JUAN MARÍA SEGURA

No es educación para pobres

Por Lina Zuluaga Ocampo


¿Sabía usted que en 1845 un grupo de estudiantes hijos de las familias más adineradas de Colombia fueron a cursar altos estudios técnicos a Estados Unidos? Ellos fueron los que a su regreso crearon las grandes empresas que surgieron en Colombia en el siglo XX.

Antes de la Ley General de Educación de 1994, los programas tecnológicos eran denominados “carreras intermedias”. Del Sena se decía popularmente que era la universidad de los pobres. Para muchos, quienes estudian una carrera técnica no lo hacen porque así lo escogieron, sino porque les tocó, porque “no les alcanzó la plata”. Para otros, aprender y ejercer un oficio, es menos digno que ser profesional.

Es algo cultural: históricamente trabajar con las manos ha sido visto como algo sucio y era de esclavos, de personas de menos recursos. En un mundo obsesionado con la posición social, no es prestigioso un trabajo que implique esfuerzo físico.  Así es como heredamos un cierto arribismo hacia el título profesional.

En Alemania y Reino Unido las carreras técnicas y tecnológicas y la formación para el trabajo son una opción de educación perfectamente válida para todos. Cualquier hijo de rico se decide por esta formación y no es objeto de ninguna estigmatización.

La realidad es que un país que quiere ser industrializado necesita a los doctores para investigar y aportar la patente, requiere que haya profesionales universitarios, pero mayoritariamente le urgen las millones de manos que operan con maestría taladros, majestuosas maquinarias de alta tecnología, arreglan cohetes o tienen el toque de hadas para hacer el patronaje de las más sofisticadas prendas de alta costura.

Hay cifras y ejemplos. Joi Ito, director del MIT Media Lab, un centro de investigación e innovación en Massachusetts, no tiene ningún título universitario. Ito, quien desde 2011 dirige este centro donde se concibieron ideas como el internet inalámbrico, los buscadores web y la tecnología para los dispositivos Kindle, inició estudios en dos universidades distintas, pero nunca terminó. Cuando Ito tenía 13 años, el director de la compañía de tecnología Ovonics le dio un puesto de ingeniero y se encargó personalmente de su entrenamiento transmitiéndole su experiencia y conocimiento.


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