JUAN MARÍA SEGURA

Solidaridad o estupidez

Por Juan María Segura


No comprendo. Simplemente, no lo entiendo. Y cuanto más hablo con colegas y directivos de adentro de la industria de proveedores del sistema educativo, más me confunden, o porque los argumentos son poco persuasivos, o porque los decisores son esquivos. Es más, hubiese imaginado una reacción radicalmente opuesta, pero jamás esto.

El caso es que, frente a la irrupción repentina de la pandemia y del cierre momentáneo de la totalidad del sistema educativo en su modalidad presencial, prácticamente todos los proveedores de servicios educativos han decidió regalar sus contenidos, desarrollos y plataformas. Sí, así como lo lee, sin miramientos y con escasas excepciones. Aquello que había llevado años de trabajo, esfuerzo creativo y dinero a montones desarrollar, como puede ser por ejemplo una plataforma de aprendizaje de matemáticas en línea basada en el juego, de la noche a la mañana, con acceso totalmente bonificado para escuelas, docentes y ministerios de educación.

Es importante remarcar que, ese sistema de instituciones, actores y prácticas educativas, previo a la pandemia, era medio remolón para adoptar nuevas prácticas y hábitos de enseñanza vinculados con la tecnología y el mundo de la cultura digital. Había, si, algunas escuelas más modernas y entusiastas con el enfoque que esta aparatología permitía, y algunos docentes más provocadores y dispuestos a experimentar. Conocí a unas y otros, y me ayudaron a ajustar mis creencias, argumentos y diseños. Pero era pocos, muy pocos casos. La gran mayoría del sistema permanecía remolona, algo indiferente al diálogo propuesto por este segmento de proveedores, conservadora y repetitiva en su marcha, a pesar de los mediocres resultados en la calidad de los aprendizajes que podía mostrar cualquier operativo censal o muestral de medición de aprendizajes.

Este comportamiento colectivo de indiferencia y desinterés del sistema educativo no desalentó a una industria de proveedores, que continúo su marcha y su preparación, invirtiendo, experimentando, rediseñando, encontrando mejores argumentos, y esperando el turno y la oportunidad de mostrar sus bondades. La realidad finalmente se iba a imponer, no la realidad del covid19, sino la realidad del mundo de la cuarta revolución industrial, de los robots, de la inteligencia artificial, del big data y demás. Durante los primeros 20 años del presente siglo, el mundo ingresó en una montaña rusa de transformaciones profundas en su modo de hacer, crear, amar, orar, odiar, votar, mentir, informar, consumir, saber, apoyar, financiar, aprender. Por eso Yuval Harari habla de la bancarrota filosófica que transita nuestra sociedad, y de la necesidad de acordar nuevos marcos de actuación. Necesitamos nuevos founding fathers, con esas cabezas, y nuevas founding rules, con esa combinación de simpleza y sofisticación que las hace permanentes. Y los necesitamos para repensar todas las convenciones y acuerdos previos, incluido el sistema educativo. Los proveedores del sistema educativo saben que es una cuestión de tiempo, que la dinámica general juega a favor, que los centennials, los alpha y las generaciones siguientes serán decisores aliados, y esa creencia profunda es la que los sostiene invirtiendo, creado y rediseñando, a pesar de la frialdad de los decisores actuales del sistema.

La pandemia irrumpe en este contexto de frío vinculo entre un sistema educativo conversador, corporativo y modelo producción/sociedad industrial, y unos proveedores dinámicos, entusiastas del siglo 21, dispuestos a tomar riesgo, sin mucha experiencia, pero con mucha actitud hacia el aprendizaje que propone vivir fuera de la zona de confort. Y frente a la novedad de la pandemia…, la industria decide regalarse, sorprendentemente. Luego de años de desarrollo y experimentación, de trillones de inversión, de cientos de congresos y conversaciones bien montadas, de diseño de miles de demos a medida del usuario, de esfuerzos de capacitación no del todo apreciados y demás, repentinamente, todo regalado, supuestamente por solidaridad, generosidad, razones comerciales, marketing, o la razón que fuere. ¿No es raro? ¿Solo yo lo siento de esa manera?

Pensemos en un país imaginario de clima templado-cálido, en donde una empresa fabrica abrigos para el frío con el argumento (acompañado por muchas, muchas estadísticas) de que van a llegar momentos de frío extremo para los que no se está preparado, y que conviene prepararse con tiempo. Con los clásicos argumentos de ‘si acá siempre hizo calor’, o ‘ni mis abuelos ni mis padres lo necesitaron, ¿por qué razón los necesitaría yo ahora?’, o ‘muy interesante, charlemos más adelante’, la mirada colectiva caracteriza a ese fabricante como un ‘delirante’ (habla de un país inexistente, dicen unos y otros), mientras todos le dan la espalda. Hasta que llega el frío, ese frío que los datos y las estadísticas anticiparon durante años con contundencia que llegaría, y que coge a todos…. desabrigados. Le pregunto entonces, ¿qué cree que hará ese fabricante? ¿Regalar sus abrigos por ‘solidaridad’? ¿Prestarlos para hacer marketing, y que se los devuelvan cuando el frío pase? O, puesto de otro modo, ¿qué le recomendaría usted que haga? Yo le recomendaría lo mismo, y nunca, nunca, nunca, le sugeriría que ‘entregue’ su producción en forma gratuita.

Regalar de esta manera, en este contexto y en tamaña escala, por las razones que fuere, es un grave error por varios motivos. Primero, porque no favorecen ni buenos usos, ni mejores aprendizajes. La red está plagada de recursos de libre acceso y de repositorios de contenido de gran calidad desde hace años, y el sistema los ha obviado olímpicamente durante mucho tiempo. Regalar más significa aumentar ese menú de opciones, sin que ello suponga la adopción de nuevas prácticas. Segundo, porque regalar no necesariamente genera un mayor interés por la propia industria de proveedores, más allá de sus ofertas, y eso restringe la posibilidad de co-construir soluciones nuevas y de lograr alianzas de largo plazo, y ecosistemas de aprendizaje y experimentación. En tercer lugar, porque regalar de esta manera no ayuda a construir marca. Si todos están haciendo lo mismo en el mismo tiempo, entonces es claro que el barullo general no permitirá que nadie destaque o resalte por sobre el resto. Y, por último, y creo que es la razón más importante, porque se pone en juego la sostenibilidad de la industria entera. Una vez regalado todo, por las razones que fuere, ¿cómo piensan estas empresas que podrán monetizar tanto esfuerzo, y así seguir siendo actores protagónicos de una transformación necesaria e inminente?

Durante mis estudios de políticas públicas en la Universidad de Chicago, me crucé con un maravilloso libro de Thomas Schelling, publicado en 1978, que hace referencia a los micro motivos que impulsan nuestras acciones, muchas veces con las mejores intenciones, y a las macro conductas que esas motivaciones individuales generan, que en muchos casos representan resultados agregados negativos. Creo que el caso que acabo de analizar conecta con total precisión con las ideas de Schelling, ya que la supuesta solidaridad (es el argumento que escucho más a menudo) que está impulsando actitudes individuales de generosidad, creo, redundarán en resultados agregados negativos para la industria educativa. De continuar esta conducta, visualizo, tendremos las mismas escuelas y aprendizajes que deseamos transformar, pero mucho menos de los proveedores que podrían ayudar a llevarlo adelante. 

Es por ello que les suplico que ¡paren de regalar! No es inteligente, no impacta y no favorece la transformación cultural en la que tanto creen quienes están poniendo en riesgo su sustentabilidad. A veces me pregunto si estamos frente a un asunto de solidaridad mal interpretada, o de estupidez colectiva. Que pena que Schelling ya no está para clarificar.