JUAN MARÍA SEGURA

¿Por qué la sociedad no valora la labor docente?

Por Juan María Segura


Es simpático decir que los docentes son importantes. Queda bien. Y también es políticamente correcto decir que estimamos mucho su trabajo, y que creemos que el futuro de nuestras Naciones está en sus manos. Sin embargo, en la práctica y por alguna razón, somos bastantes críticos con su tarea. La misma sociedad que dice estimarlos, los critica. Tal vez por varias razones, pero lo cierto es que no se entra en detalles a la hora de criticarlos.

En una encuesta impulsada por Gallup en 150 países, se preguntó si los maestros de su país eran tratados con respeto. Agrupando los resultados por regiones, Latinoamérica se ubicó anteúltima en la clasificación mundial, con solo 27% de respuestas positivas, apenas por encima de los países de África (22%) y muy por debajo de los países de Asia (entre 50% y 79%), líderes en cuanto a apreciación de la tarea docente. En la misma encuesta se consultó sobre los más grandes desafíos para la escuela de su país, ubicando a la calidad de los docentes como el elemento más importante y relevante. La encuesta no fue respondida por publico general, sino por expertos educativos, así que sus conclusiones pueden tomarse muy en serio. O sea que, los conocedores del sistema creen que, en nuestros países de la región, solo 1 de cada 4 personas trata a los docentes con respeto.

Si vinculamos estos resultados de la encuesta de Gallup con los resultados comparativos de aprendizaje relevados cada 3 años por las pruebas PISA en alumnos escolares de grado 9, el cuadro general cobra total sentido para nuestra región. Y si tomamos los resultados de los Operativos Aprender, que anualmente da a conocer el gobierno Nacional, el cuadro también cobra total sentido para nuestro país.

Es difícil escindir la calidad de los aprendizajes escolares agregados, relevados todo el tiempo por diferentes operativos y metodologías, de la preparación y pericia de sus docentes. Los alumnos, en cuanto a sus aprendizajes, son un poco un espejo de sus docentes. Al menos, en el tipo de sistema escolar que poseemos en nuestros países. Es cierto que existen teorías del aprendizaje en donde se concibe a la intervención del adulto como un estorbo, aún a la intervención de un adulto idóneo. Dejando de lado esas teorías más recientes, somos herederos (o productos) de un proceso de escolarización en donde el docente históricamente ha tenido un rol clave, y eso seguimos esperando de alguna manera que ocurra dentro de la escuela. Es esa la incidencia que le seguimos asignando al docente en el proceso de enseñanza aprendizaje, esa la transcendencia y ese el protagonismo que creemos que tiene, o que queremos que tenga. 

Es cierto que otros elementos entran en juego cuando de aprendizajes se trata, sean elementos externos al propio proceso de escolarización (por ejemplo, el nivel socioeconómico del aprendiz) o propios de la escuela (por ejemplo, la curricular escolar) o del aula (la cohorte de pares dentro de la cual ‘toca’ aprender). Pero ello no atenúa el hecho de que los alumnos son termómetro de sus docentes. Y si en nuestro país, a partir del Operativo Aprender, sabemos que nuestros alumnos aprenden poco y mal de casi todo lo que se mira, y que egresan mal preparados para el ciclo siguiente, parecería obvio suponer que ese mal desempeño es causa principalmente del deficiente trabajo de sus docentes. Esta suposición significaría que, en términos generales, los docentes en nuestro país están fallando en su tarea, y tal vez por ello reciban tan poca apreciación social. ¿Será así? ¿Están fallando?

Que los alumnos no aprenden lo que deberían y cómo deberían, de eso no hay duda. Que los docentes no reciben reconocimiento social, ahora sabemos que eso también es un dato contundente, y que en otros países de la región sucede algo similar. Lo que no sabemos aún es si el eslabón perdido es la falla propia de los docentes y, de serlo, si esto está de alguna manera asociado a su preparación (o falta de) para conducir su tarea con destreza. 

Podemos suponer, siguiendo el mismo razonamiento, que la formación docente en nuestro país no está logrando su cometido. Que no está preparando a los docentes, maestros y profesores para cumplir su tarea, sea porque se falla en los contenidos seleccionados, se equivoca el abordaje pedagógico y didáctico, se obvia evidencia científica emergente proveniente de la neurociencia o se mal interpreta la integración de las tecnologías educativas al proceso de enseñanza y aprendizaje. Y si todo eso se está llevando a la práctica adecuadamente, se lo está haciendo demasiado despacio, o está alcanzando a una parte muy pequeña de la población docente. Por supuesto que hay docentes que trabajan bien y destacan, pero son pocos, no alcanzan para revertir a escala un proceso que está mal encaminado, que está dando malos resultados, y que cuesta mucho modificar por corporativismos sindicales y por falta de audacia de las políticas educativas, en especial en un país que vive de elección en elección.

Vislumbro en un futuro la aparición de docentes, tutores y asistentes del proceso de aprendizaje que no provengan de la carrera tradicional docente, y eso me anima. Así como Wikipedia terminó superando en dimensión, dinamismo, utilidad, costo y disponibilidad a aquello que ofrecía un movimiento enciclopedista de largo arraigo, tal vez una nueva generación de asistentes del proceso de aprendizaje hago lo propio con los docentes tradicionales. Si ello ocurre, estimo que la tarea de asistir al que desee aprender vivirá un renacimiento. Ese docente, que de docente tradicional no tendrá tanto, logrará toda la estima que los actuales no obtienen. En ese caso, la sociedad, supongo, sabrá valorarlo.

Quienes abracen la época, se entusiasmen con la infinidad de recursos educativos que provee la red, se animen a crear colectivamente y desarrollen destreza para alimentar comunidades de práctica y aprendizaje, estarán en excelentes condiciones para suplantar a docentes mal formados, mal dirigidos y sin entusiasmo.