JUAN MARÍA SEGURA

Poder y educación

Por Juan María Segura

(extracto del libro "Yo qué sé (#YQS), la educación Argentina en la encrucijada")


No es necesario ser muy perspicaz para verificar la tensión que se vive dentro de las instituciones de educación en cualquiera de sus niveles. Esto no es de ninguna manera un ataque a tal o cual institución, país o formato, sino más bien un reconocimiento explícito de lo que es obvio a los ojos de toda la sociedad.

En un blog cualquiera, encuentro un listado de cosas, situaciones y prácticas escolares que se proyectan obsoletas de cara el SXXI que nos deben hacer reflexionar. El listado incluye a las salas de cómputos, a los espacios de aula aislados, a la ausencia de wi-fi en todos los rincones de un edificio escolar, a la prohibición de utilizar teléfonos inteligentes y tabletas en clase, a la presencia de un director de tecnología con un perfil de acceso como administrador y veedor general del sistema, a escuelas sin perfiles activos en las redes sociales, a bibliotecas tradicionales, ¡a clases para adolescentes comenzando a las 8am!, entre otras. El listado tiene más de provocación, que de futurología, y así deberíamos reflexionarlo.

La escuela, al igual que la universidad, posee manifestaciones claras y cotidianas de esa tensión, que van más allá de las taquilleras (y condenables, por supuesto) situaciones de violencia física, verbal o psicológica que viven con intensidad las cuarenta y ocho horas de cobertura que dan los medios, y que incluyen el egoísmo, el desinterés, la ausencia de amor y solidaridad, el desapego a normas esenciales de convivencia y conducta  y, por sobre todas las cosas, la falta de respeto hacia la autoridad. 

Desde la época de las cavernas en adelante, la autoridad es entendida e instrumentada como un principio de organización que permite a la raza humana afrontar los peligros y contratiempos de un medio hostil, como son los demás hombres y seres vivos, y la naturaleza del medio circundante. Y, como toda convención, ha debido adaptarse a los desafíos de los tiempos, migrando de cabeza en cabeza, yendo desde el curandero hacia el médico, desde los músculos hacia los cerebros, desde las lanzas hacia los fusiles y luego las leyes, desde los señores feudales hacia los Estados Naciones, permitiendo al hombre agregarse en comunidades, progresar, evolucionar, lanzarse a la realización de proyectos individuales y colectivos de vida, emancipándose de la vida a la intemperie de la que da cuenta con tanta precisión el filósofo Thomas Hobbes en su célebre Leviatán . Por lo tanto, el principio de autoridad, en cada época e institución, estuvo y seguirá estando íntimamente asociado a una realidad, característica, condición o necesidad específica del momento y que, resuelta la necesidad o modificada la realidad, el poseedor de esa autoridad redundará en un inmediato vacío de autoridad, poder y relevancia como articulador o árbitro de la satisfacción de las necesidades de esa comunidad. En algunos casos sin dar pelea alguna, como seguramente fue el caso de los choferes de carretas cuando se creó el automóvil, y en otros casos resistiendo aún por la fuerza el “desalojo” o despojo. 

Cuando miramos al sistema educativo a través del prisma de lo ocurrido en los últimos veinte años, tal vez encontramos algunos argumentos que nos permiten entender una parte del vacío de poder con el que deambulan por entre las paredes de las escuelas y universidades muchos profesionales de la educación, y que los lleva a recibir ese trato irrespetuoso. “Soy un director de una importante universidad”, pensaba yo mientras leía el correo de la joven. “¿Cómo se atreve a hablarme así?”. La joven pensaría “¿Por qué debería hablarle de otra manera? Es solo el director de una universidad”.

A pesar de que el entorno o medio circundante sigue mostrándose hostil de muchas maneras (será una constante del hombre siempre tener que interactuar con un medio amenazante en muchos sentidos) y que continúa siendo necesaria la función de interceder frente a niños y jóvenes en su trayectoria de adquisición de destrezas, conductas y sensibilidades que les permitan adaptarse a ese ambiente circundante, la función de autoridad de las instituciones educativas y de sus articuladores padece de desprestigio sistémico.

La buena noticia es que los docentes y autoridades de la educación no están solos (mal de muchos…), pues todos quienes comandan instituciones comerciales, políticas o de cualquier tipo que pierden relevancia a los ojos de la sociedad, también sufren presiones de desalojo. La mala noticia es que el proceso no tiene vuelta atrás, ni para unos, ni para otros. El péndulo del poder se soltó en un lado del dispositivo, y el cuerpo redondo avanza a gran velocidad a la búsqueda de un nuevo equilibrio de fuerzas.

Y, muerto el rey, ¡viva el rey! Ahora que se rompió la organización de la sociedad, que las instituciones perdieron funcionalidad, que los autoridades son vistas como ocupadoras formales de un rol sin poder ni impacto, ¿a dónde mirar? Porque las sociedades no necesitan saber de monarquías para aceptar el hecho de que los períodos interregnos son solo formalismos, y que el poder y la aceptación de autoridad, por convicción, temor, costumbre, convención, moda o coyuntura, siempre estará depositada en alguien o algo.

Planteado de esta manera, cobra un poco de sentido la idea que los jóvenes tienen de la popularidad, y el poco respeto que desde esa mirada tienen hacia aquellos que no poseen una vida plenamente integrada a las redes sociales y al mundo en línea. Las redes sociales han barrido todo vestigio de intermediación entre emisor y receptor, y ahora todos, jóvenes y adultos, “compiten” por capturar la atención de lo que se habla en la red. Y esa competencia se libra en cada post, comentario, etiquetado o intervención. Tener muchos seguidores, lograr muchos retwits, recibir FFs o likes, subir un video que viralice, son todos indicios indirectos de popularidad y, en consecuencia, manifestaciones claras de poder y autoridad frente a la millonaria (porque son millones los que están en línea todo el tiempo) audiencia de jóvenes.