JUAN MARÍA SEGURA

¿Qué Escuela Discutiremos en 2015?

En el contexto del WISE Summit 2014, que se llevó a cabo en Qatar semanas atrás la
institución 
dio a conocer los resultados de una encuesta global realizada entre
su comunidad de expertos educativos. La encuesta intenta responder a la
consigna de cómo será la escuela del futuro (en particular, del año 2030), y se
realizó previamente a una agenda que trató intensamente el tema de la
creatividad durante la reunión más importante de la institución celebrada en el
año.

Hablar de la escuela del 2030 no debe
ubicar nuestra atención sobre la futurología del ejercicio que ello podría
suponer, sino sobre el trayecto que la escuela modelo-sociedad-industrial debe recorrer
para intentar integrar en sus prácticas los avances producidos en tecnología, neurociencia
y teorías del aprendizaje de los últimos 20 años. Nunca está de más recordar
que es recién en la década del 90’ en donde aprendimos el 90% de las cosas que
actualmente sabemos sobre el cerebro, y que recién a principio de este siglo el
mundo convergió tecnológicamente y comenzó a intercambiar información sin
editores ni filtros en forma masiva. Hablar de 2030, entonces, no es tanto
imaginar una escuela en particular, como imaginar de la actual lo que ya no necesitaremos
por irrelevante.

En el ejercicio de analizar y reflexionar
sobre los resultados de esta encuesta, es importante mantener presentes dos
principios guía. Primero, ¿a quién debe serle útil la escuela? Segundo, ¿por
qué deberíamos sostenerla en sus prácticas, repensarla o reemplazarla? El
primer punto nos debe llevar permanentemente a la idea de que los escuelas
tienen sentido si y solo si generan aprendizajes significativos para los
aprendices. Si los alumnos, de cualquier edad, condición, credo o cultura, no
activan su curiosidad, no despliegan su capacidad artística y creativa, o no
encuentran áreas de interés vinculadas con incipientes vocaciones, entonces la
escuela no tendrá sentido para ellos. Aun cuando aprueben exámenes, no
aprenderán nada relevante para ellos. Y no comprenderán.

El segundo punto nos debe hacer pensar en
los intereses que existen en tensión dentro de esta discusión, entre adultos
que se quieren desentender de la educación de sus hijos, profesionales que
saben hacer solo algunas prácticas y no otras, y un estado que todo lo intenta
“curar” con más dinero, más normativa y más regulación. La escuela no es
solo…una escuela, sino un territorio político y social en tensión y disputa.
Cada vez que querramos impulsar un ejercicio de pensamiento de una escuela
diferente, innovadora, dinámica, deberemos aceptar que muchas voces persuasivas
se alzarán desde adentro para evitar que el cambio ocurra. En definitiva, está
en la naturaleza misma de la escuela ser un soporte del estado de cosas de cada
momento histórico, y no un lugar de librepensadores que alientan
transformaciones o revoluciones pacíficas.

Volviendo a la encuesta, a mi juicio muestra
con claridad dos cosas. Primero, que innovar es un mandato y no una opción. Los
sujetos de aprendizaje (niños, jóvenes e inclusive adultos en condición de
aprendices) rechazan los formatos clásicos de clases expositivas, transmisión
unidireccional de conocimientos, y la predefinición de roles en un proceso de
enseñanza y aprendizaje. Frente a ellos, con la evidencia contundente del
abandono escolar (45% en promedio en la región, entre los 14 y 16 años), malos
aprendizajes y recanalización de energía y tiempo hacia formatos más
interactivos, lúdicos y sociales, las instituciones no deberían ver en la
innovación una opción sino una obligación impostergable. Por ello, el 93% de
los encuestados se manifiesta en favor de escuelas que implementen métodos
novedosos que integren nuevos abordajes de enseñanza y procesos creativos, 73%
afirma que el rol de los profesores se modificará hacia el de guías de alumnos
siguiendo trayectos autónomos de aprendizaje, y el 83% sostiene que los diseños
curriculares no responderán tanto a mandatos del Estado sino a diseños a medida
pensados para perfiles específicos del estudiantes/aprendices.

La segunda conclusión indica que la
innovación no ocurre sino desde un territorio, normativa, cultura y práctica
histórica en particular. Y esto es lo que hace muy dificultosa su emergencia. Solo
ello puede justificar que un cambio tan claramente presentado por expertos
educativos aún resulte tan difícil de instrumentar y llevar a escala.

La escuela actual no tiene las capacidades
para innovarse desde adentro, y se encuentra tan “presa” de su agenda como de
su práctica histórica y competencias. Adicionalmente, el Estado no tiene los
incentivos políticos para repensarse como sistema, dado que los plazos de
concreción de las reformas educativas caen fuera del rango de tiempo con que
opera la política. Por ello, el cambio hacia la escuela del 2030 delineado con
tanta claridad y contundencia por los expertos, no se dará con naturalidad. Es
importante que la sociedad entera se involucre en la transformación del
sistema. De hecho, el 70% de los encuestados indica que el Estado no será más
el mayor contribuyente del financiamiento de la educación, sino que las
familias y los empresas pasarán a tener un rol predominante. Es importante
entender este dato en un contexto histórico de record de gastos público en
educación como porcentaje de Producto Bruto Interno. Así de claro y
contundente, como contradictorio. Es como si el Estado confiase que agregando
más caballos a la carreta evitará que esta sea reemplazada por el automóvil. En
vez de sumar plantilla docente (más del 90% del gasto público en educación se
utiliza para pagar salarios), el Estado debería invertir en agencias de
medición de calidad, en laboratorios de data
analysis (el 95% de los encuestados cree que el tema de big data cumplirá un rol relevante en el
área educativa), en programas de certificación de competencias, y en formatos
innovadores que abran la posibilidad de integrar blended learning de una forma más estructural.

En conclusión, la encuesta de referencia
suma evidencias y confirma que, sin innovación, los chicos y todos los demás
abandonarán los formatos clásicos de enseñanza (por ejemplo, la escuela), por considerarlos
irrelevantes, por verlos como “las carretas con pupitres”.

Solo resta verificar cuál
sociedad poseerá un interés suficiente en el tema, y será capaz de sostener una
implicación en el tiempo, inclusive entre diferentes gobiernos, para comenzar a
transitar ese camino hacia el 2030. En nuestra región, sugiero prestar atención
a los procesos que se están llevando adelante en Chile y México. En Argentina,
sin dudas, esta será la discusión más importante de un 2015 plagado de
discursos y promesas electorales.

¡Salud, 2015!