JUAN MARÍA SEGURA

Ahora, ¡a jugar!

Por Juan María Segura


La escuela y el juego no necesariamente han sido socios históricos. Me animo a afirmar lo contrario: que la escuela clásica, modelo 1.0, refinó su diseño original y afianzó un tipo de práctica en particular que dejó cada vez menos espacio para el juego.

Pregunte a un niño qué es lo que más le divierte de la escuela pre pandémica, y obtendrá un alto porcentaje de respuestas que señalarán al recreo como lo más divertido. Algunos, inclusive, dirán que ¡es lo único divertido! Es que en el recreo escolar se juega, se crea, se improvisa, se experimenta, se sociabiliza. El recreo permite probar abordajes, iterar, aprender de los errores, profundizar intereses, obviar relaciones o acciones no deseadas, generar y resolver conflictos. El recreo no pone límites y permite que los niños se dejen guiar por la intuición y el juicio personal, aunque sea de una manera rudimentaria e infantil. El recreo escolar es a la niñez, lo que una pista de baile es al bailarín. Son construcciones indisociables de una condición particular, la de ser niño o bailarín, y el espacio en donde sus contertulios desearían habitar la mayor parte del tiempo. Si patios escolares y pistas se vacían, pierden su condición, se transforma en espacios neutros, desnaturalizados.

No obstante ello, el recreo es solo un pequeño respiro de ‘normalidad’ en un meta diseño institucional que la mayor parte del tiempo trata a los niños como adultos mal aprendidos, a los que hay que enseñar, exigiendo una disciplina de la que carecen. Todo aquello que en el recreo hace sentir a los niños vitales y de su condición, dentro del aula es tratado con severidad, es regulado, desalentado, neutralizado, apagado. Toda esa vitalidad exuberante y deseo de experimentación sin fin, queda al servicio de diseñadores curriculares burócratas y docentes con escasos argumentos y herramientas. Cuando expertos en educación declaran que la escuela mata la creatividad, el centro de sus críticas radica en este punto, en hacer de la anormalidad intraaula una nueva normalidad. La nueva normalidad del diseño frío y distante del aula es muy, muy anterior a la supuesta nueva normalidad provocada por la pandemia.

Esta subversión de la naturaleza, en donde lo anormal se transforma en normal, y viceversa, y ambas situaciones conviven en el mismo espacio institucional y temporal, supone un reto mayúsculo para el sistema educativo. Y es allí en donde el juego puede hacer un gran aporte, no solo para desanudar una dinámica de aula monótona y poco estimulante para los alumnos, sino especialmente para despertar en los docentes el deseo de mediar el aprendizaje de niños y niñas que ahora se expresará con toda su unicidad y particularidad. Pero para ello, hay que llevar el juego adentro del aula. O, mejor dicho, hay que transformar la clase en un recreo, en el más profundo de los significados pedagógicos. Y claro que existen metodologías que facilitan esa dinámica y readecuación, como por ejemplo, Accelium.

Accelium no es un juego en particular, ni una clásica plataforma en línea, mucho menos un repositorio de contenidos digitales curados, sino una metodología intraescolar de aprendizaje basado en el juego, lo que también se suele conocer como Game-Based-Learning methodology, o GBL. Iniciada en el año 1994 por jugadores de ajedrez en Israel, Accelium ya ha llegado a más de veinte países en el mundo, contando con millones de niños que actualmente se benefician de sus juegos y dinámicas, que ya experimentan dentro del aula la misma sensación de júbilo y entusiasmo que cuando están en el recreo.

La metodología posee en su diseño una estructura que se repite en cada clase. Si bien es sencilla y fácil de comprender y de aprender para los docentes, es la clave de su ADN, y la que le permite diferenciarse de otras formas de juego o consigas lúdicas escolares. Dicha estructura consiste en cuatro momentos dentro del aula, interrelacionados y secuenciales: un momento inicial de contextualización temática, un momento de juego grupal dentro de la plataforma en línea del programa, un momento de aprendizaje y conceptualización, y un momento final de transferencia de lo aprendido a situaciones de la vida cotidiana. Sencillo, repetido una y otra vez, con contenidos y juegos diferentes para cada destreza o competencia, con niveles progresivos e incrementales de complejidad, asociados a la edad de los aprendices.

La tarea del docente es fundamental en este diseño, pero no tanto desde una posición central en el frente del aula, impartiendo conocimientos y saberes en forma monopólica y unidireccional, sino más bien desde un rol más claro de facilitación, alentando una dinámica de preguntas y respuestas orientadas a la comprensión del proceso. El docente tiene, en cada clase, el desafío de hacer inteligible el juego, de establecer conexiones claras entre los diferentes bloques o momentos de la clase, de adecuar los tiempos de experimentación en la plataforma en línea y en el juego a las consignas curriculares de aprendizaje de ese momento. Es una tarea exigente, que debe respetar y adecuarse a las características de cada cohorte de alumnos, pero refrescante a la vez, pues quita automaticidad al proceso escolar, lo que le devuelve vitalidad, espontaneidad y personalización al proceso de aprendizaje de los niños. Si usted es docente, ¿acaso no querría que sus clases vuelvan a presentarse de esta manera?

En las escuelas de Argentina en donde la metodología ya se experimentó, el impacto en docentes y niños fue notable. Si bien la metodología, de acuerdo con investigaciones realizadas en diversas países y contextos escolares, produce modificaciones notables en los aprendizajes de los contenidos curriculares centrales, en nuestro país aún es prematuro para afirmarlo. Sin embargo, las sonrisas en las caras de alumnos y docentes ya dicen mucho, presagian lo obvio. El recreo ya no ocurre solamente en el recreo, sino también dentro de las clases de Accelium. Es por ello que los niños hacen fila frente al aula para entrar corriendo a clase. Inimaginable para muchos docentes y directivos escolares, algo esperable para quienes alentamos la adopción de este tipo de pedagogías.

Días pasados, al finalizar una clase, un niño tímido se quedó deambulando dentro del aula hasta que se retiraron todos sus compañeros. Fue entonces cuando se acercó a la maestra y le preguntó: ‘Seño, después del recreo volvemos a esta clase, ¿no?’. En otra escuela, el sonido del timbre es acompañado regularmente con un lamento colectivo de niños que no quieren ir al recreo. Es que el juego, diseñado dentro de metodologías GBL, generada sanos competidores del recreo escolar.

Ahora que las PASO quedaron atrás, ahora que la pandemia permite hacer algunos planes, ahora que la presencialidad escolar se vuelve un reclamo ineludible, ahora que los aprendizajes escolares vuelven al centro del debate, debemos animarnos a probar con metodologías estimulantes, disruptivas, útiles, validadas. Si aprender es una fiesta, entonces, ¡juguemos!