JUAN MARÍA SEGURA

¡Basta de celebrar nimiedades!

Por Juan María Segura


En un país con 30% de la gente viviendo por debajo de la línea de pobreza, inundados por las lluvias y la impericia, ofende que los dirigentes celebren nimiedades como lo son el llenado de una plaza con manifestantes, de un salón con inversores o la inmovilización forzada de millones de personas producto de una acción coercitiva. Éxito, triunfo, contundencia, alto acatamiento, son expresiones muy escuchadas con las que se ufanan dirigentes políticos, sindicales, empresarios en estas semanas, amplificadas sin sensibilidad alguna hasta el hartazgo por los medios y líderes de opinión. Es vergonzoso desde todo punto de vista, y desnuda en algún punto el lugar en dónde está puesta la energía y atención de quienes nos dirigen. O, lo peor, revela los lugares y sufrimientos en donde nadie está mirando.

Los dirigentes de una Nación tienen una gran responsabilidad, que excede por mucho la tarea específica de la organización que presiden o conducen. Ellos son ejemplo de conducta que, aunque no se lo propongan, genera estereotipos y modelos de comportamiento que luego son emulados por terceros, sean o no integrantes de su organización. Si se conducen con violencia, generan patrones violentos en la sociedad (dar vuelta los taxis que no paran); si se valen de un lenguaje soez y vulgar, animan a otros a hacer lo propio y lo naturalizan (¡soy yo, pelotudo!); si se muestran indiferentes e irrespetuosos hacia las opiniones de otros, afianzan la idea de la intolerancia (con ese no hablo, porque no sabe nada); si atienden una agenda y temario pobre y de poca trascendencia, sitúan la atención del público en ese horizonte y nivel de análisis (dime que ranking miras, y te diré quién eres: encuestas de imagen, audiencia, flujo en las redes sociales). 

El éxito como sociedad, a juicio mío, no tiene nada que ver con:

1. Ofendernos y descalificarnos permanentemente, animados por la esperanza de que nuestra ironía y ofensa resulte más original y creativa que la de nuestro adversario de turno y, como consecuencia, quede rebotando más tiempo en los medios y en la opinión pública. Esta práctica solo genera una cultura descalificadora e irrespetuosa, en donde la información fluye con mucha dificultad.

2. Gastar en política casi toda nuestra energía y poder creativo como sociedad, bajo la creencia de que politizar cada conversación, sobremesa y ronda de café nos hará mejores ciudadanos, y resolverá parcialmente las deformaciones del sistema de gestión del Estado. Refugiados en el arte de la ‘opinología’, nos libramos parcialmente de la responsabilidad inmediata que nos toca diariamente en la construcción (y no solo descripción) de una sociedad más justa y recta.

3. Llenar una calle, un auditorio, un programa de televisión, lograr ser #TT. Esto está bueno, y celebro que ocurran situaciones del tipo, pero fallamos al intentar conectar dichas micro-acciones con el éxito de un gobierno o con la transformación cultural de una Nación. Entre un banderazo y una Política de Estado, el vacío… (de argumentos, de prácticas, de practicantes).

Si bien una Nación es un proyecto colectivo complejo, tensionado tanto por la historia como por la coyuntura y práctica de sus actores circunstanciales, posee algunos rasgos sencillos de observar vinculados a la idea de éxito.

1. Un país es exitoso cuando los niños estudian, aprenden y se integran pacíficamente a la vida adulta. Los resultados del Operativo Aprender presentados hace algunos días finalmente revelaron la enorme falta en esta materia. Que nadie se ofenda, pero por favor basta de mirar para otro lado y de poner cara de circunstancia, esperando la rueda gire y la responsabilidad recaiga en manos del siguiente.

2. Un país es exitoso cuando se cumplen las leyes, sea por creencia y convicción (situación ideal, aunque rara avis en cualquier sociedad compleja y moderna) o por imposición de los agentes dedicados a tal tarea (las fuerzas del orden y la justicia). Degradar leyes escritas y aprobadas por el Congreso de la Nación a la categoría de simples orientaciones prácticas que descansan más en la buena voluntad que en la idea del imperio de la ley, convierte a una sociedad en una constante batalla entre poderes, influencias y acomodos. Y, desde allí hasta al reino de la selva, un paso.

3. Un país es exitoso cuando trabajan todos los que así lo desean. Mucho se habla en la nueva Administración del emprendedorismo, creo yo con un sesgo hacia los grandes emprendedores (los llamados ‘unicornios’) por sobre los emprendedores más ordinarios: el pasea-perros que decide abrir un local de venta de alimentos para mascotas, el profesor particular que se anima a fundar una pequeña academia de idiomas, el bicicletero que monta un pequeño taller, la ama de casa que transforma sus tortas y panes caseros en una casa de té y venta al público. La mirada menos glamorosa del emprendedorismo tal vez nos permita entender que, si no se simplifica drásticamente el papeleo y tramiterío que supone crear una ‘empresita’ y convertirse así en el emprendedor del sueño propio, es difícil que el cuentito del emprendedorismo pique, y que la creación de trabajo se dinamice. La obra pública no es la solución, no nos engañemos.

Siendo que carecemos de aquello que necesitamos y que, en reemplazo, tenemos nuestras vidas y agendas plagadas de aquello que no nos une ni nos hace crecer, entonces dejemos de felicitarnos y vanagloriarnos. ¡Basta de hablar de éxito, por favor! Ofende al bien intencionado, agravia al que sufre, confunde al que está buscando orientación de sus directivos y dirigentes, y, lo que es peor, nos empobrece. O, peor aún, nos mantiene pobres…

En algún momento nuestro país deberá aceptar que la verdadera revolución cultural es la que ocurre en las cosas cotidianas, pequeñas, menos glamorosas y heroicas, que ocurren todos los días. Si cada uno de los cientos de miles de manifestantes que asistieron a alguno de los cientos de paros, piquetes y movilizaciones que el país experimentó en las últimas semanas cambiase al menos un hábito de conducta, ¡uno solo!, entonces sí el cambio es posible, y el futuro esperanzador. Caso contrario, una vez más, habremos sido testigos privilegiados de otro capítulo de nuestra historia en donde se afianza nuestra idiosincrasia hipócrita, nuestro poco apego al trabajo y nuestro desinterés por los que verdaderamente sufren dentro de este colectivo sin frenos ni hoja de ruta llamado Argentina. Es nuestra elección.