JUAN MARÍA SEGURA

Adolescencia, ¿cuál es el conflicto?

Por Juan María Segura


Confieso que vi la serie Adolescencia con pereza. Claro que el tema del que trata me resulta relevante, pero en mi primer abordaje la dinámica me pareció lenta, muy lenta. Y eso de que se utilice una sola cámara no me ayudaba. Son gustos, ¿vio? Pero la vi, en parte medio presionado por amigos y familiares que me intimidaban con cariño diciendo ‘…vos que estás en educación ¡no podés dejar de verla!...’. Ok, ok.

Sin necesidad de entrar en detalles del guion, que a esta altura imagino que para todos es conocido, debo decir que la serie no me produjo tanto impacto, dado que no encontré ningún insight novedoso desde mi punto de vista profesional, que es la educación. Solo adolescentes siendo adolescentes, estrenando un mundo matriz de cultura digital. Pero vamos por parte.

¿Qué es la adolescencia? Una etapa de la vida que transcurre entre la niñez y la adultez caracterizada por cambios físicos, psicológicos y sociales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la adolescencia comienza con el inicio del proceso biológico de maduración sexual (pubertad) y abarca a grandes rasgos desde los 10 hasta los 19 años de edad. Dado que la adolescencia es una etapa de transformación que contribuye a la construcción de la identidad, en especial en su etapa temprana (de 10 a 13 años), las problematizaciones que ello supone en diferentes contexto culturales, sociales y familiares la hacen muy atractiva para la ficción. Si bien la adolescencia como etapa es real y es más vieja que la escarapela, Adolescencia es ficción, aún cuando su personaje principal tenga 13 años y esté atravesado por la sintomatología clásica de su etapa de desarrollo, la adolescencia temprana.

Decir que Adolescencia es ficción nos permite tomar un poco de distancia del nudo de la serie, habilitándonos a discutir algunos de sus supuestos con más calma. No estamos frente a un documental en formato docuserie, así que, además de conmovernos por el guion, también podemos discutir algunos de sus diseños. Por ejemplo, yo he visitado cientos de escuelas en muchos países del mundo, y jamás, jamás vi una escuela parecida a la de la serie, en donde todos gritan y faltan el respeto en todos los rincones de la escuela, los alumnos salen corriendo por la ventana de la clase para que no los agarre un policía y los docentes y directivos están todos al borde de un ataque de cólera. Ni en el Conurbano Bonaerense ni en los suburbios de Sao Paulo vi tanto, así que eso no me gustó, no me resultó creíble, aunque le haya resultado funcional al guion. Y el guion sí que funcionó.

‘…Me podría haber pasado a mí, no sé lo que hacen mis hijos en las redes sociales todo el día…’ es la frase que más se escucha repetir a padres y madres. Chocolate por la noticia, ¿cuándo eso no fue así? ¿Acaso cuando no había redes sociales todo era más ‘controlable’, y eso daba más ‘sensación’ de que las cosas estaban en orden? ¿En serio estaban en orden? Esa repentina toma de consciencia colectiva me resulta algo infantil, irresponsable, no les creo. La adolescencia es, casi por definición, distanciamiento de los padres, evasión y apartamiento de los controles y las normas. No imagino una ficción que trate sobre la adolescencia que no haga hincapié en este punto, en el desencuentro entre adultos (y sus sistemas) y menores a cargo.

Entonces, ¿qué es lo supuestamente novedoso? Aparentemente, las ¿malditas’ redes sociales. Insta. Es la combinación de adolescencia y redes sociales. Y allí es donde no comulgo. El problema central de la serie no son las redes sociales sino una adolescencia vivida en orfandad, aún con los padres detrás de la puerta. Hace 20 años que sigo este tema, con datos, estadísticas, cuentos y argumentaciones, y hace el mismo tiempo que verifico la ceguera con la que los adultos le dan la espalda al mundo que nació en 1993 con la creación de la www y de internet. La orfandad que actualmente viven los adolescentes está producida principalmente por adultos sin interés ni estrategias para abordar una adolescencia vivida en el mundo de la cultura digital.

No me canso de repetir que un mundo matriz como el actual supone que el contenido digital se produce y consume sin mediación. Y de ese mundo matriz participamos todos, jóvenes y adultos, de cualquier raza, condición y credo. Todos nos conectamos (70% del planeta), todos consumimos contenido desde nuestras pantallas (5.500 millones de smartphones operativos) prácticamente en todo momento, todos los días (7hs promedio por día). Todos reaccionamos a lo que hacen o dicen las marcas, a los temas que pretenden imponer los influencers, a las noticias aún de dudosa procedencia, a los videítos de bebes o gatos, a los políticos que se pelean, a los accidentes de autos y los sitios de citas, a los goles de Messi. El mundo matriz envolvió nuestras vidas, se filtró a través de todas nuestras rutinas, invadió todos nuestros rincones íntimos y todas nuestras conversaciones. No lo celebro, solo lo marco como un rasgo de época. El mundo matriz sentó las bases de la cultura digital, y recién estamos tomando cuenta de ello. El problema es que, mientras tanto, los adolescentes beben atravesar esa etapa, y lo están haciendo solos, solitos, nunca tan en soledad.

Hay una conversación central en la serie, cuando el joven Adam le pide a su padre, el experimentado y asertivo inspector Luke Bascombe, hablar a solas (lo cual aparentemente no ocurría casi nunca) y le dice que ‘…la investigación no avanza porque no la entendés. Me dio vergüenza verte tan perdido…’. Y lo introduce al mundo de los significados de los emojis y sus derivaciones. Llevo años preguntado a los docentes si se comunican con sus alumnos utilizando emojis, y casi siempre me miran con cara rara. Según la investigación de Robert Logan, profesor del MIT, los emojis son una parte constitutiva del sexto lenguaje creado por la humanidad, que es el lenguaje del chat y de internet. Lenguaje que nuestros adolescentes utilizan mucho, y en los que padres y docentes se presentan como analfabetos. ¿Acaso se puede ejercer bien el rol de padre o docente sin dominar bien los lenguajes que nos conectan?

Solo un tercio del tiempo que estamos conectados diariamente a internet estamos en las redes sociales, el resto del tiempo hacemos muchas otras cosas, algunas útiles, otras inútiles, algunas sanas, otros malsanas, algunas virtuosas, otras viciosas. La ausencia práctica de mecanismos y estrategias de mediación del tiempo que estamos conectados dificulta intervenir el proceso de producción y consumo de contenido digital, sea en redes o en otras plataformas. Muchos adultos desearían que las redes sociales o los smartphones no existan, o que al menos se prohíban para los jóvenes hasta cierta edad. La misma dinámica se repite con las herramientas emergentes de IA, que recién están ingresando por el palier de entrada de la historia a las rutinas de nuestras vidas cotidianas.

Siempre hemos sido hostiles con lo novedoso, siempre nos hemos sentido incómodos fuera de nuestras zonas de confort. Acompañar a un adolescente en su proceso madurativo en el mundo matriz de la cultura digital es un reto totalmente novedoso. Para enfrentarlo y abordarlo con confianza, debemos desplegar nuevas herramientas de intervención y de apuntalamiento del proceso. Algunas son tan, tan obvias, que hasta me da vergüenza proponerlas. ¿Y si probamos con conversar más, con escucharlos sin juzgar, con pedirles que nos enseñen algunas cosas (como hizo Adam), con jugar juntos dentro de ese mundo digital?

Los emojis se crearon en 1997, ya en 2013 apareció la Emojipedia (la enciclopedia online del significado de los emojis) y en 2014 se instituyó el día mundial del emoji, que se celebra cada 17 de julio. En la actualidad existen más de 3 mil emojis que se utilizan como forma de expresión. Si al pobre Luke en la ficción Adolescencia le cambió el curso de la investigación solamente el entendimiento de los colores de los corazones de los emojis, me pregunto cuántas otras conversaciones y tensiones estaremos dejando de ver entre adolescentes, mientras intentan hacer pie en un mundo que nosotros tampoco podemos comprender.

En fin, nada nuevo bajo el puente con Adolescencia, solo una cachetada para los padres distraídos que siguen pensando que el mundo matriz puede reversar su trayectoria y volver a presentarse en modalidad analógica. Tal vez, los adolescentes son esos padres, somos todos los padres, docentes y maestros, que no terminamos de ver que el mundo cambió y que nosotros deberíamos hacer lo mismo. Y mientras no lo hagamos, nos perpetuaremos como adolescentes incompletos, inseguros, algo torpes y muy erráticos, rabiosos como aparecen todos en la serie, incapaces de alcanzar la madurez en un sentido profundo, más allá de los años que acusen nuestros documentos de identidad.