JUAN MARÍA SEGURA

Regular mal, mata la creatividad

Por Juan María Segura


Días pasado fui invitado a participar de un interesante foro en Lima. Organizado por la Asociación de Institutos Superiores Tecnológicos y Escuelas Superiores del Perú, ASISTE PERÚ, y animado por el lema ‘Promoviendo la educación desde el sector privado’, el I Foro de Educación Profesional Técnica reunió a importantes intelectuales, funcionarios públicos y actores educativos de la región. Mi rol y participación, en carácter de orador de clausura del foro, debía tratar el tema de la revolución de la educación a través de internet, y así lo hice.

Como advertí a los asistentes al comienzo de mi ponencia, lograr en unos minutos una síntesis convincente de tres conceptos tan potentes y bastos, como son la educación, internet y revolución, es una empresa complicada, pues uno puede perderse en el trayecto, o intentar abarcar demasiadas ideas, datos y conceptos, y eso puede dificultar que los asistentes se lleven un conjunto finito de ideas sencillas, claras y conducentes. Es por ello que, luego de situar el debate en el contexto histórico de invenciones y fechas básicas de las últimas 3 décadas, decidí enfocar mi exposición en un conjunto de principios que aquí comparto.

1. Innovar no es sinónimo de tecnificar. Con mucha frecuencia me encuentro con esta confusión. Es cierto que el mundo se tecnificó como nunca a partir de los 70’, y también en cierto que concebir organizaciones de base tecnológica es uno de los principales desafíos a los que está llamando el Foro Económico Mundial para ingresar en la cuarta revolución industrial. Sin embargo, el concepto de innovar es más amplio y rico. La idea de la clase invertida, por ejemplo, que de tecnología posee poco, dado que solo altera los lugares en los cuales la información se obtiene y aquellos en donde se reflexiona, es sumamente innovadora. Esto nos hace afirmar que, en el actual contexto de hiperconectividad, organizar espacios dentro del aula que favorezcan la reflexión y la contemplación resulta tan innovador como el último app.

2. Control y regular, asfixia la creatividad. Controlar y regular mucho y mal, ¡la mata! Suelo hacer referencia al trabajo del profesor Simonton, que dedico su vida a investigar el origen de la genialidad a escala en las sociedades a lo largo de los últimos 2.500 años de civilización. Su hallazgo es concluyente: la única variable que se correlaciona positivamente con la creatividad a escala es la fragmentación política y la baja regulación. Cuando asisto a los debates que los diseñadores de las políticas educativas llevan adelante, me asusto un poco al ver que nadie, nadie está pensando territorios o espacios normativos más libres de regulación en donde se pueda experimentar, crear e inventar más libremente, alentando formas novedosas de dar cuenta al desafío de pensar una nueva educación para una nueva época.

3. Hay que animarse a romper fronteras. El debate educativo es, por definición, multidisciplinario. Sin embargo, la práctica, costumbre y tradición dejó esta discusión exclusivamente en manos de pedagogos y ‘profesionales’ de la educación. ¿Acaso las organizaciones que se valen del talento, conocimiento y competencias que las instituciones de educación desarrollan/favorecen, no deberían tener una voz en este debate? El problema que genéricamente se conoce como skill gap es el mayor de todos los desafíos a los cuales se enfrentan las instituciones de educación, y esa discusión no es patrimonio exclusivo de pedagogos, así que ¡bienvenidos al debate, otros actores! El Congreso de Educación y Desarrollo Económico, que se celebra anualmente en Buenos Aires, favorece justamente este tipo de debate.

4. Menos educare y más educere. En el libro ‘Yo qué sé (#YQS), la educación argentina en la encrucijada’, desarrollo extensamente el tema de la formación en una dirección determinada (educare) versus la extracción de lo que está en potencia dentro del educado (educere). Esta tensión entra en conflicto en el nuevo contexto de interconectividad generado a partir de internet, y nos permite rescatar la idea de la formación y educación para favorecer la detección temprana de vocaciones y querencias. La idea de una educación personalizada está íntimamente ligada a este debate filosófico y pedagógico, y atravesada por la revolución de la información y la economía del conocimiento desatada a partir de la revolución de los microprocesadores, las redes, las plataformas y la telefonía inteligente.

5. Científicos del aprendizaje, así debemos pensar a los docentes en el siglo XXI. Ya no es suficiente ser un experimentado aplicador de una didáctica de enseñanza, por más seguro y cómodo que uno se sienta con esa estrategia de aula. La neurociencia ya provee evidencias concretas de la forma en la cual el cerebro aprende, se interesa, mantiene la atención, se emociona, procesa, almacena y extrae información, mezcla y genera metaformas de conocimiento. Ya no hay necesidad de imaginar o intuir comportamientos que la ciencia ya resolvió, y hacia esos lugares de certezas científicas debemos apuntar la proa de la nueva educación. Algunas instituciones ya están enteramente pensadas y concebidas alrededor de estos hallazgos, como la universidad Minerva Schools at KGI, creada en San Francisco hace 3 años, modelada curricularmente alrededor del trabajo científico de su decano fundador, el reconocido neurocientífico Steve Kosslyn. 

Hasta aquí las reflexiones que compartí el Lima.

Si a estas ideas sencillas logramos sumarle un poco de audacia, identificando los compañeros adecuados de aventura y aceptamos la idea de perder algo en este proceso de salirnos de la zona de confort y desafiar el status quo, entonces tendremos mucho para aprender, experimentar y aportar. El desafío de época de concebir y favorecer implementaciones educativas innovadoras escalables sigue esperando que quienes estamos sensibles con el tema tomamos un poco más de protagonismo. Espero lo podamos hacer pronto. Los niños y niñas siguen esperando.

¡Ánimo!