JUAN MARÍA SEGURA

Reconstruir

Por Juan María Segura


No hay dudas de que la cuarentena dejará dolor y daño. Dolor por las vidas perdidas y por la imposibilidad de estar cerca de muchos seres queridos, en especial de los más adultos, en momentos de tanta angustia. Y daño económico, un terrible daño económico de una dimensión insólita, que se da en simultáneo en todo el aparato productivo del mundo. Claro que tanto uno como otro serán mayores en aquellos casos en donde existían condiciones previas de vulnerabilidad. Habrá más dolor en donde habían poblaciones con mayor edad y precondiciones cardíacas y respiratorias, y un sistema de salud pública peor preparado, y habrá más daño en donde existían economías más frágiles, con altos niveles de informalidad, poca dinámica de creación de empleos del sector privado y bajos niveles de acceso al crédito productivo.

Nuestro país reúne todos los requisitos de un paciente de riesgo en términos del funcionamiento de su aparato productivo, ya que ni siquiera puede vivir al día con sus cuentas más básicas de ingresos y gastos. Nos gusta gastar, tanto como desentendernos del origen de esos recursos. Redistribuir sin producir, refinanciar sin jamás cancelar el principal. Somos un colectivo indisciplinado, y esa conducta nos vuelve frágiles como Nación, en donde muy pocos pueden darse ‘el lujo’ de ahorrar unos pesitos, y aquellos que lo logran, los esconden, para evitar que algún pícaro los manotee, con el argumento de turno que sea. Si a este país así de frágil lo parás una semana, solo una semana, eso solo ya produce un hueco visible en la única comida diaria a la que lamentablemente acceden millones de compatriotas en esta sociedad. Esa fragilidad y ausencia de respaldo, en lo macro y en lo micro, para bancar la mala, se nota casi al instante en el estómago. El PBI estancado hace 10 años es la macro, el ruido en la panza por el hambre es la micro. Fragilidad es carecer de herramientas, políticas y resortes para suavizar los valles, para actuar en el contra ciclo, para atemperar el impacto de malas semanas. Y resulta que no paramos una semana, sino cuatro meses…

En marzo, en consonancia con el actuar de otras Naciones frente al mismo episodio, nuestro país inició un experimento brutalmente drástico. Tal vez con buenos argumentos y seguramente con buenas intenciones, pero lo que se inició en ese momento fue de una gravedad sin precedentes, máxime teniendo en cuenta el nivel del fragilidad del funcionamiento económico y productivo de este paciente de riesgo que somos. Si bien aparentemente estamos atravesando el ojo de la tormenta de la pandemia, todo indica que, por las buenas o por otros medios y motivos, el experimento está llegando a su fin. Y así, amputados por todos lados, algo atontados de tanto encierro y bastante cortos de genio, debemos comenzar a reconstruir. O, al menos, a acordar cómo vamos a volver a poner un ladrillo sobre otro en esta tierra arrasada que nos deja el experimento del confinamiento. Sugiero, por lo tanto, que acordemos tres principios muy sencillos de trabajo.

Primero, que lo hagamos juntos. Nuestro país es un proyecto colectivo soñado por nuestros próceres y padres fundadores, defendido a punta de cañón contra los invasores por nuestros valientes ejércitos, forjado por las manos callosas de nuestros antepasados, y enriquecido por la corriente inmigratoria más importante del mundo de principio del siglo veinte, que nos tiene viviendo el período democrático más largo de nuestra historia. La pandémica nos cogió frágiles, es cierto, pero también nos encontró más democráticos que nunca. Y si la democracia es, por sobre todas las cosas, subsidiariedad, y esta es prima hermana de la solidaridad, entonces el mandato que toca frente a tanto sufrimiento y daño es claro, debemos reconstruir juntos, atendiendo especialmente a aquellos que más desguarnecidos han quedado luego de estos lapidarios cuatro meses. No hay margen para grietas ni tonteras de ese tipo. Son lujos o pasatiempos para los que no hay margen moral. Chau grieta.

Segundo, que lo hagamos poniendo énfasis en la creación de empleo genuino, sustentable, soportado por un intercambio de bienes y servicios que la sociedad aprecie y desee conservar. No deberíamos detenernos un segundo a discutir si es el pescado o la caña, más allá del interés de algunos por sacarse fotos entregando pescados. Favorecer y dinamizar la creación del empleo en el sector privado debería ser la acción estratégica número uno del presidente hasta el final del actual mandato. La caridad es una caricia necesaria, un acto de generosidad destacable, un atemperador de dolor oportuno, pero no cura, solo detienen momentáneamente el dolor. Es el trabajo que produce valor agregado para la sociedad lo que saca a los países de la pobreza, ni el empleo estatal, ni las dádivas, ni los masivos despliegues caritativos, ni las colectas organizadas por cualquier culto religioso. Este terreno arrasado que nos deja la cuarentena clarifica mucho este argumento, solo queda trabajar, producir y ahorrar, por las nuestras.

Tercero, y por último, con educación. Pero no con estas escuelas, ni con este sistema, ni con esta pedagogía. No podemos seguir cambiando la pintura de un sistema pensado para otra época, creyendo que eso lo modernizará y pondrá a disposición de estos nuevos aprendices, dentro de un país tan dispar. Es el momento de crear un sistema nuevo, o al menos un sistema paralelo a este sistema que sabemos que no rinde. Es inadmisible que, siendo un país tan frágil y desfinanciado, sigamos destinando 6 o 7 puntos del PBI (¡un dineral!) para organizar actores, instituciones y normativas que sabemos que fracasarán. El sistema educativo con su diseño actual tiene garantizado el fracaso de su propósito central, que es lograr que los chicos aprendan. Lograr encontrarle un sentido a ese abultado gasto del Estado nos fuerza a pensar una nueva relación de actores educativos, una nueva forma de validación de aprendizajes. Siempre repito que este movimiento dentro del sistema educativo solo se podrá hacer si se alinean ingredientes de audacia política, originalidad de ideas y generosidad de alianzas. En este sentido, la pandemia ha hecho una gran contribución.

Juntos, desde el trabajo y con educación, tan sencillo, nunca tan apremiante.

Estamos desafiados como pocas veces en nuestra historia, debemos escribir capítulos nodales de nuestro devenir en esta parte del mundo. ¿Responderemos con altura, valentía y generosidad?