JUAN MARÍA SEGURA

¿Discutimos estilo o carácter?

Por Juan María Segura


Con el comienzo del mes de febrero, el tiempo de preparación del ciclo escolar 2021 ingresa en la recta final y, naturalmente, comienza a manifestar una escalada en las fricciones. Como cada año, pero en esta oportunidad por cuestiones particulares.

Con opiniones que provienen de todos los sectores, la tensión que produce la decisión de abrir o no abrir las puertas de los establecimientos educativos dentro de apenas unas semanas se ha vuelto casi una causa nacional. Desde grupos de padres organizados en las redes sociales, hasta editoriales en los principales diarios del país, desde iniciativas de organizaciones educativas del sector social (#alasaulas), hasta nuevas fundaciones de expresidentes con énfasis en educación (Fundación Mauricio Macri), desde encuestas nacionales de opinión pública sobre la importancia de la educación (encuesta Poliarquía del 30/ene), hasta entrevistas a ministros y funcionarios del gobierno, todos opinan y reclaman. Desde la más humilde de las madres, hasta el más sofisticado de los médicos, desde el más perezoso de los sindicalistas, hasta el más oportunista de los políticos, todos se anotan en el debate.

El reclamo generalizado tiene nombre: presencialidad. Y hasta parece que tiene apellido: cuidada o responsable (¿?). El nombre del debate educativo que enfrentará durante estas semanas (y probablemente durante gran parte del año) a unos y otros se llama presencialidad cuidada. Para simplificar los argumentos, unos desean que vuelva la presencialidad escolar si o si desde el día uno, y otros argumentan que tal vez sea prematuro, hasta tanto no se haya completado el plan nacional de vacunación y el tema de los contagios no esté dominado. Ya versus vemos.

Volver o no volver a la escolaridad presencial plena, ¿es esa la verdadera cuestión? ¿Debería agotarse toda nuestra energía en ese debate o reclamo? ¿Qué resuelve estructuralmente la presencialidad escolar hoy, aquí y en estas condiciones? Son preguntas necesarias que deberían darle un marco lógico al reclamo.

No se me escapa de dónde venimos, claro. El año 2020 fue un agujero negro para el sistema educativo, en nuestro país y en la mayoría de los sistemas del mundo. En marzo pasado todos pensamos que ocurriría lo de cada año, y a los pocos días la realidad cambió. No se interrumpió, cambió. Nuestros alumnos y otros 1.500 millones de niños y jóvenes debieron guardarse en sus hogares, en las condiciones que fuese, para protegerse de lo desconocido e invisible. Con el tiempo comenzamos a comprender científicamente mejor al virus, con independencia de nuestras conductas individuales y colectivas. Hoy sabemos un montón, pero al costo de un encierro que nos aisló, empobreció y embruteció como ningún otro evento antes. Y ocurrió en simultaneo en todo el planeta. 

Venimos de ese año único en la historia en donde nuestros hogares se fatigaron, los adultos nos volvimos todoterreno, aunque con una eficacia dudosa, y donde vimos nacer un nuevo concepto, el de la nueva normalidad, que creemos sintetiza el mundo en ciernes. Vivimos tiempos de cambio y de angustia colectiva, es comprensible. Analizado desde este ángulo, parecería que el reclamo de la vuelta a la presencialidad escolar es más el deseo de la vuelta a la normalidad pre-virus, el regreso a la contención y confort del territorio conocido, que el de la vuelta a la escuela en donde se aprende.

Tampoco se me escapa de dónde veníamos antes del 2020. La radiografía que cada año nos entregó el gobierno nacional a partir del operativo aprender entre los años 2017 y 2020 fue cruda, dolorosa y trágica. Un censo nacional educativo de las 24 jurisdicciones, en escuelas de gestión estatal y privada, rural y urbana, primaria y secundaria, no dejó margen para la duda. El sistema educativo en su totalidad se estaba conduciendo, en términos de aprendizajes, como un camión destartalado, perdiendo a la mitad de su alumnado a partir de los 15 años de edad, y ofreciendo niveles agregados de aprendizaje lastimosos. Si cree que exagero, recuerde que en la última medición de Aprender, solo el 28% de los alumnos de último año escolar evaluados en septiembre de 2019 habían alcanzado los niveles deseados de matemáticas. ¡Solo el 28%! Y después nos sorprendemos cuando nos enteramos de que las ingenierías y carreras STEM (por ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas) tienen pocos adeptos en nuestro país. En lengua tampoco salieron tan bien las pruebas. Y después nos sorprendemos cuando una directora de escuela de Neuquén, que además es profesora de lengua, transforma ‘ha sido’ en ‘hacido’ en una nota de un alumno. ¿De qué sistema escolar creemos que egresan el ingeniero al que se le cae el puente y la directora con faltas tan groseras de ortografía?

Es claro que 2020 nos agotó, pero no tenemos que olvidar de dónde veníamos antes. Es entonces cuándo me pregunto: ¿Acaso deseamos volver a la presencialidad de ese sistema destartalado en donde no se aprende? Reclamar casi dogmáticamente la presencialidad escolar, ¿es discutir estilo o carácter? ¿Superficie o sustancia? ¿Decorado o estructura? ¿Ropaje u organismo? ¿Detalles o diseño?

La escuela es una política educativa pensada, diseñada e instrumentada con el objetivo primario, aunque no único, de generar aprendizajes agregados de calidad. Y si no lo hace, si falla tan dramáticamente en esa tarea esencial, es necesario parar la rotativa y repensar. Hacer presión social para volver a la presencialidad es apenas raspar en la superficie del problema, sin llegar a cambiar nada sustancioso. ¡Ojo con lo que reclamamos, que nos pueden dar la medicina que estamos indicando que es necesaria!

Me siento algo antipático señalando esto, contrario al sentir del 65% de la población, según la medición de Poliarquía. De hecho, siempre adhiero y firmo a cuanta causa del tipo se lanza. Sin embargo, no puedo dejar de señalar que, obrando de esta manera, le estamos haciendo el juego a quienes tienen la responsabilidad de reparar el sistema, y no lo hacen.

No le hagamos el juego a la política, ¡hagamos política desde el reclamo ciudadano! No convirtamos en relevante discusiones de estilo, de ropaje o del color de la pintura. ¡Vayamos a fondo! Necesitamos una nueva escuela, porque el mundo cambió. En un informe de proyecciones para el 2021 publicado recientemente por la empresa Globant, se señala que el año 2020 produjo cambios profundos en el sistema de distribución de bienestar, servicios y oportunidades en la sociedad para los próximos ¡10 años! La tecnología, naturalmente, está al centro de esa transformación y nueva cultura del producir, del distribuir y del consumir. Tal vez estos escenarios e informes deberían ser el verdadero insumo del debate para el tiempo que viene.

Claro que me consultaron si estaba a favor o en contra de la vuelta a la presencialidad escolar, y esto respondí por escrito: recomiendo la vuelta a una experiencia escolar en donde los chicos aprendan, forjen su personalidad, adhieran a valores colectivos y se entusiasmen con ciertos hábitos operativos buenos. Si en la presencialidad escolar esos objetivos se cumplen, pues entonces que abran las escuelas y se retome la rutina escolar.