JUAN MARÍA SEGURA

Las universidades van a explotar

Por Juan María Segura


Entre las muchas definiciones, predicciones y testimonios que posee el último libro del periodista Andrés Oppenheimer, ¡sálvese quien pueda!, tal vez la que más me movilizó a la reflexión es la que señala lo que indica el título de esta columna: que la universidad va a explotar. Eso es lo que le transmitió al autor Salim Ismail, exdirector de innovación de Yahoo! y conferencista de Singularity University, en una cena que mantuvieron durante 2017. ‘…El valor de un diploma universitario en ciencias de la computación ha caído a cero, porque los startups le dan mucha más importancia a un rating de 100% en GitHub (plataforma de internet que usan los programadores en Silicon Valley para colocar sus proyectos en la nube y recibir sugerencias y aportes de sus pares) que a un título de programación de las universidades más prestigiosas del mundo…’, dice Ismail. Y continúa ‘…Ya hoy, si quieres ser un experto en la tecnología blockchain, no vas a ir a una universidad. Vas a ir con el mejor experto en blockchain que puedas encontrar…’.

Frente a estas y otras definiciones equivalentes, el autor concluye que las universidades convencionales son instituciones tan anquilosadas y reacias al cambio que no hay forma de que puedan ponerse al día con los últimos adelantos tecnológicos. Y yo completo: no hay manera de que puedan aprovechar esta abundancia de recursos (muchos de ellos gratuitos o a costos inexplicablemente económicos) que el mundo ofrece.

La robótica utilizada en áreas de servicios gastronómicos o financieros, la inteligencia artificial aplicada a revolucionar el derecho, la litigación o el periodismo, y la nanotecnología inaugurando novedosos procedimientos médicos no invasivos y de enorme eficacia terapéutica, son algunos de los impactos transformadores que el mundo está recibiendo de manos de la cuarta revolución industrial. Hablar de los trabajos del futuro obliga a tomarse en serio estos escenarios, y a pensar de una forma más creativa la universidad que necesitamos, y de una forma más crítica aquella de la cual disponemos.

En Argentina, la universidad viene siendo noticia en las últimas semanas, no tanto por las transformaciones y adecuaciones que va realizando el sistema, en el afán de ponerse a tono con esta época, y así desactivar su implosión. Tampoco por la calidad agregada de sus egresados, que no resuenan en el mundo, lo cual se verifica en casi todos los rankings universitarios mundiales serios. La noticia es que falta plata, solo eso. Para salarios, para reparaciones y obras, para gastos varios, pero el tema es solo ese.

No es poca cosa que falte dinero (¿acaso no aplica ello a todos los servicios que actualmente presta el gobierno?), claro, pero no debería ser la preocupación central del sistema, y menos aún en vísperas de lo que muchos auguran ya desde hace años, que es la destrucción del sistema por su propio anacronismo. Personalmente marqué este punto en ocasión de la declaración del CRES, en junio pasado, declaración que señalé como deshonesta, nostálgica y corporativa, plagada de lugares comunes y omisiones groseras.

Ahora el argumento proviene no solo del trabajo investigativo del citado periodista, sino de los resultados de la encuesta del IV Congreso de Educación y Desarrollo Económico. En una parte de ella, se consultó si el sistema universitario local preparaba para el mundo del trabajo. Tanto adultos como adolescentes respondieron positivamente, indicando un saldo neto de respuestas positivas y negativas de +12% y +15%, respectivamente. Esta respuesta me resultaba difícil de explicar, siendo que los adultos habían respondido -11% a la misma pregunta un año antes, y en el camino no se conocieron grandes transformación del sistema. ¿Qué hizo que los adultos cambien de opinión, pasando de una percepción general negativa de -11% en 2017, a una positiva de +12% en 2018?

Sin necesidad de tener que desplegar teorías sociológicas complejas, la respuesta de mis dudas llegó de la mano de una pregunta realizada solo a los jóvenes. ¿Creen que podrán trabajar una vez que concluyan sus estudios universitarios? La respuesta neta fue contundente: -16%. Al abrir la respuesta, la proyección negativa se verificó en todas las opciones: -9% en una empresa, -12% en educación, -20% en ciencia, -8% en arte y -29% en lanzar un emprendimiento propio. Para decirlo más claro, finalizados los 5, 7 o equis años que los encuestados dediquen a sus estudios universitarios, sus expectativas de conseguir o crear trabajo son muy bajas. ¿Acaso este diagnóstico solo tiene que ver con el ciclo económico del país, o hay algo más profundo en el sistema universitario que impide a los egresados integrarse con naturalidad en ese mundo tecnificado, multidisciplinario y dinámico tan bien descripto por el periodista?

Las universidades del presente deben colaborar a resolver ese desacople tan patente que hay entre sus estudiantes, planes de estudio y dinámicas de trabajo, y este mundo que se transforma a una velocidad exponencial, matando empleos y profesiones en cada esquina, y generando un novedoso universo de oportunidades y nuevas temáticas en cada entrecruce de disciplinas.

¡Sálvese quien pueda! finaliza señalando algunas de las profesiones que el autor piensa que serán relevantes en el futuro. Más que profesiones, yo diría que son ejes o agrupadores temáticos. Vale la pena que sean comprendidos de tal manera desde la propia universidad, si es que esta está a la búsqueda de un nuevo rumbo que la amigue con su alumnado. Especializarse en energías alternativas, en análisis de datos, en investigación policial digital o en la producción de entretenimientos artísticos, culturales o deportivos exige que las universidades se piensen más como ecosistemas temáticos abiertos, en diálogo con múltiples actores y permeables, que como edificios cerrados donde unos pocos dictan clases siempre similares.

El presidente del MIT señala que no solo se acabarán las carreras tradicionales, sino que entrar a la universidad será algo así como comprar una suscripción a una revista, que te permitirá acceder a cursos que te van a mantener actualizado durante toda tu larga vida laboral. Por su parte, el presidente de la Universidad de Miami indica que las universidades tendrán una arquitectura abierta, que facilitará a la gente entrar y salir todo el tiempo, toda la vida, no solo para el enriquecimiento personal, sino también para lograr desarrollar capacidades analíticas que garanticen la flexibilidad que demandará un mercado laboral cambiante.

Por lo tanto, cuando vea a directivos y líderes universitario marchando por más presupuesto, pregúntese (o pregúnteles) si sus instituciones saben que, tal como están, y aún si les proveen el dinero que reclaman, tienen los días contados.