JUAN MARÍA SEGURA

Ese obsequio que no apreciamos

Por Juan María Segura


Durante uno de los primeros webinars que realicé al comienzo de la cuarentena, pregunté a la audiencia cuál era su estado de ánimo dominante anterior a la pandemia. La respuesta, en formato de nube de palabras, ubicó en el centro de la escena a la palabra libre, acompañada en segundo plano por el optimismo, la felicidad y la alegría. La añoranza de una vida anterior libre, elegida, aún con todas sus incomodidades y pérdidas de tiempo, doblegada por el encierro y el distanciamiento de facto. Lo que teníamos y ya no poseemos, visto en retrospectiva. Ese principio que repetimos en nuestro himno en escala musical ascendente, arrancado de nuestras posibilidades presentes.

La libertad es la facultad y el derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una comunidad. Dicho en sencillo, es la capacidad de disponer del tiempo de acuerdo con nuestro propio deseo, sin pisar o afectar derechos de otros. Libertad, uso alternativo del tiempo e incertidumbre son componentes inseparables de nuestros procesos decisorios y de nuestros proyectos de vida. Disponiendo de nuestro derecho individual y colectivo de ser libres y autodeterminados, diseñamos rutinas y trayectorias de vida para transitar un futuro que deseamos domesticar. Esas trayectorias, aún cuando a otros parezcan grotescas o intrascendentes, nos hacen sentir libres y eventualmente realizados.

Es claro lo que la pandemia nos quitó. Salud, sin duda. Trabajo, naturalmente. Ahorros, para quienes tenían algo debajo del colchón. Muchos proyectos quedaron truncos, los viajes debieron ser abortados, el contacto humano quedo circunscripto a la mínima expresión. Perdernos en una multitud para alentar al equipo, al líder de la banda de rock o al político de turno dejó de ser una opción, lo mismo que actuar con espontaneidad y salir caminando a tomar aire, un helado o un café. Sentimos que perdimos libertad, y por eso la añoramos, la recordamos con nostalgia, hasta la idealizamos, maldiciendo a toda la cadena de acontecimientos que nos colocó en esta situación de restricciones y carencias, desde el primer contagiado en Wuhan el 11 de enero, hasta los conitos que pone en la vía pública el Intendente de mi vecindario. De tanto que sentimos que perdimos, no logramos comprender que la pandemia vino a la vez con un regalo invaluable: toneladas de tiempo para nosotros. ¿Cómo es eso? Veamos.

Primero, recibimos tiempo para mirar hacia adentro y preguntarnos qué somos. Sentados al lado de la hornalla mientras calentamos el agua para el mate, seguro pasamos una inusitada cantidad de horas con la mirada fija en las llamas de fuego, sin apuro, sin la necesidad de salir raudos a apiñarnos en el transporte público o la autopista, simplemente perdidos en nuestros pensamientos. Reflexionar sobre nuestra propia naturaleza, sobre nuestras vidas, sobre el sentido de nuestros proyectos, sobre nuestros logros, es una acción que nadie nunca antes nos había permitido realizar. No hablo de balances, ni de rendición de cuentas, sino de una reflexión profunda de nuestras propias vidas. ¿Qué somos? ¿Quiénes somos verdaderamente? ¿Cuáles son nuestras metas, a la luz de la revisión silenciosa y profunda de nuestras trayectorias? Que regalo.

Segundo, recibimos tiempo para elevar la mirada y preguntarnos qué tenemos. No tanto lo que tenemos en la heladera o en la cuenta bancaria, que son nuestras grandes obsesiones, sino más bien para comprender qué nos ofrece la época como recursos. Leímos mucho sobre la cuarta revolución industrial en los últimos años, pero ahora tenemos la oportunidad de comprenderla en profundidad. Podemos ver videos, tutoriales, clases, documentales, leer el material que deseemos, anotarnos en los cursos que encontremos atractivos, sin pagar un centavo y desde nuestros modestos smartphones, para comprender qué nos ofrece la época. Nunca antes en la historia de la humanidad dispusimos de tanto material, tanto recurso, gratuito y digitalizado, para poder comprender, para informarnos, para cotejar datos, para crear nuestros propios significados de la época. Saber qué tenemos más allá de nuestro patio debería ser de vital importancia para poder juzgar si nuestra libertad está o no verdaderamente en riesgo, para verificar si nuestra sensación de encarcelamiento es consistente con nuestras posibilidades de aprender, emprender y de realizarnos.

Finalmente, recibimos tiempo para pensar en el futuro y preguntarnos qué queremos hacer, cómo deseamos enfrentarlo. El futuro siempre se nos presenta como un territorio incierto de ocurrencias, frente al cual deseamos posicionarnos de determinada manera. Esa incertidumbre, inherente a su condición de tiempo próximo, nos invita a crear acuerdos, estrategias, planes, trayectorias, y nos lanza a la aventura. Reflexionar sobre qué queremos hacer en el futuro con ese futuro, luego de haber reflexionado sobre nosotros mismos y luego de haber auditado mejor lo que nos ofrece este tiempo histórico, puede significar la refundación de nuestras propias vidas y proyectos. Al menos, no deberíamos desdeñar la oportunidad de considerarlo.

Suelo mencionar que la gran revolución de esta época es la del uso alternativo del tiempo. Vivimos una época que nos permite utilizar provechosamente muchos de los tiempos muertos que antes inundaban nuestras rutinas. Con 1 minuto me alcanza para ver unas stories en Instagram y chequear el WhatsApp, 2 minutos me permiten ver los goles de mi equipo en Youtube, con 3 minutos puedo repasar portales de noticias y títulos en sus respectivos Apps, en 4 minutos puedo chequear mails y responder los más urgentes, si son 5 los minutos puedo ver un tutorial que tengo pendiente, y así sucesivamente. Y si no tengo nada de tiempo (¿?), puedo poner música, un podcast, una radio online o un libro digital en función de lectura, y salir a caminar. De hecho, el uso alternativo del tiempo es la marca genética de los centennials, razón por la cual poseen un nivel atencional de entre 4 y 8 segundos. Saben que el tiempo vale, y mucho.

Encuentro que somos desagradecidos con este regalo que nos hace la pandemia, pues no sabemos muy bien qué hacer con tanto tiempo. Y para ocultar ese desconcierto, decidimos vivir embarullados, aun encerrados, aun en cuarentena, saltando de zoom en zoom, obsesionados con los problemas que no podemos resolver, atareados con las trivialidades que obturan nuestras agendas sin hacernos mejores, sensibles a las noticias sin trascendencia ni sustancia, alertas frente a hechos grises protagonizados por personas mediocres. Días pasados publiqué la siguiente encuesta: ¿Pensas que el escándalo del diputado Ameri se 'inventó' para tapar otros problemas? Mas allá de la sorpresa del resultado (28% respondió afirmativamente, tanto en Twitter como en LinkedIn…), lo que más me llamó la atención fue que el posteo multiplicó por 20 el alcance de mis encuestas habituales, que están relacionadas con la educación. ¿Comprende el punto?

De la cuarentena saldremos seguramente más pobres, pero podemos salir más sabios. ¡Debemos salir más sabios! Para ello, aceptemos los obsequios que esta pandemia nos ofrece, que son pocos, pero trascendentales. Honremos la libertad, y utilicemos el tiempo que nos regalaron para ser mejores.