JUAN MARÍA SEGURA

Sin audacia no habrá revolución educativa

Por Juan María Segura


El 12 de febrero pasado los 25 ministros de educación de la Argentina se reunieron en la provincia de Jujuy para establecer las bases de la revolución educativa que se anunciaba desde la campaña electoral del año pasado. Es por ello que me abalancé con esperanza cuando los medios anunciaron que entre todas las jurisdicciones y la Nación habían acordado lo que se dio en llamar “la declaración de Purmamarca por la educación”. Luego de leer un escueto documento de apenas 4 páginas, me pregunto con justificada preocupación si tanto júbilo tiene verdadero asidero en lo que dice la citada declaración. Me sorprendería que así sea. Me explico.

La declaración menciona trece puntos en los que se acordó hacer hincapié en los próximos años. Sintéticamente serían los siguientes: 1. Afirmar que la educación es un bien público, 2. Sostener el gasto de 6% del PBI en educación, 3. Aumentar la obligatoriedad escolar hacia el nivel inicial (desde los 3 años de edad), 4. Que en la escuela primaria se aprenda mejor, 5. Aumentar progresivamente la jornada extendida, 6. Que en la secundaria no abandonen tantos alumnos, 7. Que los chicos sean evaluados todos los años, 8. Mejorar la formación docente, 9. Alentar que los mejores estudiantes se interesen por la docencia, 10. Fomentar la innovación, 11. Armonizar la formación para el mundo del trabajo, 12. Promover la cooperación internacional, y 13. Fortalecer la autonomía jurisdiccional.

Me pregunto si era necesario que se reúnan los principales responsables del diseño del sistema educativo del país para acordar algo entre tan obvio y tan vago. Es obvio que la educación es un “bien público y un derecho personal y social que debe ser garantizado por el estado”, como dice la declaración. ¿Es necesario que lo reivindiquen? También es obvio que “debemos fortalecer los aprendizajes en la escuela primaria”, ¡si las pruebas nacionales y regionales dicen que los chicos aprenden poco y mal! Y ni que hablar de la necesidad de una escuela secundaria en donde no se pierdan la mitad de los alumnos, o de la falta de preparación para el mundo del trabajo con la cual los jóvenes egresan de la escuela secundaria. Y es vago declarar la necesidad de “mejorar la formación inicial y continua de los docentes”, única mención que se hace del tema en todo el documento, sin siquiera hacer mención alguna de la evaluación docente. Y también es poco preciso decir que “el ministerio de Educación y Deportes de la Nación se compromete a construir jardines de infantes en todo el territorio de la República Argentina”. ¿Cuántos? ¿Dónde? ¿En qué plazo? ¿Con qué plata? ¿Y de dónde saldrán las maestras que los atenderán, siendo que se mantendrá el mismo gasto actual?

Los trece puntos mencionados, por redundantes, obvios y poco precisos, solo deberían haber formado parte de la introducción de un documento más audaz, moderno, profundo y revolucionario, que es el que está esperando la sociedad del nuevo gobierno: educación en línea, aprendizaje basado en proyectos, metas de aprendizaje por establecimiento educativo, municipalización de la gestión de la escuela, integración al sistema de otras instituciones no formales de educación (museos y bibliotecas, por ejemplo), programas de becas, home schooling, aprendizajes personalizados, rol de las tecnologías de la información, participación del sector privado y del capital del riesgo en la materia, todo ello enmarcado entre conceptos y definiciones de neurociencia, robótica, big data analysis y sensibilización cultural y medioambiental. 

Tal vez el contenido de la declaración era lo único a que se podía aspirar en la antesala del inicio de las clases. Y no es poca cosa haberlo logrado. Sin dudas el ministro Bullrich muestra una gran cintura política, además de iniciativa para convocar la reunión y lograr acordar un documento que lleva la firma de todos los presentes. Sin embargo, a veces, la buena cintura política es una mala concejera de la audacia, y esto lo digo convencido de que Argentina y los países de la región necesitan líderes audaces, valientes, visionarios, que no teman patear el tablero y proponer acciones o visiones políticamente incorrectas pero necesarias para lograr una verdadera transformación.

Me alivia ver a todos los ministros reunidos y preocupados por la educación. También me alivia el afán por mostrar una consistencia entre lo prometido en campaña y lo impulsado una vez en el gobierno, así que celebro el encuentro y el acuerdo. Y también me alivia la rápida acción mostrada, siendo que muchos de los presentes en el encuentro llevan escasas semanas al frente de sus carteras.

Sin embargo, me preocupa que este documento pueda ser entendido como la plataforma de la revolución educativa que el país necesita, dado que de revolucionario no tiene ni un solo conceptos. Solo aspira a cumplir las leyes existentes, gastar más plata de nuestros impuestos y afianzar un modelo educativo disfuncional para el mundo moderno del siglo XXI.

Aliento el trabajo concertado de los ministros, pero me resisto a creer que esto sea lo único a que podamos aspirar. Argentina necesita una verdadera revolución en educación, y eso demandará de las autoridades educativas y de la sociedad toda una mayor audacia. Me gusta ver a los ministros abrazados y a los medios animados por “la declaración de Purmamarca”, pero no perdamos de vista el verdadero problema de los malos aprendizajes de cientos de miles de chicos, y forcemos desde la sociedad una marcha más acelerada hacia modelos educativos más en concordancia con el desafío de ser una región competitiva e integrada al mundo de la cultura digital.