JUAN MARÍA SEGURA

Atado con alambre

Por Juan María Segura


Sin necesidad de hacer una reivindicación de la pedagogía de Freire, percibo que en educación seguimos haciéndonos las preguntas incorrectas. Los adultos, los administradores del sistema, los líderes sindicales y los políticos Insistimos en mirar hacia el lugar incorrecto. Persistimos con la idea de reparar aspectos secundarios del sistema educativo, que son importantes, sin dudas, pero que no hacen a la esencia del asunto que tenemos entre manos. ¿Será que no llegamos a ver con claridad el iceberg que tenemos frente a nuestras narices? ¿O será que simplemente no queremos ir por las respuestas que nos comprometen, que nos dejan en falta, que nos interpelan? ¿Estaremos a la altura del desafío como para preguntar con mayor asertividad? Cualquiera sea el caso, estamos dando la discusión equivocada.

Como era de suponer, la pandemia dejó un tendal, aquí y en la China. Si USA tuvo durante 2020 su año de mayor mortalidad en su historia, qué nos quedaba para nosotros, ¿no? Somos una sociedad institucionalmente frágil, financieramente comprometida, productivamente ‘finita’, y dirigencialmente inmadura. Lo que más abunda en nuestro país es dinero informal y personas que viven en condiciones precarias. Claro que además abundan la picardía y otras ‘virtudes’ del tipo, pero no profundicemos. El 42% de pobreza luego de casi 40 años de democracia ininterrumpida es el dato más doloroso que lo sintetiza todo. Atar las cosas con alambre, en el largo plazo, te hunde. Dar la conversación equivocada, en el tiempo, te vacía de respuestas, mientras los problemas se apilan y te acorralan.

Ahora estamos preocupados por los cientos de miles de niños y niñas que durante la pandemia perdieron contacto con sus escuelas y docentes. Nos preguntamos si esa población volverá a incorporarse al sistema educativo en algún momento. Es una preocupación genuina, pero muy básica. Así y todo, revincular es la nueva palabra del momento para el sistema educativo, y van… (antes fueron aislamiento, virtualidad, protocolos, burbujas, distanciamiento, presencialidad cuidada). Debemos recordar, por si hace falta, que durante 2020 el vínculo de la sociedad con todas las instituciones de base presencial se resintió, no solo con la escuela. Ocurrió con el club, con la parroquia, con las empresas, con las dependencias del Estado, con el cine y el teatro, con espacios públicos de encuentro, como la plaza, el parque, el polideportivo o la costanera, y naturalmente también ocurrió con las escuelas.

Es cierto que, por diferentes motivos, la escuela perdió contacto con una cantidad inusual de alumnos. La gran mayoría de esos alumnos, en especial los de los ciclos de inicial y primaria, volverán a la escuela de base presencial en busca de su vianda y vaso de leche. La escuela alimenta, y dado que 1 de cada 2 alumnos argentinos es pobre, es fácil imaginar en donde estarán esos alumnos desconectados cuando la mesa vuelva a estar servida. Y esto no es una observación ni peyorativa ni insensible. Nuevamente, nuestra pobreza es una tragedia, en parte alivianada por una escuela que proveen un plato diario de alimento. El tema es que, mientras la escuela atiende los esfuerzos de la logística de obrar como una agencia de alimentación, desatiende su tarea central. ¿Nos estaremos haciendo las preguntas correctas?

Con los chicos y las chicas de +15 años de edad el problema es diferente, aunque tampoco es nuevo. Latinoamérica lleva más de 20 años con una brutal pérdida de su alumnado en los últimos años de escolaridad, y la pandemia solo lo habrá hecho más visible. En todo caso, revincular a esos chicos es algo en lo que se viene fallando sistemáticamente, así que no comprendo bien qué se hará diferente ahora para que funcione. Y, si logramos que funcione, ¿entonces por qué no se hizo antes?

El problema educativo principal sigue siendo el de la calidad de los aprendizajes. La escuela no enseña como debe, o como aspira a hacerlo, y eso lo sabemos desde ante de la pandemia. En el Operativo Aprender de septiembre de 2019 se comprobó que solo el 28% de quienes finalizaban la escuela alcanzaban los niveles mínimos de dominio en matemática. La pandemia, en ese sentido, es llovido sobre mojado, así que los indicadores de aprendizaje no deberían verse tan impactados por esta nueva situación. Tanto los que se mantuvieron conectados al sistema a través de ese formato improvisado de escolaridad distante forzada, como los que están volviendo en burbujas, como los que aún deben ser revinculados, aprendían poco antes, y seguramente aprendan menos ahora. La tragedia ya ocurría, la escuela estaba en falta, y eso tampoco podría empeorar tanto. Abusamos tanto del atado con alambre, que hasta logramos insensibilizarnos con indicadores agregados tan pobres de aprendizaje.

Mirando hacia adelante, es indudable que el ajuste lo deberá hacer la universidad, que lentamente irá tomando la fisionomía de una escuela secundaria que ya no enseña lo que debe. El egresado de este sistema de instituciones será un profesional con muchas carencias, que deberá continuar instruyéndose durante toda su vida, dentro del trabajo y haciéndolo por su cuenta. Afortunadamente, vivimos un tiempo en donde el aprendizaje de por vida es algo a lo que todos nos debemos adaptar, así que nada está perdido. La pandemia, que de ocurrir en otro momento histórico nos hubiese dejado cicatrices sociales irreparables, en esta oportunidad solo nos pide que ajustemos los estándares de las instituciones educativas existentes para alojar mayor dispersión de aprendizajes y aprendices, y que nos comprometamos a activar un proceso virtuoso y permanente de aprendizaje de por vida, con recursos y plataformas que sabemos que ya están alojadas en la nube y en su mayoría son de acceso gratuito.

Durante mi breve experiencia de trabajo en el campo, recuerdo que saber atar con alambre muchas veces me salvaba de quedar varado en el medio del campo con un tractor roto, una sembradora atascada o un arado rengo. Atar con alambre era un recurso de tremenda utilidad, pero solo para hacer llegar el equipo al galpón, en donde habría que hacerle una reparación duradera. A nadie, ni al hombre de campo más primitivo, se le hubiese ocurrido jamás encarar una nueva jornada de trabajo con ese alambre como solución definitiva. No me pregunten por qué el sistema educativo sigue otra lógica. Aún tengo tanto por aprender…