JUAN MARÍA SEGURA

El riesgo de innovar

Por Juan María Segura


La provocación a través de escritos es una forma inteligente y efectiva de llamar la atención, siendo los diferentes lugares y situaciones de origen de los provocaciones (el cine, el fútbol, la vivencia personal, el arte, el mundo de los negocios, o lo que sea) recursos infinitos (culturales, sociales, deportivos, artísticos) de los que nos podemos valer. En materia educativa, provocamos de esta manera para cambiar conductas, provocamos para animar una nueva marcha, provocamos para ayudar a hacer de una manera novedosa lo que entendemos que debe ser renovado. Al provocar, buscamos encontrar una nueva praxis. Provocando, nos provocamos a nosotros mismos.

¿Cuál debería ser la idea central o el concepto que cohesione y sirve como síntesis frente a un conjunto de textos pensados para provocar? El riesgo. Innovar, en pensamiento, pero fundamentalmente en la práctica, nos saca del lugar de confort, de una zona reconocida de relaciones, prácticas y resultados, y nos ubica en una zona nueva, en un territorio desconocido de interrelaciones. Nos saca de lo que conocemos, y nos pone en riesgo y en penumbras, en un lugar desde donde debemos crear nueva luminosidad, nuevas evidencias.

La innovación en la práctica atenta de alguna manera contra la naturaleza del hombre, quien se siente más a gusto haciendo aquello que conoce y reconoce, que practicó durante tiempo y que aprendió a dominar. Innovar, por el contrario, estresa, desconcierta, obliga a volver a aprender. Para innovar hay que tener buenas ideas, pero fundamentalmente hay que tener coraje, y ganas. Innovar en educación nos pone en riesgo frente a nuestros colegas, frente a los alumnos, frente a la opinión pública, frente a los padres de los niños que estamos intentando ayudar.

La innovación no es un capricho, ni un deseo de cambio por el cambio en sí mismo, mucho menos una tendencia natural de nuestra naturaleza antropológica. ¡Todo lo contrario! La innovación consiste en, deliberadamente, enfrentarse con la práctica histórica, con herencias y legados, con el pensamiento grupal, con la conducta corporativa, con las zonas de confort disciplinares. Es una pendiente escarpada que muchos, diría la mayoría, intentan evitar, porque se proyecta en el imaginario como resulta en la práctica: de difícil trayecto. La innovación es un trayecto plagado de piedras, desniveles y baches, con pocos socios, que demanda esfuerzo, persistencia y valentía. Para tomar el riesgo de la innovación hay que tomar el riesgo de ser valiente y enfrentarse a la mirada del resto, de la mayoría, que está observando la forma en la que se asciende esa pendiente escarpada, no tanto para aprender, sino más bien para celebrar cuando se tropiece.

Los innovadores son practicantes relativamente solitarios, altamente ingeniosos, sumamente valientes y obsesivamente metódicos, que han logrado prescindir de la mirada y juicio del otro y del conservadurismo disciplinar, gracias a que han vuelto a descubrir el placer por aprender. Que linda esta idea: aprender es una acto innovador en sí mismo. Cuando somos niños, somos tremendamente innovadores, pues aprendemos todo el tiempo. Tomamos el riesgo de aprender, somos audaces, estamos permanentemente reconsiderando lo que sabemos, no tememos decir ‘antes pensaba así, ahora piensa de otra manera’. No nos avergüenza aprender, todo lo contrario. Sin embargo, a medida que crecemos nos volvemos más conservadores, pues nos hacemos aprendices haraganes. Cuando finalmente dominamos (a creemos que dominamos) una práctica, damos por concluida nuestra ‘necesidad’ de aprender, y allí comienzan nuestros problemas.

Si desea hacerse innovador en su práctica, por lo tanto, reconsidere su afán por aprender. Comience desde allí, y comprenderá que innovar y aprender son una misma aventura, riesgosa, sin duda, pero fascinante y transformadora.