmitir, afectado por la calidad de escritura de su autor, y deformado por la mirada de cada uno de sus lectores. Pero es un recorte finito. La historia a contar, la anécdota a compartir, la tabla de datos a mostrar, la serie histórica a analizar, el personaje a vestir, el terreno a describir o crear, ocupa un lugar que podría haber sido ocupado por infinidad de fuentes, textos, personajes o reflexiones equivalentes, de condiciones y características similares. Por lo tanto, el libro fuerza al autor a realizar un cuidadoso recorte de aquello que se quiere mostrar y compartir, que debe justificar su elección en función de la argumentación que se desea plantear y de la conclusión a la que se desea arribar. Ese recorte, esa selección es tal vez el principal motivo que me ha hecho demorar tantos años el inicio de este proyecto. Y, nobleza obliga, lo emprendo aun con algunos conflictos de elección no resueltos, que espero se zanjen con el correr de las hojas.

Adicionalmente, el libro fuerza a tomar posición sobre algunas cuestiones. Al momento de iniciar esta aventura, aclaro que no hay nadie apuntándome con un revolver en la cabeza para que diga tal cosa, calle tal otra, o argumente en favor de tal o cual causa. Por lo tanto, soy consciente de que poseo toda la libertad que necesito para ser rudo si así lo dispongo, crítico si los argumentos me acompañan, laxo si no deseo generar enemistades innecesarias o conciliador si busco la aprobación de unos y de otros. A pesar de ello, al elegir un tópico, un título, un argumento y arriesgar una conclusión, lo haré para alimentar un debate, así que tomaré posición en forma clara y explícita aun sabiendo que ella, una vez presentada, me trascenderá. Es una linda oportunidad que ofrece la redacción de un libro y una elección que hago gustoso y con firmeza.

Por último, el libro, mi libro, ofrecerá al lector la posibilidad de dejar otros temas y preocupaciones de lado, al menos por un rato. El libro es un encuentro, pero también un escape. Un encuentro con las ideas y los personajes contenidos en sus líneas y argumentos, y por ello un encuentro con la aventura y la trama; y un escape de las demandas y exigencias cotidianas de todos los días. Escaparse a un libro no es evadir la realidad ni obviarla, sino solo darle un respiro al alma, al espíritu, al intelecto, al muchas veces descuidado ser interior que se alimenta de la reflexión, que contempla en serenidad formas de armonía de la vida, matices, con el fin de fortalecernos como personas, y completarnos como seres espirituales. Este libro, por su forma de escritura, equilibro en el tono, temática y abordaje, le permitirá al lector escaparse aunque sea un poquito.