JUAN MARÍA SEGURA

¿Hemos cambiado?

Por Juan María Segura


La experiencia se repitió. El segundo encuentro local organizado por el prestigioso semanario The Economist volvió a reunir a políticos, empresarios, directivos y líderes de opinión para hablar de lo que pasa en el país, y también de lo que no pasa. Confinados durante una jornada de trabajo en un agradable hotel de Puerto Madero, actores y espectadores se entregaron al ejercicio propuesto por el lema del encuentro: “¿Hemos cambiado?” Una pregunta inquietante, que interpela tanto al gobierno de Cambiemos como a toda la clase política y, por qué no también, a toda la sociedad.

La invitación no podía ser más oportuna, el timing más que atinado. Las legislativas de octubre pasado ya en la historia, los lineamientos de las reformas fiscal y laboral ya planteados, las comisiones del G20 ya trabajando a pleno, los parlamentos ya en período de sesiones ordinarias, los alumnos ya en las aulas (casi todos…), y por delante el escenario despejado de un año sin elecciones. Que buena oportunidad para juntar a dirigentes de cualquier industria, género y condición, y enfrentarlos con sus propias palabras, argumentos, problemas y estadísticas.

La pregunta propuesta por los organizadores, si bien es sencilla, representa una gran cantidad de preguntas al mismo tiempo. ¿Tenemos la capacidad de mirarnos hacia adentro y de cambiar? ¿Los fracasos de pasado nos permiten mirar hacia el futuro? ¿Nos movemos en alguna dirección? ¿Logramos resolver los problemas que nos planteamos colectivamente? ¿Avanzamos al ritmo al que imaginamos? ¿Sobreestimamos algunas competencias propias? ¿Subestimamos la complejidad de algunas cuestiones básicas, o las ideas de nuestros rivales de turno? ¿La política logra ponerse al servicio del contribuyente, finalmente, felizmente? Una pregunta punzante, de esas que nos desnudan cuando las aceptamos en toda su dimensión.

Por supuesto que cada panelista, a su turno, se ocupó de presentar su caso de “cambio y mejora”. Gracias al buen trabajo de los moderadores y al armado inteligente de los paneles, las conversaciones fluyeron con naturalidad. Empresarios que invierten y logran nuevos mercados, deportistas que superan barreras personales y logran marcas mundiales, líderes sociales que confían en sus comunidades y logran reconstruir tejido social, emprendedores que superan los obstáculos de la burocracia y hacen brillar su creatividad, y políticos que hace de la pesada herencia ya no una carga (excusa) sino el punto de partida de una transformación histórica. Todas historias tan ciertas como infladas, como se suelen presentar en estos foros. Así ocurre en estos eventos, así hay que tomarlas. 

Un gran evento, con mucho para elogiar, por supuesto, pero con algunas cuestiones que me llamaron la atención. El primero, la ausencia absoluta del tema educativo en la agenda formal de la jornada. Si bien algunos funcionarios públicos y los mismos organizadores hicieron algunas menciones transversales del tema educación, no existió ningún panel íntegramente dedicado a tratar este tema. Considero esto un grave error estratégico por parte de la organización. Estuvieron presentes el transporte, la energía, la logística, el turismo, la agricultura, la economía, el sector financiero y otras áreas más, pero no la educación en ninguno de sus formatos y ciclos educativos. Solo una colega dio el presente en un panel dedicado a hablar de crecimiento inclusivo, pero por supuesto no alcanzó. Argentina no cambiará en su esencia y ADN mientras la educación no logre estar en el podio de los temas de agenda nacional. Y ese interés debería estar reflejado en eventos como este. Sería de gran ayuda.

El otro tema que me llamó la atención, y que me preocupa más aún, es el mensaje que estamos recibiendo desde la política, de que el gasto público es el que nos lanzará al mundo, el que nos hará crecer, el que nos hará diferentes, el que nos permitirá cambiar. ¿Acaso hemos cambiado significa si hemos aprendido a gastar el dinero público, ajeno? Así parecieron comprender la consigna casi todos los funcionarios del gobierno que, a su turno, hablaron de los logros en sus áreas, desde la vicepresidenta de la Nación, hasta el ministro de nombramiento más reciente (fueron una decena de funcionarios a lo largo del día). El denominador común de todas sus intervenciones fue uno solo: mas gasto. Con argumentos diversos y desde diagnósticos propios de cada cartera, en todos los casos quedó claro que se está gastado más, diría mucho más, que en los períodos anteriores. Por supuesto que nos espera el paraíso, antes o después, pero el paraíso al fin, y eso es lo que justifica semejante política de gasto (o inversión, lo que lo haga sentir menos estúpido).

Por suerte, sobre el final de la jornada, con muy bien criterio, un empresario dijo que para los empresarios (grandes o chicos, unicornios o monotributistas) el costo de producción es una cuestión de vida o muerte. Si un empresario, haga pan, tornillos o camperas, produce a un costo promedio superior al precio promedio de venta de su producción, está frito. Esta idea tan sencilla pero poderosa, ordena las decisiones empresarias de una manera casi mágica. No hay competitividad, ni sostenibilidad, ni crecimiento, si no hay un orden en la forma en la que se gasta. Llámele gasto, inversión, o como quiera, pero sabe a qué me refiero. En las organizaciones no hay gasto justificable si no tiene una conexión directa con algún atributo del producto o servicio ofrecido. Ningún líder de una organización debería permitir y afrontar un gasto que no redunde en un atributo valorado por su cliente. Esta reflexión tan sencilla me deja pensando en los criterios que están siguiendo actualmente los funcionarios públicos para gastar lo que están gastando. Porque, digámoslo con claridad, si no hay criterios claros vinculados con la productividad y con el impacto real y verificable de las políticas públicas, entonces este aumento del gasto no me tranquiliza, sino todo lo contrario.

¿Si hemos cambiado? No lo sé, veo movimiento, mucho, pero el movimiento lógico que genera el gasto público. Me gusta el boom de la construcción, pero necesitamos más casas, locales y ampliaciones de fábricas, y menos puentes y rutas. El Estado argentino es, hoy mas que nunca en su historia, el gran protagonista del funcionamiento de la economía, y eso no es sustentable en el tiempo. Coyunturalmente lo puedo entender, pero quiero estar seguro que solo se trata de una coyuntura. El Estado debe hacer algo mucho más desafiante que gastar mucho a través de licitaciones transparentes: debe dejar lugar para que la acción privada cree, invente, arriesgue y florezca, y florezca más aún. Esa es la verdadera transformación a la que debe someterse el Estado, y la que le debe exigir la sociedad. Gastar la plata ajena nunca fue una virtud, no lo debe ser tampoco ahora.

El Estado argentino ha clarificado la forma en la que gasta, y eso es positivo. Pero cambiar, cambiar, eso si que aún no hemos siquiera comenzado a discutirlo.