JUAN MARÍA SEGURA

No se quejen, ¡sonrían!

Por Juan María Segura


El 05 de octubre de 1994 la UNESCO declaró el día mundial del docente. Tal vez sin anticipar el mundo novedoso que estaba en gestación, esta organización decidió dedicar una jornada para reflexionar sobre una de las profesiones y actividades más trascendentales y estratégicas de la que se puede valer una Nación para progresar como comunidad y colectivo, generando condiciones de movilidad social, justicia distributiva y equidad.

No tengo dudas en afirmar que, a 23 años de la declaración de la UNESCO, la profesión docente es la actividad y práctica más exigida, debatida, juzgada y evaluada dentro de un país, tanto por una opinión pública no tan experta, como para quienes entienden del asunto.

Repasemos un poco la época en la cual este debate ocurre. ¿Qué pasó desde 1994? A la aparición de internet unos años antes (1992) se sumaron Amazon (1994), eBay (1995) y Google (1998). Se crearon condiciones de hiperconectividad sin precedentes y apareció la idea del aprendizaje ubicuo. La época también es Wikipedia (2001), que apareció al año siguiente de que la OCDE implementara el primer operativo de evaluación PISA, Skype (2003) y Spotify (2006). La época también es la Khan Academy (2007), Julio Profe (2010), Educatina (2010) y el movimiento de las MOOCs (2o11). También es la época el IPhone (2007), Airbnb (2008) y Uber (2009). La época produjo un nuevo lenguaje, el del chat y de internet, gracias a Facebook (2004), Twitter (2006), Instagram (2010), WhatsApp (2010) y Snapchat (2011). La época son los autos eléctricos de Tesla (2003), la criptomoneda Bitcoin (2009) y la nube. La época es la primavera árabe (2010) y el Brexit (2016). Finalmente, la época son el programa One Laptop per Child (2005), el Kindle (2007), las universidades Singularity (2008) y Minerva (2012), los 4 mil millones de internautas, los 350 millones de alumnos que hacen homeschooling cada año en los Estados Unidos, las empresas B y los ciudadanos digitales de Estonia. La época son las 500 horas de video que cada minuto se suben a Youtube (2005), los youtubers, los programadores de menos de 20 años que aprendieron de videos tutoriales, los autos auto-comandados y el aprendizaje de por vida. La época, para finalizar, son los 48 smartphones por segundo que se vendieron durante 2016 y la charla TED dada por el Papa Francisco. No es poca cosa, ¿no?

No le propongo que repasemos de dónde proviene la educción como política de Estado, y los docentes como actores centrales de esa política, pues creo que lo tiene claro. Y lo tiene claro no por ser un experto, sino porque las principales consignas, hipótesis de trabajo, diseños, diagramaciones, dinámicas y propósitos del sistema no han variado estructuralmente en las últimas décadas. A pesar de la presión de esta época. A pesar de los avances de la neurociencia. A pesar de los millennials. A pesar de los malos resultados agregados de aprendizajes de muchos de esos sistemas resultantes de esas políticas de Estado. La región, y no solo Argentina, son un territorio particularmente palpable de este conflicto de época, de este intríngulis estratégico.

Por lo anterior, me resulta obvio el conflicto de la sociedad con la práctica del docente, esperable el colapso del diálogo entre los líderes educativos institucionales, inquietante e incierto el futuro inmediato del sistema y de la práctica, y hasta doloroso el destino de todo aquello de la práctica docente que vaya quedando claramente obsoleto y disfuncional.  

A pesar de todo ello, y aun corriendo el riesgo de ser tratado de insensible, deshumanizado o inclusive reduccionista, aquí me arriesgo a hacerles llegar a los docentes unas pequeñas recomendaciones.

Primero, colegas, hay que amigarse con la época. No la elegimos, pero apareció con una potencia, claridad y universalidad que no puede ser ajena a nuestra práctica. Y amigarse con la época significa, en esencia, redescubrir el amor y el apetito por aprender. La época nos sacó del carril en el que veníamos en piloto automático, y nos fuerza a experimentar, explorar, mezclar y dar de nuevo. ¿Durante cuánto tiempo? Hasta el final de nuestro mandato docente. Si, mandato.

Segundo, estamos obligados a entender el nuevo perfil del aprendiz, ese chico escurridizo, disperso, inquieto, curioso, desafiante, inconstante, tecnificado a niveles incomprensibles, sociable, juguetón. Ese niño que, cuando logramos conectarlo con una buena historia, didáctica, consigna, tiene la capacidad de sumergirse en pensamientos y actividades de aprendizaje con una atención y capacidad de concentración asombrosas. Nos debemos a ellos, y ellos saben valorar nuestra práctica cuando las consignas son adecuadas.

Tercero, ¡abracemos la tecnología! Para el año 2020 tal vez haya 50 mil millones de aparatos conectados a internet. El mundo es una gran telaraña de conectividades, flujos de datos, conexiones y streamings, que solo crecerá en densidad y complejidad. ¿Acaso pensamos que podemos prescindir de este entorno de flujos? ¿Acaso pensamos que la medicina, la religión, la producción industrial, la política, el periodismo, el arte, y todas las demás actividades deberán adaptarse a la inundación de la tecnología, y nuestra práctica podrá quedar ajena a ello? No somos Troya, y cometeríamos un grave error si confiásemos en que algunas murallas (¿la normativa actual? ¿una currícula general? ¿el poder de lobby de algunos gremios o grupos de presión?) nos mantendrán a salvo y a resguardo del avance del Aquiles de turno.

Cuarto, identifiquemos una nueva comunidad de pares que sienta igual que nosotros, y reforcemos vínculos. ¡Creemos nuevas alianzas! En este mezclar y dar de nuevo, tenemos que levantar la cabeza y disparar nuevas conversaciones con sentido con otros actores, y así encontrarnos con aventureros equivalentes. Los hay, y son muchos, solo hay que abandonar la sala de profesores, la biblioteca, la oficina, el frente del aula, y abrirse a nuevas relaciones, conversaciones, sociedades, comunidades de práctica.

Y, por último, no se quejen por lo que les toca vivir. Quejarse no es ni original, ni genera nada positivo. Nada. Por el contrario, agradezcan cada día de tener la vocación que tienen y hónrenla adaptando su práctica a la época con una gran sonrisa.

Queridos colegas docentes, en nuestro día mundial, los animo a que seamos modelo de conducta dentro y fuera del aula, ejemplos de práctica profesional y adaptabilidad, y arquitectos de una nueva Nación. Amigarnos con la época y sensibilizarnos con el futuro habrá sido, tal vez, la decisión más sabia de toda nuestra vida.