JUAN MARÍA SEGURA

Recursos pedagógicos y 'hogarización'

Por Juan María Segura


De tanto que se repite la consulta, ya cansa. ¿Cuándo retoma su actividad ‘normal’ el sistema escolar? Es una pregunta plagada de significados e intenciones, tanto desde quienes la formulan, hasta desde aquellos que deben dar una respuesta y definición. Se desea que los chicos vuelvan a ser alumnos presenciales, es cierto, pero también se necesita descansar de un rol para el que los padres no estaban preparados. La escolarización hogareña está resultando una experiencia agotadora y también una ficción, en donde todos se esfuerzan para mantener viva la pretensión del aprendizaje escolar, pero este no ocurre en la proporción deseada. Y por eso no hay notas, ni aplazos, y no habrá repeticiones de años.

Todos estamos cansados y sobre exigidos, difícil escribir sobre este asunto en tercera persona. Sin embargo, me pregunto si nos debería preocupar más el timing de la vuelta a clase, o el tipo de normalidad a la que los alumnos retornarán. Sin entrar en el detalle de lo que significa la nueva normalidad en materia educativa, me pregunto si verdaderamente deseamos que niños y jóvenes vuelven a ese lugar en donde están sus amigos y son abrazados, pero aprenden muy, muy poco.

Tal vez convenga que pensemos en la escuela no tanto como una institución, sino más bien como un conjunto de recursos pedagógicos seleccionados para aprender, elegidos para transformar la conciencia de los aprendices. De hecho, la escuela no es una institución natural creada por la biología y mejorada por selección natural, sino que es una convención creada por ley y hecha cultura a través de su práctica y mejoramiento. Dentro de esa convención y práctica, ideas, autores, testimonios, datos históricos, evidencias científicas, corrientes de pensamiento, idearios y demás, se presentan organizados de ciertas maneras, y se despliegan con fines específicos. En sencillo, la complejidad de la escuela se reduce a eso, y el proceso de escolarización se sintetiza en la efectividad de ese proceso de transferencia, estén bien elegido o no todos esos recursos.

Pensar en recursos pedagógicos resulta sumamente útil, pues nos permite pensar en la educación más allá de la escuela, nos permite ver que la escuela es una forma posible de organización de recursos, pero que pueden haber muchas otras. De hecho, la pedagogía es la ciencia social que trata la investigación y reflexión de las teorías educativas en todas las etapas de la vida, alimentada de conocimientos provenientes de la sociología, historia, antropología, filosofía, psicología y política. Comprendo que haya una pedagogía escolar, ¿pero acaso no podría existir también una pedagogía del hogar?

Esta mirada de escuela, pedagogía y hogar, atravesada por el concepto de innovación educativa, nos crea un enorme territorio de conversación y trabajo.

Les recuerdo que defino a la innovación educativa como una combinación intencional de recursos pedagógicos, de manera novedosa y original, con el objetivo específico de suscitar aprendizajes. Como se puede apreciar, la innovación es una ecuación de cinco componentes: recursos, mezcla, originalidad, intencionalidad y aprendizaje. Al desglosar esta ecuación y analizar cada componente por separado, rápidamente se verifica que lo verdaderamente original y novedoso de esta época (y particular útil de este momento de coyuntura pandémica) es la cantidad de recursos pedagógicos que se pueden combinar, y la originalidad potencial que dichas combinaciones pueden presentar. Los otros tres componentes (mezcla, intencionalidad, y la idea de los aprendizajes) son comunes a cualquier época y tiempo.

Volver nuestra mirada hacia el hogar como un territorio de innovación educativa es una idea inquietante, lo sé, pero posible. Si aceptamos que la pedagogía no es monopolio conceptual de ninguna institución en particular (aun cuando la escuela monopolice su práctica durante una rango amplio de edades), y que los incontables recursos pedagógicos gratuitos que ofrece el mundo en red son de un valor educativo espectacular, entonces la idea de un hogar como territorio de aprendizaje y de una pedagogía propia aparece plausible. Y ya no como un institución continuadora o vigilante de una pedagogía escolar o externa, sino como dueña de sus propias prácticas, propósitos y protocolos.

Aún si esta idea le parece demasiado elevada, o francamente irrealizable, la de un hogar con su propia pedagogía, igual considero útil volver nuestra mirada hacia la escuela como un territorio de recursos pedagógicos, para desde allí ponerla en diálogo con el hogar.

Pensar en recursos en vez de currículas, otorga mayor flexibilidad, una versatilidad que la época de pandemia reclama. Desarmar algunos planes de enseñanza y enfocarnos en sus ingredientes, en sus recursos educativos, puede abrir el terreno para involucrar a esos hogares de una manera más interesante e inteligente, y no solo como un simple (e ineficaz) dispositivo de control de la pedagogía escolar. El hogar como mecanismo de control de la escolaridad remota parece un mal diseño. Sin embargo, el hogar con su propia pedagogía educativa, en diálogo con los ingredientes pedagógicas de la escuela, me resulta potente, aún en forma remota.

Las metodologías de aprendizaje basadas en el juego, el aprendizaje basado en proyectos, el aprendizaje basado en problemas, las competencias y los concursos, son todos agrupamientos de recursos pedagógicos pensados para un formato de aprendizaje intraescolar. ¿Acaso no se pueden utilizar estas metodologías, desguazadas y reagrupadas, para entablar un nuevo diálogo con los alumnos ‘hogarizados’? En vez de estar deseando sacarnos de encima a nuestros propios hijos, o de enviarlos nuevamente a una experiencia educativa en donde sabemos que capitalizan poco, ¿no deberíamos animadamente lanzarnos a descubrir una pedagogía para el hogar? Y, en caso de lograrlo, ¿acaso no querríamos que ese nuevo hogar protagonista dialogue diferente con la escuela?

Es verdad que necesitamos rediseñar la experiencia escolar de nuestros hijos. Pero también es cierto que existen otras instituciones que podrían desarrollar su propia pedagogía, y que mientras ello no ocurra, la sociedad seguirá dependiendo exclusivamente de aquello que produzca (y reproduzca) la escuela, sea bueno o no tanto.