JUAN MARÍA SEGURA

Educar es más que escolarizar

Por Juan María Segura


Mientras la política va ingresando en zona de definiciones de precandidaturas, alianzas y frentes electorales, se leen carteles, escuchan slogans y viralizan videos de los candidatos señalando que ‘la educación es lo más importante’. Con referencias hacia la pobre calidad global de los aprendizajes escolares o a cómo se gestionó el sistema durante la pandemia, repentinamente todos los candidatos giraron la cabeza hacia la escuela y su problemática.

Mientras ello ocurre, la sociedad asiste con cierto escepticismo a semejante ‘despertar de las conciencias’ de nuestros dirigentes. Primero, porque está habituada a la sobreactuación de los políticos en campaña, cualquiera sea el signo político, quienes se aprenden guiones de memoria que luego no logran conectar con lo actuado desde funciones ejecutivas. La sociedad conoce de memoria los bueyes con los que ara. Y segundo, porque ve cómo funciona la escuela de la vuelta de su casa. La capilaridad del sistema escolar es tal, con sus 65 mil escuelas repartidas por todo el país, que permite a cualquier ciudadano de a pie semblantear el tema, la zona del debate, la problemática.

Cabe preguntarse, entonces, ¿qué se hace mientras tanto, mientras la política juega su juego? ¿Es que solo toca esperar y encenderle una vela a nuestro santo de cabecera, a la espera de que esta vez sea diferente? Personalmente, no creo que esperar sea la única opción.

La educación es un campo de actuación y práctica que transciende por mucho a aquello que ocurre dentro de la escuela, hay que decirlo. La escolaridad, a pesar de su dimensión, complejidad y larga tradición, es apenas un pequeño recorte de ese mundo interminable que es la educación, y que nos alcanza a todos, en todos los órdenes y a lo largo de toda nuestra vida. Solo un docente escolariza, pero cualquiera puede educar. Si, cualquiera, y cuanto antes comprendamos y aceptemos que escolaridad y educación no son sinónimos, antes nos sentiremos invitados a obrar como ‘educadores’, aún careciendo de un título docente.

Si aceptamos esta distinción, entonces queda claro que todos podemos hacer ‘cosas’ en educación, aún mientras la política decide qué hacer con la escuela. Dicho de otra forma, todos estamos invitados a ser educadores en cualquier momento, en cualquier ámbito de actuación, a cualquier edad.

¿Qué sugeriría a alguien que esté interesando en tomar las riendas de este asunto y comenzar a obrar conscientemente como un educador desde mañana mismo? Le sugeriría hacer pocas cosas, pero concretas. Cosas simples, pero útiles. Cosas que parecen triviales, pero que cincelan la conciencia o el carácter, generando buenos hábitos. Veamos algunos ejemplos.

Conversar. Nadie puede negar que la conversación está presente en todos los ámbitos de nuestras vidas. Genéticamente somos seres orales y sociales, así que nos valemos del lenguaje para vivir en comunidad, para construir proyectos colectivos. Todos conversamos, y todos nos encontramos en la conversación. ¿Puede la conversación ser una acción educadora? Ciertamente, aun cuando hablemos de temas superfluos o recurrentes. En la conversación aprendemos a preguntar, a escuchar, a comprender, a respetar. También aprendemos a argumentar, a articular un punto de vista, a dominar algunas emociones. En la conversación se nos abre la posibilidad de conocer, de encontrar, de vincular, inclusive de vincularnos. En la conversación nos hacemos más del otro, y los otros se vuelven más nosotros. Conversar, y hacerlo bien, nos hace crecer, nos adiciona capas de conciencia, humanidad y capacidad analítica, y nos vuelve más indispensables para el prójimo. Por lo tanto, sugeriría comenzar con la intención de fortalecer ámbitos cotidianos y ordinarios de conversación. Allí veo con claridad una acción educadora poderosa.

Modelar. Aquí veo otro ejemplo práctico, sencillo, fácil de implementar por cualquiera. Modelar no hace referencia a deambular por una pasarela, sino a vestirnos de modelos de conductas ejemplares, ejemplificadoras. Modelar la gratitud, por ejemplo, es ser agradecido, es decir ‘gracias’ en forma recurrente, sostenida y sentida. Gracias, ¡que palabra más poderosa! ¡Y que dimensión cobra cuando de verdad se la siente, se la hace sentir. ¡Gracias! Podemos ser modelos de conducta de actitudes sencillas, sintetizadas en palabras como ‘gracias’, ‘por favor’ y ‘disculpe’, o en gestos como un abrazo, una palmada en el hombro, una sonrisa mirando a los ojos o un brazo ofrecido para cruzar la calle. Modelar es adoptar un compromiso con la coherencia y la consistencia. Solo podemos ser modelos y ejemplaridad si en nuestras acciones, palabras y conductas se haya la permanencia, al resguardo de hábitos operativos devenidos virtudes y virtuosismo. Todos podemos ser modelos de buenas conductas y buenos hábitos, ¡todos deberíamos aspirar a serlo!  

Celebrar. Otro ejemplo práctico que también puede significar una revolución educativa. Y ojo, que no estoy hablando de celebrar el torneo de nuestro equipo favorito, ni el cumpleaños de nuestra madre. Me refiero a celebrar como filosofía existencial. Celebrar que amanecemos, que nos encontramos, que tenemos la capacidad de reunirnos para imaginar. Celebrar que tenemos trabajo, que tenemos la capacidad de buscar trabajo, que tenemos la capacidad de trabajar, aunque no tengamos trabajo. Celebrar que podemos reír, llorar de emoción, recordar con nostalgia, ilusionarnos con el día siguiente y con el encuentro en el que nos sentimos amados, celebrar que caemos y volvemos a ponernos de pie. Celebrar es una decisión que cambia el colorido de nuestra existencia, y que también impacta a las personas que nos rodean. Todos queremos estar cerca de aquellas personas que expresan y transmiten celebración, pues sentimos que ello nos energiza, nos alimenta, nos da vitalidad y hace más sabios. En la capacidad de celebración del otro nos volvemos más humanos, nos encontramos más cercanos, nos reconocemos mejor educados.

Conversar, modelar y celebrar, sencillo y al alcance de cualquier. Revolucionario desde el punto de vista educativo, e implementable desde el mismo momento en el que se terminan de leer estas líneas. ¿Por qué no? Basta de esperar que los otros hagan, hagamos nosotros.

La escolaridad necesita que la política se ponga de acuerdo, de eso no hay dudas. El Consejo Federal de Educación, ámbito colegiado en donde se gestiona en forma concertada el sistema escolar del país, depende de la política, así que la escuela no se puede escapar de tal atolladero. Lamentablemente.

Sin embargo, la educación no depende de la política, sino de la sociedad toda. De los chicos y de los grandes, de los altos y de los bajos, de los rubios y de los morochos, de los derechos y de los izquierdos, de los oficialistas y de los opositores, de los letrados y de los otros. La educación de un país se nutre cotidianamente de acciones, palabras, gestos, hábitos, reacciones y recurrencias implementadas por toda una comunidad. ¿Acaso llegará el momento en el que cada uno nos hagamos cargo de nuestro rol educador?

Todos somos educadores, solo que algunos aún no han reflexionado lo suficiente sobre el tema. Pues ya es hora. Los invito a que llenemos de educación a tantos rincones vaciados, a tantas conversaciones viciadas, a tantos hogares silenciados.