JUAN MARÍA SEGURA

¿Necesitamos más ingenieros?

Por Juan María Segura


Si menciono las palabras abogado, médico, arquitecto o escritor, seguramente su mente se posiciona rápidamente sobre personas presuntamente idóneas en disciplinas y campos de conocimiento específicos, asociadas a lugares concretos de práctica o realización profesional (los tribunales para los primeros, un hospital para los médicos, y así el resto). El término Community Manager o Gestor de Comunidades tal vez le genere un poco más de desconcierto, y es probable que encuentre dificultades al intentar vincularlo a competencias o saberes específicos y prácticas profesionales reales. Por lo tanto, ni me quiero imaginar cuando le menciono un Hacker Ético Certificado, un Evangelizador de Internet, un Responsable Conversacional o un Gerente de Felicidad. Allí el asunto seguramente se vuelve intratable.

Lo que acabo de describirle, en forma sencilla, es el descalce o desacople que existe actualmente entre el mundo del trabajo y las necesidades de las organizaciones, y el territorio de la educación y de la certificación de capacidad y competencias a través de titulaciones “enlatadas”. 

Una organización, como postulara Coase en su aclamado paper sobre la Naturaleza de la Empresa, es una institución que se crea con el fin de facilitar la distribución de bienes y servicios dentro de una sociedad. Facilitar significa hacer posible, en la forma más económica, eficiente y sostenible posible. Para ello monta estructuras que organizan ese flujo, creando, por un lado, portafolios de ofertas de “cosas” (computadores, jeans, automóviles o préstamos hipotecarios) y, por otro, necesidades de recursos y competencias específicas (materiales, maquinas, oficinas, empleados). Como buena intermediaria, en ese afán de terciar para dirigir aunque sea parte del flujo de esos bienes y servicios, la empresa siempre está sometida a, al menos, dos presiones importantes: primero, al cambio de preferencia de los consumidores (por la razón que fuere) y, segundo, a las variaciones en las situaciones de contexto dentro del cual la organización ejerce tu tarea (normativa, regulatoria, tecnológica, científica).

Si, como indica Howard Gardner al hacer referencia a las mentes de futuro, la educación prepara a las personas para una vida de trabajo y de trabajo bien hecho, estético y ético, y gran parte de ese trabajo ocurre desde algún tipo de organización, grande o chica, nueva o antigua, vertical u horizontal, pública o privada, es claro que el sistema que provee las capacidades requeridas para hacer ese buen trabajo debe trabajar en total sincronía con la empresa y sus necesidades, adaptándose al mismo ritmo al que a la empresa le cambian las condiciones competitivas.

Las profesiones que mencioné al principio son de larga data y todas han llegado a ocupar un rol preponderante en el contexto del mundo de la sociedad industrial. Por ello, el sistema educativo tomó el recaudo de desarrollar y perfeccionar a lo largo del tiempo una maquinaria suficientemente extendida territorialmente y de las calidades más diversas, con el fin de asegurar la adecuada provisión de esos recursos relevantes para un contexto específico de negocios.

Sin embargo, el drástico cambio de paradigma que el mundo del trabajo sufrió en los últimos diez a quince años, por razones vinculadas a las tecnologías móviles y al libre flujo de información, ha dejado desactualizado en el mejor de los casos a lo que el sistema educativo ofrece al mundo del trabajo. Tómese el trabajo de cruzar los núcleos de aprendizajes prioritarios exigidos en los planes de estudio nacionales y los marcos de competencias profesionales demandadas por organizaciones como The Partnership for the 21st Century o The Institute for the Future

Lo que estoy señalando le parecerá lejano a nuestra realidad argentina, pero no lo es. Cuando uno habla de educación, necesariamente debe tener en cuenta la forma en la cual los educandos de hoy lograrán insertarse en una sociedad de producción y trabajo, cualquiera sea la especialidad y área. Si matriculamos gasistas para un mundo (ficticio) que solo necesita electricidad, entienda que no solo deberemos coexistir con un alto nivel de desempleo sino que, además, deberemos acostumbrarnos a tener malos servicios de provisión y reparación de electricidad. Este argumento, extendido a la complejidad del funcionamiento de una sociedad, es el que redunda en, por ejemplo, sobrantes de miles de mentes humanistas y faltantes de miles de mentes ingenieriles, con problemas de escalas en ambas lados.

Hoy las empresas requieren Hackers Éticos, Gestores de Conversaciones, Gerentes de Felicidad, Community Managers y muchas otras competencias y pull de capacidades nuevas, raras pero relevantes. ¿Está el sistema educativo desarrollando los planes y trayectos educativos necesarios para proveerlas? ¿Están los responsables de la educación haciendo los cambios y esfuerzos necesarios para actualizar sus organizaciones y así sostener el rol de proveedores estratégicos de las organizaciones productivas del nuevo mundo?

En 2011 el profesor Nicholas Negroponte dio un paso al costado en la conducción del Media Lab, del MIT, laboratorio de avanzada creado por él en 1985 con el fin de realizar investigaciones interdisciplinarias en diferentes campos vinculados con la tecnología. Su reemplazante, Joi Ito, un japonés-estadounidense, fue considerado por el New York Times como una elección inusual, pues Ito no había completado estudios de educación superior. Pregunto: ¿cuál es la carrera que prepara para conducir un laboratorio como el citado? Tal vez el mismísimo MIT, una institución situada en el corazón de la educación formal de elite y de avanzada, nos está mostrando nuevamente el camino: mientras el sistema educativo no de soluciones, habrá que buscar en otros lados.

Por lo dicho, queda claro el punto: no necesitamos más ingenieros, sino más mentes ingenieriles. En el nuevo contexto de la cultura digital y de la producción colaborativa, no debemos circunscribir el debate al análisis de la siempre preocupante tasa de graduación universitaria. También debemos cuestionarnos qué estamos graduando.