JUAN MARÍA SEGURA

¿Gradualismo o demolición?

Por Juan María Segura


Semanas atrás se dieron a conocer los resultados de una encuesta realizada por la consultora McKinsey & Company sobre adopción de IA en las organizaciones, ejercicio que se realiza desde el año 2017. Son +1.300 encuestados los que responden si sus organizaciones han adoptado IA en al menos una función empresarial, reemplazando trabajo usualmente realizado por humanos. Ya en 2017 las respuestas positivas alcanzaban al 33% de los encuestados, un valor significativamente elevado si tenemos en cuenta que, para ese entonces, el debate sobre IA era solo emergente. Por ello, durante el período 2018-2023 el valor de respuestas positivas se estabilizó alrededor del 50%, inclusive atravesando la pandemia sin grandes sobresaltos. Sin embargo, en 2024 ese valor mostró un salto significativo, alcanzando al 72% de las organizaciones encuestadas. Este último valor es coincidente con el aumento de usos de IA generativa, que en el último año creció del 33% al 65%.

Mas allá de la sorpresa que puedan producir estos valores a algunos distraídos, lo cierto es que, durante el mismo período de tiempo, la inversión privada global en IA pasó de us$28 mil millones a us$130 mil millones, y la cantidad de robots industriales instalados en fábricas y laboratorios en todo el planeta se duplicó, con China liderando en el rubro. Patentes presentadas y aprobadas, PhD graduados, papers publicados, leyes aprobadas, asistentes a conferencias, perfiles profesionales especializados contratados por las empresas, contenido en portales de noticias, podcasts, todas las estadísticas sobre IA en los últimos años se mueven en la misma dirección: aumentan, entre mucho y muchísimo. Y no solo aumentan, sino que además sientan las bases de una nueva economía y cultura, de una nueva forma de organizar nuestras rutinas y también nuestros relacionamientos, de una nueva manera de pararnos frente a la autoridad, frente a la verdad y ¡frente a los problemas!

Si lo anterior ocurrió en los últimos años, imaginemos por un momento dónde estaremos parados para el año 2040. ¿Cómo se relacionarán los clientes con los productos y servicios que consumen, los votantes con sus gobernantes, los alumnos con sus maestros, los enfermos con sus médicos, los empleados con sus jefes, los emprendedores con el capital de riesgo, los artistas con sus fans, los turistas con sus ciudades predilectas, los streamers con sus audiencias, los escritores con sus lectores, los lideres religiosos con sus feligreses, los hijos/as con sus padres y madres y estos con los suyos a la vez? ¿Cómo nos relacionaremos con un planeta que albergará 15 mil millones de habitantes que demandarán alimento, agua potable, un techo y energía (limpia o la que encuentren) para cargar sus celulares y chips subcutáneos? ¿Cómo lidiaremos con la basura espacial, con los sistemas de seguridad social desfinanciados, con los millones de adultos mayores, con las nuevas enfermedades derivadas del abuso de tecnologías que aún no conocemos? ¿Cómo aprenderemos y reaprenderemos a partir de los 25 años, una vez que dejemos atrás el último ciclo de educación institucional con diseño?

Reflexionar sobre estas y otros mil preguntas similares en este contexto inédito que está atravesando la experiencia humana nos obliga a mirar críticamente a nuestros sistemas educativos. Imaginar herramientas, soluciones y sistemas de IA generativa integradas en prácticamente todos los ámbitos de nuestras vidas nos debería hacer tomar conciencia de la necesidad urgente de cambio. Es como mínimo necio dar la espalda a tanta evidencia, a tanta información. Ya no se trata tanto de entender, ni siquiera de aceptar (la época, a la larga, impone sus condiciones), se trata más bien de actuar. Es tiempo de praxis. A partir de una mirada crítica descontaminada de dogmatismos, ideologías y remordimientos nostálgicos, debemos enfrentar la tarea de repensar e implementar un conjunto de prácticas y procedimientos educativos institucionales a la luz de las herramientas de la época. Es tiempo del cómo, es un momento global alucinante y desafiante de rediseño, y debemos ocuparnos.

Para repensar el sistema educativo es importante remarcar que la IA generativa genera entendimientos nuevos. Crea. No es solamente un clasificador u organizador de grandes cantidades de datos. Es mucho más que eso. La IA generativa tiene la capacidad de combinar ideas, principios y funciones para arribar a nuevos entendimientos. Y lo puede hacer en un lenguaje comprensible para cualquiera. Puede descubrir e inventar, superando por mucho la capacidad básica original de los sistemas de redes y cómputos, que solo nos ofrecían memorización, poder de cálculo y diseño, y vinculación remota. La IA generativa puede componer Imagine sin Lennon, escribir la Divina Comedia sin Dante y descubrir el tratamiento contra el polio sin Sabin. ¿Acaso se toma dimensión de ello? Jugar con la imaginación a partir de aquí es un ejercicio infinito, pero a la vez posible. Diría, imprescindible. Debemos imaginar el mundo de posibilidades que se le abren a la humanidad a partir del surgimiento de estos sistemas, y debemos lograr ordenamientos y acuerdos mínimos para ya, ya comenzar a beneficiarnos de ello.

Si hoy tuviéramos que pensar un sistema educativo para niños y adolescentes que aproveche lo planteado arriba, creo que casi nadie lo diseñaría tal cual lo conocemos. Si hoy tuviésemos que pensar un sistema de educación superior que prepare para trabajar en organizaciones atravesadas por sistemas de IA generativa, creo que casi nadie estaría de acuerdo con las exigencias que impone la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU). Sin embargo, allí vamos, haciendo como que no pasa tanto, mientras nos vamos convirtiendo en parásitos culturales sinantrópicos, refugiados en una práctica que sigue perdiendo impacto, trascendencia y capacidad de transformación.

Es aquí donde me pregunto si el sistema educativo se debe modificar gradualmente o si debemos reemplazarlo. Que lo debemos modificar, de eso no hay ni dudas ni discusión. La pregunta, nuevamente, es cómo. ¿Debemos ser condescendientes como los temerosos e indecisos, o debemos ir a fondo de una? ¿Debemos ser pacientes con los lentos y distraídos, o debemos avanzar con la topadora? ¿Debemos ser cuidadosos con las jerarquías y legados, o debemos dinamitar y ya? ¿Acaso tenemos tiempo para hacer lo primero? En definitiva, ¿qué es más importante, cuidar el tiempo de adecuación y adaptación de unos al costo de la mala educación de los aprendices de turno, o la inversa?

La IA es un tsunami que nos puede llevar puestos si no actuamos rápido. De hecho, ya estamos tarde. Debemos decidir cómo hacerlo y para ello debemos definir si vamos a cuidad al ‘sistema’ o si vamos a cuidar a los aprendices. Es gradualismo o demolición. Las cartas están echadas, ahora toca jugar.