JUAN MARÍA SEGURA

Impacto

Por Juan María Segura


Las clasificaciones académicas de universidades o rankings académicos son listas ordenadas que clasifican a las universidades de acuerdo con una metodología de tipo bibliométrico, que incluye criterios objetivos medibles y reproducibles. El objetivo de estas listas es dar a conocer públicamente la calidad relativa de tales instituciones a través de la comparación de sus publicaciones en revistas científicas e indexadas, premios de sus alumnos, egresados o docentes, y volumen y contenido de tráfico académico en internet, todos parámetros objetivos, no manipulables y verificables. 

Existen seis rankings académicos bibliométricos de cobertura mundial, impulsados por las siguientes instituciones: el Times Higher Education Ranking (desde 2001), el de la Universidad Jiao Tong de Shanghái (desde 2003), la clasificación webométrica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (desde 2004), la clasificación de Scimago (desde 2009), el University Ranking by Academic Performance (URAP) de la Universidad Técnica de Medio Oriente de Turquía (desde 2010) y el de la Universidad Nacional de Taiwán (desde 2012). En todos ellos, la región destaca por su casi nula presencia, con aproximadamente 8 apariciones entre las primeras 400 ubicaciones, en general con ubicaciones muy alejadas de los grupos de elite. 

Brasil es el país con más apariciones en estos listados, con la Universidad de Sao Paulo presente inclusive en los top 100 de los rankings de Webometrics, Scimago, URAP y Taiwán. El resto de sus instituciones mencionadas (Universidad Estadual Paulista, Universidad Federal de Río de Janeiro, Universidad Estatal de Campinas, Universidad Federal de Rio Grande del Sur, Universidad Federal de Minas Gerais), junto la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de Buenos Aires de Argentina (UBA) y la Universidad de Chile, completan un grupo sumamente pequeño, y una primera radiografía que delinea un perfil de institución poco vistosa, en particular en el campo de la producción científica. 

La UBA es la única institución presente de argentina entre los primeras 400 instituciones mencionadas, aparece solo en algunos de los rankings mencionados arriba y siempre se ubica más allá de la posición 250.   

Además de los rankings bibliométricos, existe lo que se llama la clasificación parcialmente académica, que generalmente se completa siguiendo criterios de apreciación subjetiva. No son listados basados obligatoriamente en métodos bibliométricos o científicos claros, y reflejan muchas veces los promedios de las opiniones de encuestados que pueden ser individuos no necesariamente con títulos académicos o con conocimiento del conjunto de las universidades del mundo. Muchas veces estos estudios son publicados por encargo de las propias universidades con el objetivo de realizar publicidad en las épocas de los registros a las universidades, y por ello reciben muchas críticas. Entre los criterios evaluados suelen aparece opiniones de graduados o empleadores, relaciones entre graduados y matriculados, aspectos de infraestructura, oferta académica y datos del tipo. En este grupo menos riguroso y respetado de ranking de universidades, tal vez el listado más comentado sea el QS World Ranking, publicado desde 2011 por el grupo Quacquarelli Symonds, y que suele lograr mucha divulgación a partir de posiciones en el listado de instituciones que no tienen presencia en los rankings más académicos. 

En la medición de 2020, publicada recientemente, el ranking QS mostró a 12 instituciones de la región entre las primeras 400 del mundo, una proporción que dobla a lo observado en el grupo de mediciones anteriores. En esta medición la UBA lidera el listado de la región y se ubica entre las primeras 100 (66), aparecen nuevos jugadores (el TEC de Monterrey, la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad de los Andes) y nuestro país suma a la Universidad Católica Argentina (326) y a la Universidad de Palermo (377). Nuevamente, esta no es una clasificación que deba ser tenida especialmente en cuenta, dada su metodología, pero es importante mencionarla, para cuando se deba juzgar la acción comunicacional de algún actor en particular.

Para sumar visiones, la empresa Reuters también publica desde 2015 el ranking de las 100 universidades más innovadoras del mundo, con gran presencia de las casas de estudio de Estados Unidos, con 14 de las primeras 20, y 46 de las 100. En la distribución por región, América del Norte posee 48%, Europa 32%, Asia 18%, Medio Oriente 2%, y no hay representantes de Oceanía, África, Centro o Sud América.

Para finalizar, hace algunos días se publicó un nuevo ranking, el WURI (World’s Universities with Real Impact), impulsado por una liga de universidades creada en Holanda en 2018, la HLU. Este ranking busca hacer mayor énfasis en las aplicaciones prácticas de las ciencias y de la tecnología, que en la investigación y en las citas en documentos académicos como criterio dominante de organización de las casas de estudio. En la publicación del primer ranking aparecieron nombres de instituciones que ningún otro ranking académico o pseudo académico hasta el momento había podido incluir, como Minerva Schools (USA, 5), Singularity University (USA, 16), Ecole 42 (Francia, 17), Free University of Berlín (Alemania, 23), Cheung Kong (China, 37), o Samsung Art and Design Institute (Corea, 68). El nuevo abordaje equipara las representaciones de USA, Europa y Asia, con aproximadamente un tercio del ranking para cada uno, dejando solo 1 universidad de África, y ninguna de Oceanía o Latinoamérica.

Es curioso que la publicación del WURI fue casi en simultáneo a la publicación del último ranking QS, y este acaparó los titulares, noticias y comentarios en redes, mientras que el primero, significativamente más relevante y estratégico, pasó desapercibido.

Jamás podría desear que la UBA salga mal parada en un ranking universitario. Mi padre, mis hermanos, yo mismo, y ahora mi hija, estamos unidos por la experiencia de estudiar nuestras carreras de grado en la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, esa nostalgia y afecto personal no me impide observar más fríamente que nuestras universidades, de gestión estatal o privada, y la mayoría de las universidades de la región, van ingresando sin pena ni complejo en una etapa de senilidad que puede ser terminal. En la medida que sigan más interesadas en auto preservarse, más atentas a las demandas de sus profesores que a las falencias de sus alumnos, más entusiasmadas con el pasado que con el futuro, más enfocadas en crear titulados que en lograr impacto real, la suerte de ellas parece echada, aún cuando los rankings de dudosa calidad nos digan cosas lindas.

Si el nombre del juego en este nuevo mundo dinámico, digital, interconectado y con urbes superpobladas es el impacto, entonces sería conveniente tratar de comprender a qué juego están jugando las universidades de la región. ¿Están nuestras universidades realmente comprometidas con las demandas y los desafíos de la época? Deberían. Y deberían poder demostrarlo. Y deberían gritarlo a cuatro vientos, aun cuando ese impacto transformador real tarde en llegar.