JUAN MARÍA SEGURA

Como impulsar una reforma educativa

Por Juan María Segura


Recuerdo que, hace unos meses, al ser consultado sobre el mérito o demérito de una propuesta de reforma de la currícula escolar de una jurisdicción educativa argentina, mi respuesta fue categórica: que no podía juzgar si era buena o mala, pues desconocía sus detalles. Indagando un poco, noté que algunos de mis colegas estaban igual de desinformados, y que lo mismo ocurría inclusive a algunos directivos educativos del mismo sistema objeto de reforma.

Impulsar una reforma educativa es una tarea compleja, lo comprendo. Al reformar, se deben tocar resortes y ejes de trabajo de largo arraigo y, en consecuencia, se provoca un reacomodamiento de fuerzas, un rebalance de poder, un reagrupamiento de actores alrededor de las nuevas consignas de trabajo. Si no se llega a producir todo ello, entonces no es una reforma propiamente dicha, sino solo un retoque, un pequeño cambio o una actualización, y no más que eso. O sea que, en esta materia, la magnitud de la transformación importa y condiciona.

Reformar, por lo tanto, es ir contra la historia y la tradición, contra el estado de cosas (el tan mencionado status quo), contra las zonas de confort, contra los hábitos y las normativas. Es una tarea que requiere mucho coraje político e ideas originales, pero principalmente demanda seguir una secuencia de pasos que faciliten su adopción. El desafío de una reforma educativa no es tanto su concepción teórica, sino más bien su puesta en régimen en todo el sistema para el cual la misma fue concebida. Hacer cambios es más sencillo, e inclusive más invisible, ya que muchos de los actores del sistema ni siquiera lo notan, y si lo hacen, lo aceptan con naturalidad. Pero para reformar, se necesita desplegar un sistema abierto y convalidatorio imprescindible para garantizar el éxito de una buena adopción.

Desplegar un sistema abierto que favorezca la adopción de una reforma educativa supone respetar la siguiente secuencia de pasos:

Primero, definir la alianza de actores. Si bien la responsabilidad del sistema educativo recae en el Estado o en la jurisdicción de que se trate, y en sus funcionarios políticos de turno, esto de ninguna manera invalida que se pueda dar cabida en el proceso a otros actores necesarios. ¿Acaso padres, empresas, organizaciones de la sociedad civil e intelectuales, además de los docentes, pedagogos y líderes sindicales, no deben tener un lugar de relevancia en todo el proceso? Abrir el juego a otros actores, aun cuando haga al proceso más lento y de gestión más compleja, resulta clave, no solo para enriquecerlo de ideas, opiniones y miradas, sino principalmente para lograr una adecuada apropiación de aquello que finalmente se decida implementar.

Segundo, acordar la visión de futuro. Cualquier reforma educativa parte del dibujo proyectado de un perfil de egresado deseado, inserto en una sociedad imaginaria, con aspiracionales elevados. Realizar ese dibujo y proyección es clave, pues clarifica los pasos posteriores. El futuro es tanto una idea teórica, como el ejercicio de imaginar una convergencia entre una coyuntura particular, alterada a partir de las posibilidades que otorga la propia reforma, con la época en la cual se inserte el debate, en una versión más compleja. En el breve texto del proyecto de reforma por el que fui consultado se piensa en un egresado talentoso, creativo, crítico, cooperativo, emprendedor, alfabetizado digitalmente y adaptable. Si bien suena correcto y abarcativo, a mi juicio carece de una pieza central: ¿Ese perfil garantiza, acaso, el compromiso de los egresados con la paz? A mi juicio, el ciudadano del siglo XXI debe estar más comprometido con la paz que con el Estado. Para ello, debemos lograr que sea reflexivo y contemplativo, que trabaje durante su trayecto escolar en la detección temprana de sus querencias y vocaciones, y que se prepare para abrazar la libertad, la responsabilidad individual y el disfrute del multiculturalismo y de lo diverso. Es una discusión clave, que no la podemos tomar a la ligera, ni permitir que se dé por acordada. 

Tercero, construir el acuerdo marco. El trabajo que la organización The Partnership for de 21st Century Skills realiza desde 2001 es sumamente iluminador al respecto. Producto del trabajo de las más de 30 organizaciones participantes, se lograron definir 5 (y solo 5) conjunto de competencias (habilidades de vida, competencias del siglo 21, dominio de las TIC, destrezas de aprendizaje y pensamiento, competencias centrales del sistema anterior), y luego se dedicó mucho tiempo a comunicar, clarificar, fundamentar, sensibilizar, refinar y lograr consensos amplios. Solo esta metodología facilita la posterior adopción de lo que sea que se haya acordado, logrando cierta 'inmunidad' hacia los cambios de ciclos políticos esperables de la alternancia de poder en sociedades democráticas. La comunidad interesada en este debate debería reclamar con ahínco y persistencia el documento base que justifique, explique, amplíe y exponga cualquier impulso de reforma, pues representa el basamento de la nueva edificación propuesta.

Cuarto, implementar pilotos. Las reformas, por ser de naturaleza disruptiva, deben primero probarse en el territorio en una modalidad acotada, controlable, que permita aprender, medir, corregir on the spot, visibilizar nuevas relaciones y dinámicas, validar presunciones e hipótesis de trabajo. Es importante diferenciar los pilotos de las primeras etapas de una implementación gradual. El piloto es una prueba del prototipo en sus últimas instancias de diseño y acabado. Una vez testeada su correcta valía y mecanismo de puesta en funcionamiento, ya nada justifica su no adopción en todo el sistema. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 2010 se probó la adopción de tecnología en las aulas en solo 6 escuelas primarias a través del Proyecto Quinquela, proyecto del que formé parte. Pasado ese período de prueba, aprendizaje y refinamiento, al año siguiente se escaló esa abordaje a todas las escuelas primarias de gestión estatal de dicha jurisdicción.

Y, por último, escalar rápido a todo el sistema. Si ya existe una alianza amplia y activa, un marco claro y conocido, un prototipo probado y aceitado, y el apoyo de la opinión pública y de los principales actores del sistema, nada explicaría una implementación gradual hacia todo el sistema. Por lo tanto, no se comprendería muy bien la razón por la cual se propondría una adopción gradual y paulatina. No lo recomienda la práctica ni lo justifica la razón. La política siempre está preparada para meter la cola en estas implementaciones, entorpeciendo y dificultando la adopción de procesos disruptivos. Por lo tanto, hay que tener valentía para llevar las ideas a todo el sistema cuando las condiciones hayan sido creadas, sin demoras.

Insisto, reconozco que impulsar una reforma educativa no es tarea sencilla. Sin embargo, siempre tenemos la posibilidad de valernos de un sistema o una metodología de trabajo que nos haga la vida más fácil, que permita definir e implementar un plan de trabajo que logre los objetivos propuestos de una mejor manera, principalmente en términos de calidad de los aprendizajes.

Volviendo al inicio de estas líneas, con la información que manejaba hasta este momento y que luego pude corroborar, efectivamente las autoridades educativas de dicha jurisdicción no habían seguido ninguno de los 5 pasos que la literatura sugiere. Está claro que esto no condena al fracaso la adopción de esta o cualquier otra iniciativa de reforma. Pero no quedaron dudas de que, frente al desafío de innovar y reformar, se había elegido avanzar por la ladera más escarpada y empinada de la montaña. ¿Soberbia y exceso de confianza, o simple torpeza? El tiempo lo clarificará.