JUAN MARÍA SEGURA

El curioso caso de la docente Radetich

Por Juan María Segura


Mientras siguen las repercusiones por el video filtrado en la Escuela Secundaria Técnica Nº2 “María Eva Duarte” de Ciudad Evita, no puedo dejar de reflexionar. ¿Qué nos sorprende? ¿De pronto todos nos rasgamos las vestiduras por lo que ocurre en la escuela pública? ¿Acaso esto nos toma de sorpresa, de verdad?

Sin dudas es un caso con múltiples dimensiones de análisis, algunas obvias, otras no tanto. Que esa docente no puede estar al frente de un aula, eso es obvio. Violencia, discriminación, resentimiento, mal manejo de la información, falta de autogobierno, como mínimo. Problemas de forma y de fondo, de pedagogía y de didáctica, de sensibilidad y de sentido común. Por mucho menos, a cualquier empleador de una pyme lo demandan por acoso e intimidación.

Sin embargo, lo que más me hace reflexionar es el tono y los argumentos con los cuales accionamos y reaccionamos frente a situaciones como esta. Lentamente, y seguramente sin notarlo ni desearlo, todos vamos adquiriendo en nuestra forma de dialogar, de intercambiar opiniones y de convivir, un cierto grado de fanatismo. Los adjetivos que utilizamos, los argumentos que esgrimimos, el tono e intensidad en el que planeamos un debate, nuestra gestualidad y leguaje corporal, todo, todo, se va impregnando con rasgos de fanatismo, descalificando, agrediendo, violentando. Al fin del día, esa idea de la ‘grieta’, ficticia a mi juicio, terminó siendo funcional no solo para quienes la propiciaron, sino también para quienes le dieron entidad, aun cuando la rechazaron. En última instancia, todos terminamos bebiendo la misma infusión infecciosa, esa que gangrena el cerebro al quitarle lucidez y claridad. Por eso es importante advertir en qué tipo de colectivo nos estamos transformando, si es que decidimos aceptar mansamente que deseamos ser una sociedad que solo sabe discernir en forma fanática.  

El fanatismo es una actitud de apasionamiento desmedido e irracional que adopta una persona o grupo con el fin de defender una idea, teoría, cultura, creencia, causa, personaje o forma de vida. Si bien existen apasionamientos simpáticos (el coleccionista de lo que sea), sanos (el que corre y corre o se alimenta de tal manera) y hasta socialmente convenientes (el defensor de aquello en riesgo de extinción), en todos los casos estamos hablando de personas que con una tenacidad desmedida se aplican a aquello en lo que creen fervientemente. El fanático, en general, hace gala de su condición y se hace visible, ocupando mucho espacio: con cánticos en las tribunas, con marchas en las calles, con pancartas frente al Congreso (o con coloridos pañuelos), llenando los templos o los parques, o bien alentando un #TT a través de las redes sociales. Ojo, que no todos los que practican un deporte, suscriben una preferencia política o profesan una fe responden a la condición de fanático, así que es importante que solo concentremos la atención en ese pequeño grupo que obra con un desmesurado e irracional apasionamiento. Es clave esta distinción.

El problema central del fanático, más allá de su causa, es su desinterés por otros argumentos, en particular, por aquellos que favorecerían un esclarecimiento y racionalización de esa pasión. Ese desinterés resta utilidad a la capacidad de escucha, razón por la cual los fanáticos suelen deambular por la vida como sordos por decisión. ¿Acaso la docente Radetich estaba interesada en la opinión de sus alumnos?

La propensión del fanático de argumentar más allá de la realidad se funda en este desapego hacia los argumentos (principalmente ajenos), los datos (en especial, los que desafían la propia creencia y dogma) y, en última instancia, hacia la verdad (o a su mejor aproximación). El cobijo y la contención que el fanático encuentra dentro de su ‘causa’ le resulta suficiente incentivo para persistir en su defensa desmesurada y enérgica, para convertirse en su templario ruidoso que manifiesta lo que defiende, sin importar lo que otros tengan para decir al respecto. Trate de recordar esos debates políticos o las sobremesas en donde se habla a los gritos y nadie se escucha. ¿Acaso no vamos adoptando todos un poco esa forma de convivir? Siendo así, ¿por qué razón entonces nos sorprende tanto este video, ocurrido en un territorio tan abandonado a su suerte como es la escuela pública de la Provincia de Buenos Aires?

Siendo que el fanatismo en casi todas sus manifestaciones nos hace menos equilibrados, menos medidos y más irracionales, debería ser de interés de la sociedad combatirlo. ¿Cómo? Justamente a través de la educación, sin dudas, siendo que el fanatismo tiene una conexión directa con la ignorancia. No es la política, ni la religión, ni la bonanza económica, ni la calidad de las leyes, lo que atenuará la propensión de una sociedad, nuestra propia sociedad, hacia las conductas fanáticas, sino la buena educación. Solo la educación de calidad nos hace más tolerantes, nos interesa por lo que otros tienen para decir, nos abre a nuevos argumentos y modos de ver el mundo, nos habilita a pensar críticamente, a la vez que nos hace reflexionar sobre nuestros propios hábitos de pensamiento. La educación, cualquier sea su abordaje pedagógico, si es de buena calidad, nos contiene e integra tanto como nos potencia como colectivo. Dentro de esa sociedad fortalecida en su capacidad reflexiva e integrada en una gran ágora, el fanatismo finalmente es asfixiado y se queda paulatinamente sin adeptos.

Si nos interesa trabajar por una sociedad sin enfrentamientos sordos, con menos apasionamiento e irracionalidad y más escucha y reflexividad, entonces hagamos de la educación y la escolarización le principal política de Estado de los próximos 20 años. Mientras no tomemos esa decisión, entonces no pongamos cara de sorpresa cuando una docente comete semejante fechoría, avalada por el presidente de la Nación.

Voltaire sostenía que cuando el fanatismo gangrenaba el cerebro, la enfermedad era casi incurable, mientras el enciclopedista francés Diderot sostenía que solo había un paso entre fanatismo y barbarie. Si es cierto que el fanatismo es el hijo predilecto de la ignorancia, y que dicha condición la crea el desinterés por los argumentos de otros y por los datos de la realizad, entonces estemos advertidos del clima de conflictividad, tensión y manipulación que se puede crear si no acordamos revertir lo que se está haciendo con la escuela en nuestro país. La escolaridad argentina perdió virtuosismo hace años. Degradada en su funcionamiento, y frente a la pasividad de una sociedad cómplice e infantil, ha quedado a merced de los fanáticos de turno.

El problema de la calidad de los aprendizajes en la escuela no es un problema del gobierno de turno, ni de los líderes docentes, ni siquiera es un problema pedagógico, sino que es directamente un problema de supervivencia de toda la sociedad. Si no preparamos a los chicos para la paz, para la tolerancia y la diversidad, para la ciudadanía del siglo XXI, para la cuarta revolución industria y las siguientes, entonces ellos serán presas potenciales de los fanatizadores de turno, con todo el riesgo que ello supone.

Estamos advertidos. Contra la zanja creada por los fanáticos, ¡educación!