JUAN MARÍA SEGURA

Berni, cultura y escuela

Por Juan María Segura


‘¿Cómo se resuelve el problema de la educación?’ Me enfrento una y otra vez con esta pregunta, tanto en congresos, foros y seminarios, como en privado con padres y adultos preocupados por el tema (vamos a suponer que todos los que preguntan, lo están…). Y en cada oportunidad percibo que del otro lado se está a la espera de una respuesta salvadora, aliviadora, contundente, una suerte de fórmula mágica que todo lo reparará. En definitiva, se cree, medimos mal en los Operativos Aprender, de OCDE y UNESCO porque los chicos no estudian o están todo el día en Instagram y Tik Tok, o porque las docentes no enseñan bien por estar mal pagos y peor capacitados, o porque la política está mirando para otro lado, o simplemente porque los colegios privados solo buscan ganar dinero o los sindicatos desean mayores haberes sin comprometer mucho a cambio.

Seguramente la respuesta correcta tenga ingredientes de cada una de estas suposiciones y de muchas otras más, pero de ninguna manera es una pregunta que se pueda responder con ‘LA’ respuesta correcta, única y salvadora. La Argentina posee un sistema educativo complejo, extenso, heterogéneo, de gestión parcialmente descentralizada territorialmente, con rendimientos desparejos y realidades socioculturales de contexto aún más disímiles. Los millones de alumnos repartidos entre los 65 mil establecimientos educativos escolares regulados entre el Estado Nacional y las 24 jurisdicciones educativas impiden responder esta pregunta de una única manera, certera y eficaz.

Es por ello que suelo desafiar a los preguntones preocupados a que desglosen al sistema educativo en diferentes dimensiones. Si la pregunta no tiene respuesta, y el asunto de verdad preocupa, entonces reformulemos la pregunta. De cara a un 2023 en donde seguramente se discuta mucho sobre educación, sugiero que se comprenda a la problemática educativa en, al menos, 5 dimensiones.

En primer lugar, existe un problema de índole ideológico. Desde el punto de vista filosófico-pedagógico, la educación Argentina tiene una tensión aún no resuelta entre inclusión y calidad. La inclusión sugiere que no debemos permitir que los chicos dejen el sistema, aún si su rendimiento no es bueno, no mejora y afecta el clima general de aprendizaje en la escuela. El debate sobre la no repitencia, ya convertido en norma en algunas provincias, como Santa Fe, encuentra antecedentes en resoluciones como la 1057/14, promulgada años atrás por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. En la citada ya se indicaba que la trayectoria escolar de todos los estudiantes del sistema público provincial ‘…debe verse favorecida por decisiones que garanticen su ingreso, permanencia, promoción y egreso en las mejores condiciones de igualdad y justicia social…’. Es muy difícil, sino imposible, exigirles a esas instituciones en donde promocionar está garantizado, que creen las condiciones suficientes para medir bien en PISA en matemáticas o lectocomprensión. Calidad, en algún punto, significa medir bien en los exámenes, tanto a los 15 años como a cualquier edad.

En segundo lugar, existe un problema de gobernabilidad en las instituciones. Cuando uno analiza el funcionamiento del sistema de Finlandia, no tarda en percibir la importancia que posee para los padres y madres que las escuelas estén administradas por las propias comunas, lo que sería el equivalente a nuestros municipios. Las escuelas deben estar al servicio de sus vecinos, y no de un gobierno lejano, impersonal, burocrático y centralizado, que permanentemente recibe el embate de gremios sedientos de reclamos. En alguna oportunidad debí dictar un taller en una escuela secundaria en la que no se recibía la visita de las autoridades educativas desde hacía más de un año. ¿Cuán certera puede ser la mirada de esas autoridades sobre la problemática particular de esa institución, o de cualquiera que no se frecuenta? Comandar una institución, cualquiera será su naturaleza, demanda atención, entendimiento y gestión diaria de sus problemáticas. ¿Acaso nuestras escuelas no deberían ser entendidas y atendidas de esa manera? Con el actual diseño normativo, difícil.

En tercer lugar, existe un problema de logros y de metas. Es cierto que, si a las pruebas nos remitimos, los logros del sistema son mediocres y no mejoran. Sin embargo, cabría preguntarnos si el sistema no está produciendo lo que se propone. Recuerdo una circular emitida por la Dirección de una escuela, años atrás, en donde se ‘sugiere’ a los docentes ‘…no cerrar promedios por debajo de 7 (siete) para no perjudicar la trayectoria escolar de los estudiantes […]. En caso de que el docente considere que el alumno no está en condiciones de aprobar el 2° trimestre, la Dirección solicita pasar por alto esta situación al cerrar el promedio, para no perjudicarlo…’. Así, como usted lee. Si esta es la meta, si esa es la ‘garantía de promocionar’ en la práctica, ¿por qué nos sorprendemos por el logro resultante que, en el mejor de los caos, es aleatorio? La capacitación docente, el estatuto docente, la agencia de calidad y los sistemas de información deberían ser discutidos en torno a esta pregunta: ¿cuáles son realmente las metas del sistema? No es nada clara la respuesta, al menos para quieres toman decisiones cotidianas dentro del sistema. 

En cuarto lugar, existe un problema de entorno cultural, que embebe e impregna a los alumnos y alumnas de prácticas que la sociedad y los adultos utilizan a diario. La violencia verbal y física, el egoísmo, la insensibilidad hacia el necesitado, la injusticia detrás de un sistema meritocrático viciado, un sistema de premios y castigos que no castiga, son prácticas sociales diarias que se verifican en las calles, los bares, los estadios, los hogares, antes que en la escuela. Creer que no existe una relación de causalidad muy fuerte entre los puñetazos al Ministro Berni y el ataque físico de un grupo de niños a un docente, es como pensar que un alumno puede aprender sin esfuerzo y graduar sin paciencia. No podemos exigirle a la escuela que se comporte como una entidad asilada e inmune a un sistema cultural que la afecta y condiciona en sus prácticas. La idea cultural de que en un examen ‘apruebo o me bochan’ (o sea, soy responsable del buen resultado, pero no del resultado negativo), se gesta en la vida cotidiana o en el hogar, en donde las cosas ‘se rompen o las reparo’. Esa curiosa forma de hacer responsables a terceros por los resultados adversos de nuestras vidas mina la base de cualquier sistema meritocrático que el sistema educativo se proponga impulsar. Pregunte a sus hijos qué creen que usted piensa de un abanderado, y reflexione sobre ello. 

Finalmente, y no por ello menos importante, existe un serio problema de diseño. En un mundo con +5 billones de personas de todas las razas y condiciones sociales navegando diariamente por internet, igual cantidad masiva de teléfonos inteligentes, +50 millones de canales de YouTube, y la inteligencia artificial y la ciencia de datos haciendo sus primeros meta desarreglos, las Naciones se ven obligadas a repensarse como colectivo social, y los dirigentes a encontrar nuevos diseños institucionales que den cuenta de ese desafío histórico. Esta revolución transformadora, disruptiva y de escala planetaria, ocurrida en los últimos 25 años, obliga a revisar los fundamentos del diseño curricular y escolar, y a impulsar la agenda de innovación y transformación educativa más ambiciosas de los últimos 100 años. ¿Dónde está ocurriendo ese gran debate nacional en la Argentina? ¿En dónde se están bajando a lápiz y papel los efectos de un mundo VUCA y BANI? Por el momento, personalmente no veo en dónde eso esté ocurriendo.

Desconozco cuál es ‘el’ problema de la educación, pero entiendo que abordando estas 5 dimensiones (ideología, gobernabilidad, metas, entorno cultural y diseño) podremos acercarnos bastante a la respuesta. Y que, a partir de allí, podremos identificar soluciones.