JUAN MARÍA SEGURA

En educación, ¿más es mejor?

Por Juan María Segura


El discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, el último del segundo mandato de la Presidenta Kirchner, dejó casi cuatro horas de conceptos, cifras, logros, omisiones, reclamos y chisporroteos propios de la política nacional.

En el plano educativo, el repaso de lo dicho no arrojó sorpresas y se inscribió dentro de la lógica que guió las políticas públicas de la actual administración a lo largo de los últimos 11 años de gobierno: gastar más, sin importar su rendimiento posterior, ni reparar en su racionalidad.

La primera mención la recibió el programa Conectar Igualdad, el ambicioso y oneroso programa de distribución de netbooks en el nivel secundario de todas las escuelas públicas del país. La conclusión de la Presidenta es que, luego de entregar 4,7 millones de equipos, finalmente ya estaba cerrada la brecha digital. Dejando de lado el dato inquietante de que más del 34% de esos equipos se encuentran actualmente fuera de servicio, lastima el oído a los educadores y a quienes creemos en el potencial de la innovación en educación escuchar que el reparto de equipos por si solo produce mágicamente el cierre de una incompetencia tan crítica, como es el analfabetismo digital.

La mención siguiente la recibieron los salarios docentes, no solo a través de la dinámica de las paritarias nacionales, sino también a través de la actividad del FONID, órgano creado por Ley en 1998 para transferir ingresos tributarios de autos, motos y embarcaciones al pago de suplementos salariales docentes.

A continuación tocó el turno del gasto como porcentaje del producto bruto interno, que ubica a nuestro país entre los más gastadores, con un valor del 6,3%, en comparación a un valor menor al 4% de principio de siglo. Este dato, según la Presidenta, recibió el elogio de la UNESCO y de la OCDE. Vale recordar que, ya que hablaba de la OCDE, hubiese sido atinado que también realice alguna mención del rendimiento de Argentina en las pruebas internacionales PISA, llevadas adelante por la misma institución, y que sitúan a nuestro país entre los de peores rendimientos en un grupo de 65 sistemas evaluados.

Luego habló de la obligatoriedad de la educación inicial para los niños y niñas de 4 años de edad, recientemente impuesta por ley del Congreso y que abarcará a unos 300 mil pequeños de todo el país, llevando al sistema de educación pública, gratuita y obligatoria a 14 años de duración. ¿Sabrá la Presidenta que en Finlandia, uno de los sistemas educativos públicos más admirados y de mejor rendimiento, el ciclo obligatorio tiene una duración de apenas 9 años?

En este punto al lector no se le escapará que los logros, presentados así, son un logro de los pagadores de impuestos y no del gobierno, pues los primeros están haciendo posible la mayor y más improductiva fiesta de gasto en educación de la que se tenga registro. Valga un reconocimiento hacia ellos y hacia su eterna paciencia y abnegación.

La arenga continuó con la mención de la compra de 90 millones de libros y textos escolares para distribuir en todo el territorio nacional, sumados a la iniciación de la construcción de casi 3 mil edificios escolares y la reparación de otros tantos.

El remate en esta parte del discurso llegó con el capítulo universitario, en donde más alumnos, más universidad públicas, más egresados y más ingenieros hicieron pensar a todos, por unos minutos, que la Presidenta estaba haciendo referencia a otro país, y no a la UBA que tanto nos duele con sus escándalos y bochornos institucionales y académicos, o a las nuevas universidades que muestran un gasto por alumno superior al de las mejores universidades de Estados Unidos. En este sentido, una vez más, el discurso del gobierno se topa con una realidad ineludible, que indica que nuestro país no posee ninguna universidad situada entre las mejores ¡400 del mundo!

En conclusión, el planteo o inventario realizado por la Presidenta reafirma una creencia y política de estado y, desde el punto de vista filosófico pedagógico, vuelve a traer sobre la mesa de la educación Argentina una tensión aún no resuelta que existe entre inclusión y calidad, entre hacer más y hacer mejor. La inclusión sugiere que no debemos permitir que los chicos dejen el sistema, aún si su rendimiento no es bueno, no mejora y afecta el clima general de aprendizaje en la escuela. La discutida Resolución 1057/14, promulgada el año pasado por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, lo plantea de una manera patente en sus considerandos, al indicar que la trayectoria escolar de todos los estudiantes del sistema público provincial “debe verse favorecida por decisiones que garanticen su ingreso, permanencia, promoción y egreso en las mejores condiciones de igualdad y justicia social”. No se puede pretender que en esas instituciones se creen las condiciones suficientes para medir bien en PISA en matemáticas o lectocomprensión. Calidad, en algún punto, significa medir bien en los exámenes, tanto a los 15 años como a cualquier edad.

Por lo tanto, es cierto que, para el actual gobierno, la educación es uno de los pilares del modelo. ¡Por eso han gastado tanto, y se ufanan de hacerlo! La pregunta que queda dando vueltas es: ¿gastar más, es mejor para la educación? O, dicho de otra manera, ¿la mejor educación proviene necesariamente del mayor gasto en escuelas, tabletas, salarios, universidades e ingenieros? Todos los resultados de calidad, que fueron olímpicamente obviados en el discurso, sugerirían algo distinto. En ese caso, ¿más es mejor?