JUAN MARÍA SEGURA

Sobre la presencialidad escolar

Por Juan María Segura


No quiero ser repetitivo con el argumento, pero estos datos me siguen dando vueltas en la cabeza. Una encuesta del mes de septiembre indica que entre los diez temas que más preocupan a los argentinos, ¡la educación ni siquiera figura! Nos angustia la inflación, la inseguridad, la incertidumbre económica, la cuarentena, el Covid-19, la impunidad de Cristina, los subsidios, el cepo y la corrupción del gobierno de Macri. Pero para la educación, nada. En una medición aún más cercana del mes de octubre, la educación figura como la última de las ‘principales preocupaciones ciudadanas’, detrás de la corrupción, inflación, salud, desempleo e inseguridad. Si, última.

Es desde este lugar, desde esta declaración, que me interesa construir un argumento y una posible interpretación al apuro y supuesta ‘angustia’ que manifestamos por el regreso a la presencialidad escolar de todos los alumnos. ¿En qué se funda esa urgencia, en principio, inconsistente con los resultados de las citadas encuestas? ¿Qué deseamos que ocurra verdaderamente con nuestros hijos, ahora, en esta escuela que añoramos? ¿Qué le estamos reclamando al director, al ministro, al gobierno? Veamos.

En primer lugar, se reclama el regreso a la presencialidad escolar supuestamente porque allí se aprende, y en el formato actual no, o muy poco. ¿Perdón? ¿De verdad me quieren convencer de que en la escuela de la normalidad anterior se aprendía? ¿Acaso nadie toma en cuenta los resultados del Operativo Aprender? Llevamos cuatro años ininterrumpidos de censos educativos nacionales que nos indican lo contrario, y así y todo estamos empujando a nuestros hijos a volver a ese lugar. Por otro lado, que en el formato actual se aprenda poco es mérito de la falta de diseño del mismo, no nos confundamos. Replicar la presencialidad a distancia no deriva en un diseño virtuoso, sino en una experiencia motorizada por el esfuerzo descoordinado de casi todos los que concurren, docentes, alumnos y funcionarios. Es lógico que los chicos no aprendan nada en esta experiencia sin diseño, sería milagroso que ocurriera lo contrario. La pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿Existen diseños de educación a distancia que redunden en aprendizajes escolares de calidad? No tenga dudas que existen innumerables plataformas y soluciones que cumplen con este requisito, solo que el actual sistema escolar se resiste a adoptarlos.

En segundo lugar, se reclama el regreso a la presencialidad escolar supuestamente porque la tecnología no permite conectar a todos los alumnos, invisibilizando segmentos de las población escolar. ¿Perdón? ¿No es la pobreza estructural la que invisibiliza, somos tan ciegos para negarlo, o solo somos hipócritas? El dato anterior a la pandemia indicaba que al menos la mitad de los niños que asisten a la escuela de gestión estatal vive en condiciones de pobreza, en hogares precarios y sobrepoblados, en núcleos familiares problemáticos. Imagine esa situación luego de este año brutalmente dañino especialmente para los más desposeídos. La pobreza es una tragedia, de eso no hay duda, pero la tecnología es una solución posible para la mayoría de los alumnos, inclusive para estas familias. Para una porción importante de esas familias, la tecnología es una aliada de características únicas, un pasaporte increíblemente valioso para ingresar al mundo del conocimiento, a la nube, a todo tipo de plataforma y repositorio de contenido gratuito y en español. Así entienden en la India y en África el valor poderoso que poseen estas tecnologías, casi como una bendición de estos tiempos. ¿Acaso no deberíamos interpretarla y utilizarla de la misma manera? 

Y, en tercer lugar, se reclama el regreso a la presencialidad escolar supuestamente porque los chicos deben volver a verse con sus amigos, deben retomar el aspecto social de la experiencia escolar. ¿Perdón? ¿Acaso es la escuela el único formato de socialización posible de los niños? ¿Acaso los niños no socializan presencialmente también en la plaza, en el club, en el potrero del barrio, en el torneo organizado por sus padres, en las celebraciones de cumpleaños, en reuniones con los parientes y con los amigos de los parientes, en la vereda con los vecinos, andando en bicicleta en grupos, pescando en el arroyo, trepando a los árboles y paseando a sus mascotas? Me dirán que la mayoría de esas instancias están restringidas por la cuarentena. ¡Pues la escuela también lo está! Y forzar el regreso a la presencialidad escolar masiva es tal vez la forma más riesgosa de socialización en tiempos de pandemia. Deberíamos probar de manera cuidadosa todos las otras formas antes de la escuela presencial, si lo que nos preocupa es el aspecto social de nuestros alumnos.

La inconsistencia de estos reclamos me permite afirmar que en realidad estamos deseando descansar de nuestros hijos, luego de muchos meses de tenerlos caminando sobre nuestras cabezas. Nos los queremos sacar de encima por un rato. Y como resulta antipático decirlo a viva voz, en vez, le estamos reclamando a la escuela que reabra rápido sus puertas, utilizando argumentos difíciles de sostener. Ninguna de las razones desarrollantes antes, que son las que se escuchan con mayor frecuencia, tiene fundamentos sólidos, por más floreados que se vistan las argumentos. 

Comprendo que los adultos estemos agotados luego de un año fatal y de final incierto. Comprendo la incertidumbre económica, el agotamiento emocional, la fatiga mental, la falta de horizonte. La pandemia enfermó y empobreció, y además nos cogió frágiles, vulnerables. Comprendo el estado de ánimo colectivo desde el cual hacemos reclamos, de cara a un fin de año opaco y sin mucho que celebrar. Pero no puedo aceptar que ensalcemos la presencialidad escolar como si en ella se jugase el futuro de nuestra Nación.

La escuela es una institución valiosa, si y solo si, produce aprendizajes de calidad masivos y sostenidos en el tiempo. Además hace otras cosas, claro: alimenta, contiene, genera lazos afectivos, desarrolla hábitos y rutinas. Pero lo primero y principal es que logre generar aprendizajes. Y si no lo hace, tenemos un problema de magnitud. Me pregunto, entonces, por qué el apuro para que nuestros hijos vuelvan allí.

Yo no deseo que mis hijos vuelvan a esa escuela que no enseña, a esa presencialidad reclamada que solo encubre nuestra necesidad de descansar de ellos luego de tantos meses de encierro. Lo que yo deseo es una escuela que les permite desplegar largas alas, para iniciarlos en el vuelo de su vida. ¿Eso se lo dará la presencialidad de esta escolaridad, o acaso necesitamos otro sistema? Supongo alguien lo estará pensando, espero alguien lo esté diseñando.