JUAN MARÍA SEGURA

Yo, educador

Por Juan María Segura


De todas las preguntas realizadas en la encuesta impulsada desde el III Congreso de Educación y Desarrollo Económico, tal vez la que más nos interpela como comunidad educativa es la siguiente: ‘¿Cómo juzga su rol como educador y formador de niños y jóvenes en su país?’. Esta indagación cobra especial trascendencia en el contexto del conflicto por la toma de los colegios en CABA como respuesta a la reforma de la escuela secundaria planteada por las autoridades educativas locales, con la opinión pública poniendo especial énfasis en el cuestionado rol de los adultos frente al hecho, sean estos padres, tutores, educadores, líderes sindicales, o simples espectadores. 

El resultado agregado de la citada pregunta muestra a una sociedad altamente satisfecha con la labor realizada, con solo 3% de respuestas negativas y 76% de respuestas positivas, valor que aumenta al 82% cuando se extraen solo las respuestas de los docentes y educadores, y a 84% cuando de la muestra se excluye la voz de los hombres docentes. A ver si entendió bien: más de 4 de cada 5 encuestados está satisfecho con tu rol como educador. En Argentina, hoy.

Al comparar este valor con el obtenido en la encuesta del año anterior, se observa inclusive una visión aún más favorable, pues en 2016 el valor positivo había alcanzado un 67%, ello es 9 puntos menos. O sea, además de que estamos re bien, ¡estamos mejorando cada año!

Más allá de que el público encuestado corresponde principalmente a mujeres (66%), docentes (62%), adultos (88% son mayores de 30 años de edad), con estudios universitarios completos (73%), el resultado nos permite plantear una hipótesis inquietante: al final de cuentas, ¿quién es el responsable de este gran despropósito? ¿Cómo es posible que presenciemos esta situación anómica, propia del mundo al revés de Maria Elena Walsh que se sostienen durante semanas, si es que todos somos casi clones de Sarmiento? ¿En dónde fallamos? ¿Quiénes fallan?

En Argentina, de tan mal que discutimos sobre educación, se ha desdibujado la línea que separa a la escolarización (estrategia institucional de generar un tipo de aprendizajes en particular), de la educación en un sentido más amplio, profundo, filosófico, ciudadano. La reforma de CABA es una discusión de un tipo de escolarización determinada (alternativa al modelo actual, que sabemos que fracasa), y para debatirla hay que argumentar con leyes, modelos, resoluciones, normativas, métricas de aprendizaje y modelos pedagógicos. Los chicos no están en condiciones de hacer un aporte útil en este tema, y tampoco lo están los padres, los medios o quienes no están formados para ellos. No es un tema de voluntad, sino de pericia y preparación.

Sin embargo, quienes no están preparados pedagógicamente para debatir los méritos o deméritos de cualquier reforma, incluidos los padres de los “tomadores”, sí están en condiciones de realizar un aporte educativo trascendente en este momento, llamando a la reflexión a sus jóvenes y apasionados hijos, arropándolos y envolviéndolos de amor, argumentos disuasivos y lineamientos valorativos. Un cuadro de situación confuso para los jóvenes, debería ser un territorio fértil y propicio de trabajo para que un adulto educador realice su tarea correctamente, con esmero y sin dobles intenciones. Que buena oportunidad para que los grandes hagan de grandes, y para que los chicos se nutran de esas acciones amorosas.

Los adultos pueden ser muy buenos educadores si utilizan algunos ingredientes de sentido amplio, sensibilidad, dedicación, acompañamiento, diálogo, modelos de conducta, y sin necesidad de que generen una visión experta sobre posibles estrategias de escolarización o modelos de reforma. Mientras ello no ocurre, y todo se presente como un gran cambalache, difícilmente nuestra sociedad podrá arrojarse la cualidad de definirse como una sociedad educadora.