JUAN MARÍA SEGURA

Atrapados

Por Juan María Segura


Días pasados participé de la Cumbre de Líderes por la Educación, en Bogotá, tal vez el congreso más importante del año en la región en temas educativos. Durante dos días, y ante una audiencia de casi 1.ooo asistentes, desfilaron funcionarios públicos, ministros, presidentes de empresas multinacionales, rectores de colegios y universidades, edupreneurs y líderes de opinión internacionales. Un evento de gran trascendencia e impacto, impulsado por la publicación Semana de la Educación y liderado por el gran trabajo de Lina Zuluaga. Un evento impecable, relevante, influyente. Un excelente espacio de diálogo sobre los retos de la educación, no solo en Colombia sino en toda la región.

El evento fue abierto el primer día por la Ministra de educación local, Gina Parody, y enseguida me sentí estremecido cuando la funcionaria señaló que su país actualmente invierte unos us$ 800 por alumno, pero que ello es mucho menos de lo que invierte Chile, con cerca de us$ 2.500 por alumno. Hice algunos números rápidos y advertí que en Argentina invertimos unos us$ 2.000 por alumno (al actual tipo de cambio…), y que eso no solo es menos de lo que invierte Chile, sino que es una ínfima parte comparado con los us$ 8.00o por alumno que invierten en promedio los países de la OCDE. ¡Dios mío!, pensé, aún estamos a menos de la mitad del camino del saqueo de nuestras billeteras. Para poner paños fríos, luego el Ministro de Economía local, Mauricio Cárdenas, se encargó de aclarar que no todo se resuelve con más recursos. Respiré.

Recompuesto, pude aprovechar los dos días de ponencias e intercambio de experiencias, esperando sin embargo que estos datos de inversión por alumno no lleguen a oídos del gobierno argentino, especialista en gastar más sin obtener mejores resultados y sin sentir vergüenza por ello. Para suerte de Argentina, solo éramos 3 los que participamos de nuestro país, así que asumí que este “secreto” iba a quedar guardado entre cuatro llaves.

Sin embargo, pasado el evento, algunas ideas quedaron dando vuelvas por mi cabeza.

Primero, me sorprende como todos, digo todos, seguimos pensando a la educación como aquello que ocurre dentro de un aula de una institución formal educativa, en sus niveles y franjas clásicas (inicial, primaria, secundaria, superior), restringiendo equivocadamente su naturaleza y alcance, y omitiendo un mundo enorme de situaciones educativas que ocurren cada día por afuera de esos espacios, y que también merecen atención, reflexión y acción.

Segundo, que a aquello que ocurre adentro de una de esas aulas, lo seguimos pensando desde un paradigma anticuado de enseñadores por encima de aprendices, de cohortes de alumnos estandarizados por encima de grupos de niños diferentes en características y condiciones, y de evaluaciones disciplinarias estandarizadas por encima de significados vocaciones individuales reforzados a partir de la construcción de metaformas de aprendizaje.

Y, en tercer lugar, que seguimos imaginando que a esto lío de los malos rendimientos educativos los debe resolver otro, nunca uno, llámese el ministro de moda, el docente de turno, o el Sarmiento del siglo XXI al que todos estamos esperando con ansias.

Esta vivencia y reflexión me permitieron clarificar porqué la educación está paralizada en su dinámica de transformación, mostrando cambios menores y cosméticos provenientes de tediosas negociaciones guiadas por el principio de la torta fija (lo que gano, otro lo pierde, y viceversa), que solo afianza un sistema de educación en particular, este, que sabemos es anticuado.

En educación estamos atrapados. Sin duda estamos atrapados dentro de una lógica de relación de actores y fuerzas de un modelo disfuncional e ineficiente que genera aprendizajes vetustos. Cuando uno mira otras áreas de gestión del gobierno, puede verificar de qué manera la mala política genera problemas visibles, medibles y, en un extremo, trágicos. La mala política de defensa genera conflicto y, en un extremo, guerra y muerte. La mala política de salud genera enfermedad y, en un extremo, epidemia y muerte. La mala política de seguridad genera inseguridad y, en un extremo, caos y muerte. En cambio, la mala política educativa genera… ¿solo malas ubicaciones en los rankings? Lamentablemente, la mala educación no genera muerte visible, sino solo agonía intergeneracional de la que es fácil desentenderse, de la que es difícil ser interpelado. Esta característica de aquello a lo que llamamos educación produce una connivencia nefasta entre políticos corruptos, gremios extorsionadores, docentes vagos y alumnos irresponsables. No de todos, no se enoje conmigo. Pero si de una cantidad suficientemente grande como para bloquear el sistema e impedir que se adapte a los nuevos retos.

Nunca antes en la historia de los Estados modernos la legislación educativa fue más densa, el financiación más generosa, el sistema disciplinario más laxo, a pesar de lo cual los resultados agregados no mejoran, ni los aprendizajes se llenan de sentido y relevancia. ¡Que estamos esperando!

Finalizada la Cumbre, me convenzo una vez más de dos cosas. Primero, que el sistema no se renovará desde adentro, sino que el cambio llegará desde afuera. Segundo, que tal vez estamos esperando tener nuestro Aylan en educación para que el mundo entero tome conciencia de la real dimensión del problema y así decida asumir protagonismo en la nueva transformación.

El niño Aylan, de una manera cruda y estremecedora, muestra el debilitamiento del Estado Nación, y el fracaso de las políticas migratorias de los países más “avanzados” del mundo. No dude que la historia, en aquello que respecta a las políticas migratorias, estará marcada por un antes y un después a partir de esa imagen. La cabecita mojada de este ángel de solo 2 años nos acompañará para siempre, pero habrá impulsado cambios drásticos y definitivos. Me pregunto, ¿cuál será el Aylan que dispare el mismo cambio en educación en un sistema que permanece atrapado en sus vicios y gobernado por sus actores históricos?

Es una pena que solo el llanto y la muerte nos movilice y nos anime a sobreponernos a nuestras propias hipocresías. Será que somos todos tan humanos, que nos fortalecemos frente al dolor, que actuamos solo cuando no nos queda más remedio.