JUAN MARÍA SEGURA

El significado de lo que hacemos

Por Juan María Segura


Mientras alistamos los últimos preparativos del IV Congreso de Educación y Desarrollo Económico, no puedo sacarme de la cabeza la pregunta, supuestamente ingenua, de mi hijo: “Papá, ¿para qué haces ese congreso?”. Es cierto que los objetivos del evento son claros; que la pregunta marco que impulsa la iniciativa desde sus orígenes, allá por diciembre de 2014, continúa vigente; que los paneles tienen objetivos específicos de debate con los que estuvieron de acuerdo los oradores. Así y todo, la pregunta es penetrante. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Cuál es el sentido de nuestras acciones? Cuál es el significado de nuestra agenda de actividades, en la era del significado? ¿Por qué nuestra semana tiene la dinámica que tiene? ¿A dónde nos lleva?

Repasemos un poco lo que dice el Congreso de sí mismo. Los objetivos que se propone desde sus inicios, y con los que sigue siendo fiel, son los siguientes: primero, debatir evidencias de los sistemas educativos y productivos que permitan echar luz sobre la coordinación necesaria entre educación formal (principalmente universitaria en esta edición) y productividad con miras a la competitividad de una Nación. El presidente Macri indicó al momento de su asunción que “…en los próximos 10 años el mundo cambiará más que en los anteriores 100. Debemos educarnos para una generación de empleos que hoy ni siquiera podemos imaginar. Debemos acoplar los objetivos de la educación con los objetivos del empleo. Estaremos bien cuando los empleadores se disputen a nuestros egresados. Debemos proponernos ganar el campeonato mundial de la educación. No se juega en ningún estadio, no tiene hinchada, no tiene goles, pero la gloria que otorga este torneo dura 100 años…”. No puedo estar más de acuerdo con esas máximas, y pienso que el Congreso hace un aporte original y atractivo en esa dirección. 

El segundo objetivo es integrar miradas de diferentes actores y agentes relevantes, ya sean del sector público, privado, social, sindical, religioso, o de cualquier campo disciplinar. El listado de quienes han participado en el pasado y de quienes lo hagan en esta edición habla por sí solo. Más allá de la incomodidad que a algunos genere el hecho de crear un espacio para debatir sobre educación alimentado por miradas ajenas al sistema educativo, enlazar e integrar es un objetivo noble y casi contracultural, en el país de la grieta y de las divisiones.

Finalmente, el Congreso aspira a proponer soluciones, esbozando agendas de trabajo concretas, ambiciosas y multisectoriales, pero realizables, medibles y auditables por la sociedad en su conjunto. Si bien en este aspecto aún no se han realizado grandes aportes, la encuesta e investigación que se publica cada año creemos que hace un importante aporte en este sentido, largamente compartida por medios y especialista.

En un mundo con más de 4 mil millones de personas que acceden diariamente a internet, con más de 500 hora de video que se suben por minuto a Youtube, con más de 50 smartphones de última generación que se venden por segundo en el mundo y con más de 1,2 mil millones de usuarios que comparten contenido diariamente en Facebook, tener una escuela que pierden al 45% de su alumnado en el proceso de escolarización y una universidad que pierden prestigio y funcionalidad, es un problema mayúsculo. Aceptar que la lectura hipertextual desplaza a gran velocidad al libro de Gutenberg y desafía a todas las estrategias pedagógicas vinculadas a la alfabetización en lectocomprensión, y testimoniar con sorpresa una nueva revolución de robótica, inteligencia artificial e internet de las cosas que desafía nuestra forma de ver el mundo es, sin dudas, un llamado a la acción. ¡Es un llamado urgente a la acción!

En este entorno de hechos y datos, la pretensión de esta nueva edición del Congreso es retomar el diálogo desde la tensión etimológica histórica de la educación entre educare y educere. Se cumplen ya 100 años de la reforma universitario de 1918, y nuevas estrategias pedagógicas e institucionales se vuelven imprescindibles, si deseamos favorecer el nacimiento de una nueva Nación más justa, solidaria y competitiva. Nunca antes el mundo se transformó de tal manera y en tan poco tiempo, y nunca resultó tan imperioso que educación y empleo dialoguen de una forma más íntima, dinámica, natural y armoniosa. Las estrategias jurisdiccionales de escolarización deben ayudar a mejorar la calidad y el volumen de jóvenes egresados, facilitando su inserción interesada en la experiencia de la educación superior y del mundo del trabajo.

El potencial de la juventud de nuestro país y de toda la región descasa en gran medida en la forma en la que dirigentes políticos, empresarios, líderes de opinión, intelectuales, emprendedores sociales y hombres y mujeres de la educación logren dar cuenta de este desafío. Nuevas alianzas, ideas originales y audacia política son demandadas a escala y con urgencia, y este Congreso intenta ser un pequeño aporte en esa dirección, en ese reencuentro, en esa reinvención de nosotros como colectivo social.

Dicho esto, que parece claro, vuelvo a la pregunta incisiva de mi hijo. ¿Por qué participo de la organización de este Congreso? Aquí la respuesta: para tomar partido desde el lado de los que proponen, y no solo desde el cómodo lugar de los que solo se quejan y reclaman. Para hacer de la educación no tanto una discusión académico-pedagógica de la que participan solo algunos “sabios”, sino una causa nacional de la que participen hacedores y líderes de opinión de diversas áreas e industrias. Finalmente, para crear una interfase, un puente entre esta coyuntura de malos hábitos, diseños institucionales, políticas y resultados de aprendizaje, y esta época que nos desafía e invita a participar de un momento sin precedentes de creación colectiva.

Aún en vísperas de la puesta en escena de un nuevo gran debate educativo-productivo, alimentado por profesionales comprometidos, competitivos y destacados en su práctica, es bueno parar la pelota y reflexionar sobre el significado de nuestras acciones. Encontrar el valor transcendente en nuestras actividades es crucial, no solo para responder las preguntas ingenuas de nuestros hijos, sino principalmente para saber si estamos dando la talla con la problemática, con la época y con lo que se espera de nuestras participaciones.