JUAN MARÍA SEGURA

Matemática, la gran batalla

Por Juan María Segura


Hace ya 1 año que se conocieron los datos del Operativo Aprender del 2019, el censo anual de los aprendizajes escolares. En esa oportunidad les tocó el turno a los alumnos de último año de la secundaria, de todas las escuelas, de todas las provincias, quienes fueron evaluados en dominios de matemática, lengua, ciudadanía y ciencias naturales. El resultado agregado promedio de aquel entonces para las cuatro temáticas indicó que el 42,75% de los alumnos finalizaban la experiencia escolar sin los dominios necesarios para la etapa educativa subsiguiente, o para ingresar productivamente en el mundo del trabajo. O sea, más de 4 sobre 10 alumnos graduaban rengos, cojos y tuertos en términos de aprendizajes escolares. Una población escolar mutilada, con todas las restricciones que ello supone para su futuro desenvolvimiento en una experiencia de educación superior, en una pasantía o en un primer empleo, aunque sea en una pyme. Una tragedia. Y a aquellos datos, en su momento, se los comió la coyuntura. Y a semejante diagnóstico, en el último año, se lo tragó la disputa electoral.

No estoy seguro de que lleguemos a dimensionar como sociedad la gravedad de lo que indican estos guarismos. No llego a sentir que verdaderamente sopesemos con precisión en qué camino nos estamos metiendo como sociedad, como colectivo, como proyecto de Nación, y qué avenidas estamos abandonando por un buen rato. En encuestas elaboradas por D’Alessio Irol/Berensztein y por Synopsis, la educación figura lejos de las primeras preocupaciones, siempre por detrás del empleo, la inflación, la inseguridad y la corrupción.

Al desglosar los resultados del Operativo de aquel entonces por área, claramente lo que más genera preocupación es el rendimiento matemático de los alumnos, dado que solo el 28,6% gradúa con los conocimientos suficientes. O sea, más de 7 de cada 10 alumnos de los que completan la escuela secundaria (que son la mitad del alumnado que la inicia…) salen comprometidos, porcentaje que empeora hacia la escuela de gestión estatal y hacia los niveles socioeconómicos más bajos.

La matemática, es importante afirmarlo, no es un dominio más de un cajón curricular que se deba llenar, sino que es un supra dominio, que embebe muchas otros disciplinas y que atraviesa rutinas de la vida cotidiana, profesiones y muchos de los trabajos nuevos de la cultura digital. Robert Logan, investigador del MIT, habla de la matemática como el tercer lenguaje que creó el ser humano, que inclusive facilitó la emergencia del lenguaje de la ciencia, y también del lenguaje computacional. La M de la sigla STEM, y también de STEAM, hace referencia a matemática, y hoy todas las Naciones alientan formación STEM y demandan capacidades equivalentes para el mundo del trabajo, mientras nosotros seguimos formando psicólogos, abogados y politólogos. Y ni que hablar de la ciencia de los datos, ese campo emergente y transdisciplinario desde el cual se intenta interpretar el potencial de los datos, la tecnología y la inteligencia artificial para resolver problemas de largo arraigo.

Y este cuadro es previo a la pandemia.

Debemos suponer que esos resultados de aprendizaje se vieron seriamente agravados durante el tiempo que estuvimos confinados. La bomba que supuso el covid-19 discontinuó el sistema escolar presencial durante casi 2 años, impidiendo al sistema desplegar sus estrategias e intervenciones remediales. Si bien en algunos casos se montó un sistema precario de acompañamiento a distancia del alumnado y luego un esquema muy poco efectivo de burbujas, muy poca de la planificación escolar del 2020 y del ciclo escolar actual finalmente se pudo desplegar. Con algunos alumnos, inclusive, ni se logró establecer contacto. El Ministerio de Educación Nacional discontinuó el Operativo Aprender durante 2020, y en julio de este año anunció un nuevo esquema integral de evaluación de aprendizajes que se irá implementando en formar progresiva. Sin embargo, a pesar de que no dispondremos de datos de aprendizaje en el mediano plazo, no es necesario ser muy sagaz para imaginar el agravamiento de los aprendizajes escolares, en particular de aquellos de matemática.

Mas allá de lo que la escuela tenga para ofrecer, cada vez me convenzo más de que debemos convertir a la matemática en una causa nacional, en una novedosa cruzada cultural. Ya no alcanza solo con la escuela, el tema es demasiado grave para dejarlo en manos de una única institución, que además está fracasando estrepitosamente. Debemos sacar la matemática a pasear y convertirla en cultura popular, filtrándola en todos los órdenes de la vida. Debemos cambiar el estereotipo del nerd con anteojos de gran aumento resolviendo ecuaciones complejas de espalda a las risas de sus compañeros, y reemplazarlo por el de un triunfador de la digitalización y del siglo XXI. Saber matemática debe garpar, no solo con buenas notas, sino en el trabajo, entre los amigos, en la consideración social. Debemos impulsar olimpíadas, maratones, efemérides, premiaciones sustanciosas, programas de tv. También hacen falta youtubers, instagramers y streamers matemáticos, para conectar con los chicos desde temprana edad, desde otro lugar. Periodistas deportivos, panelistas y faranduleros, todos deberían incorporar formación, lenguaje y herramientas matemáticas en sus apariciones, si el propósito es iniciar una verdadera batalla. Con la escuela sola no alcanza. Y con nuestra escuela, menos aún.

Claro que también existen estrategias probadas que favorecen el aprendizaje de matemática dentro de la escuela, que nuestro sistema debería incorporar. Primero, conectar la enseñanza con el entorno. Un estudio del Reino Unido verificó que alumnos de octavo grado mejoraron la resolución de problemas matemáticos del 43% al 98% solo por haber podido aplicar el problema a un situación real. Segundo, dar retroalimentación inmediata, manteniendo activa la participación del alumno y desactivando en forma temprana la aparición de ansiedad demostrada en informes de la Universidad de Stanford. La tecnología hace que esta estrategia sea de muy sencilla implementación, creando repositorios de problemas y desplegando personalización de trayectorias de aprendizaje. Y, por último, enseñando a través de entornos lúdicos, en diseños de aula o plataformas que reúnan las consignas que hacen del juego una actividad estimulante para los alumnos. Mangahigh, por ejemplo, es una plataforma de origen inglés, creada en 2008, que enseñanza matemática a través del juego en forma digital en un sinnúmero de idiomas, siguiendo una currícula oficial. Y no es la única plataforma disponible. 

Me resulta obvio que el futuro del trabajo será más digital, más tecnificado, más interpretativo. Lo que hace unos años realizaba una palanca mecánica accionada por un brazo fornido, ahora lo realiza un botón presionado suavemente sobre una pantalla, o simplemente un mensaje oral, que activa circuitos electrónicos de ceros y unos, algoritmos y procesos de infinitas iteraciones. Nuestro vínculo con los problemas y las soluciones estará cada vez más mediado por los números. Las pantallas de nuestros celulares, así de lindas y sencillas como se ven, son números, algoritmos y ecuaciones que corren a gran velocidad. ¿De verdad creemos que podemos seguir permitiendo que nuestros hijos y alumnos sigan sin aprender casi nada de matemática?