JUAN MARÍA SEGURA

Cada aprendiz, a su propio ritmo

Por Juan María Segura


Entiendo que haya quienes crean de mal gusto hablar de virus e infecciones en un contexto mundial de tanto sufrimiento causado justamente por un virus en particular. No los juzgo. Sin embargo, me permito recordar que nos valemos desde hace muchos años de metáforas relacionadas con características y conductas de los virus, justamente por mostrar una fuerte asociación con actitudes y conductas de los seres humanos. Ser tendencia en twitter, sin ir más lejos, significa ganar, aunque sea por unos minutos, la batalla de la viralización en esa red social en particular. Y cada red social o plataforma, sea YouTube o Tik Tok, posee su propia batalla algorítmica de la viralización en tiempo real, todo el tiempo, de día y de noche. Por su parte, el escritor y crítico cultural Malcolm Gladwell publicó, en el año 2000, The tipping point (que traducido al español significa el punto de inflexión), justamente para demostrar las características y condiciones que podían convertir ideas, conceptos o productos sencillos en éxitos comerciales rutilantes y masivos, que se ‘coman’ el mercado. El punto de inflexión, según el autor, es ese momento a partir del cual esa idea o producto muestra un comportamiento viral.

Así, infección viral (la acción de algo, sea un cuerpo vivo o una idea) y crecimiento exponencial (la descripción de un patrón de comportamiento en el tiempo) me resultan conceptos similares, que refieren a tasas de multiplicación elevadas de ideas, productos, diseños o conceptos que terminan prevaleciendo sobre otros. Nadie pondría en duda que vivimos en la era la ‘exponencialidad’, así que menos podría ofenderse porque reconozcamos que también vivimos en los tiempos de los virus y las viralizaciones, más allá del Covid-19. La ‘x’ de las charlas TEDx hace referencia a este concepto, lo mismo que la ‘N’ de la Ruta N de Medellín, en Colombia. Sin proponérselo, ambos emprendimientos nacieron en 2009. Sin duda son tiempos exponenciales que nos encuentran a todos reunidos a través de una matriz tecnológica de nodos, redes y plataformas, una ágora universal, testimoniando y también protagonizando batallas virales constantes.

Analizado de esta manera, resulta que todos podemos ser agentes infecciosos. De hecho, lo somos de muchas maneras, sin siquiera notarlo, sin sintomatología ni conciencia de que estamos formando parte de una cadena de trasmisión, de que somos un eslabón más dentro de grandes avenidas de contagio e infección. Podemos pasar virus mortales de un cuerpo a otro, como comprobamos en Wuhan, pero también podemos pasar una buena idea virus de una persona a la otra. Estar insertos en esas avenidas de flujos multidireccionales nos permite tomar conciencia de nuestra gravitación en las trasmisiones, de nuestro poder de incidencia en la forma en la que vivimos.

Si realmente creemos que tenemos tal poder, y que obrando coordinadamente reunimos la capacidad de infectar acuerdos, ideologías, sistemas y poderes que creemos que están mal, o que no rinden lo que deberían, entonces debemos dar batalla a través de ideas virus. Debemos lanzar y hacer circular nuevas ideas virtuosas, enfrentándolas contra los virus dañinos que están consumiendo nuestros recursos y asfixiando nuestras esperanzas. No podemos aceptar ser gobernados por ese temeroso o acomodadizo que todos llevamos adentro, del que muchas veces somos asintomáticos, pero que sabemos que infecta nuestras decisiones, y afecta a aquellos alcanzados por las mismas. Estamos llamados a ser protagonistas, a reclamar lo que deseamos, a aspirar lo que creemos que podemos lograr como colectivo. 

Podríamos permanecer pasivos, siempre es una opción. Pero sabemos que eso seguramente sostendría el estado de cosas, y nada cambiaría. La pasividad no tiene que ver con la pacificación, sino con la inacción, con la ausencia de protagonismo y participación, con la incapacidad para elegir a cuáles ideas darles circulación, y cuáles otras obviar. Podemos ser nodos pasivos dentro de esa gran cadena y autopista de flujos de ideas, pero ello seguramente afiance el diseño del sistema educativo y valide la conducta de sus actores, el comportamiento de sus piezas. Es por ello que debemos ser activos, discernir, seleccionar, estimular y favorecer las buenas ideas virus para permitirles que entren en conflicto con aquello que deseamos modificar.

Si tan solo lográsemos acordar 2 o 3 ideas virus, de las características señaladas antes, y lanzarlas a batallar contra el virus del status quo del sistema educativo, armaríamos un lío bárbaro. Solo 3 ideas, no haría falta más que eso, pero deben ser ideas del tipo ‘mi hijo el dotor’. ¡Que fuerza de idea y de verdad en su tiempo! ¡Que irresistible testimonio de virtuosismo! ¡Que síntesis tan bonita de un sistema amigable con el campesino y el hacendado por igual, generoso con el inmigrante y soberbiamente insertado en el desafío del Estado de una república emergente! Esa idea, esa declaración tan potente, ya perdió vigor, no es ni tan verdadera, ni tan necesaria, ni siquiera responde a un aspiracional colectivo. Debemos reeditarla, o directamente reemplazarla.

Una idea virus que podría servir es la siguiente: cada aprendiz a su propio ritmo. Desglosémosla. Aprendices somos todos, no solo los niños, así que el principio bien podría ser extensible a personas de cualquier edad, no solo a los alumnos escolares. Es universalmente aplicable. Aparece, además, la idea de un ritmo de aprendizaje, de una velocidad, que involucra niveles, progresos, estímulos, sistemas de registros. Los grados y niveles actuales son la demarcación por ley de la velocidad máxima de progreso que este diseño propone, rígido e inflexible, vinculada exclusivamente a la edad. No se puede ir más veloz que esas demarcaciones, e ir más despacio es una falla. Quien repite es un desvío, y es tratado de tal manera, como inferior o con atención remedial. Requiere remedios. Finalmente, aparece la idea de la personalización, de la particularidad de quien aprende. Finalmente, aparecen Laura, Marcos, Lucas, Dora, Constanza, Lautaro…

Si cada aprendiz tuviese un sistema que le permitiese aprender a su propio ritmo, habría unos que irían más velozmente, otros a un ritmo similar al actual, y otros más despacio. Y todos estarían haciéndolo bien. No existirían repitentes, y a la vez seguramente habría alumnos de 10 o 12 años con dominios disciplinares de personas adultas. Y todos estarían haciéndolo bien, inclusive los docentes. La idea de pasar de grado sería reemplazada por la de superar niveles de progresos personales, como en el Candy Crush. No trivialice, que yo no lo estoy sugiriendo. Solo estoy jugando con una idea sencilla, que podría hacernos pensar en un sistema completamente diferente, rediseñado y con otros entregables finales. Cada estudiante con su propia hoja de ruta de aprendizajes, en una travesía sin fin, sin necesidad de ‘terminar’, un sistema donde no llegamos nunca a graduar, pues siempre hay nuevas cosas para aprender, siempre se presentan nuevos niveles de complejidad creciente, que nos permiten sostener de por vida el interés por aprender.

Organizar un sistema educativo para permitir que cada aprendiz avance a su propio ritmo y que todos podamos ser aprendices a cualquier edad, no es una entelequia. Resulta perfectamente realizable incorporando tecnologías de personalización de los aprendizajes, con algoritmos y análisis de datos en tiempo real, todo alojado en la nube y accesible desde aparatos sencillos y remotos. Esto se puede hacer hoy, no es una idea alocada, las tecnologías existen, los costos por alumno son significativamente menores a los del sistema actual, y los aprendizajes son verificables en tiempo real, caso por caso, en La Quiaca o en Ushuaia. Cada aprendiz a su propio ritmo.

Claro que podríamos utilizar otras ideas de méritos similares, con la misma capacidad infecciosa, viralizables por igual, siempre respetando el principio de que esa idea virus, además de ser sencilla y poderosa a la vez, debe desafiar, provocar, rivalizar con otros diseños y propuestas. Los virus y las ideas siempre compiten, por recursos, por nutrientes, por espacio en las góndolas, por la atención de los alumnos. Pulsean por doblegar a sus resistencias, penetrar en el territorio que desean colonizar, acomodando las cosas a su antojo y conveniencia.

Le dejo como tarea para el hogar que piense en esas ideas virus que usted creería que tienen posibilidades de imponer sus verdades, que las imagine lanzadas a rivalizar, que usted se ubique como agente infeccioso primario de las mismas, dispuesto a militar por sus causas.