JUAN MARÍA SEGURA

Innovar en educación, tan sencillo y complejo a la vez

Por Juan María Segura


La foto indica que aún no innovamos lo suficiente en educación, pero la película nos muestra que vamos de a poco recorriendo un camino de cambio y transformación, en particular en el segmento de educación superior. Esa es la principal conclusión a la que se llega al analizar las respuestas del segmento específico de innovación, en la habitual encuesta realizada en junio pasado en el IV Congreso de Educación y Desarrollo Económico. ¿Está ocurriendo realmente eso? ¿Estamos mal, pero vamos bien? Veamos.

Ante la pregunta de cuán innovador es el sistema universitario de su país, la sumatoria de respuestas positivas y negativas arrojó un resultado neto de -28%, con respuestas netas negativas en cada una de las cinco variables encuestadas: pedagogía (-34%), diseño curricular (-28%), aplicación de tecnologías (-26%), políticas púbicas (-29%) y diseño de espacios de aprendizaje (-24%). La foto es clara y, aun cuando la radiografía es un poco más crítica en lo que se refiere a innovación pedagógica, las respuestas son bastante homogéneas y enjuiciadoras: no innovamos lo suficiente en ninguna de las dimensiones encuestadas.

Sin embargo, al comparar estas respuestas con las mismas realizadas en años anteriores, encontramos una tendencia de mejora en el diagnóstico que podría ser esperanzadora. Comenzando en el año 2016 con un resultado neto de -66%, en 2017 se había logrado mejorar hasta un valor de -53%, llegando al -28% señalado de este año. O sea que, de acuerdo a esta encuesta, entre 2016 y 2017 se mejoró en +13%, y entre 2017 y 2018 la mejora fue de +25%. Una tendencia que podría generar la esperanza de que, lentamente, el sistema educativo en alguno de sus segmentos esté atravesando un proceso necesario de transformación.

En este punto es importante recordar dos cosas. Primero, que el punto de partida de la encuesta se había fijado un año después de que la consultora Gallup presentara en el congreso WISE, en Qatar, los resultados de una pregunta similar, pero aplicable a toda la región. En ella se señalada un resultado neto de -60%, que ubicaba a Latinoamérica como la región del mundo que menos innovaba en educación superior. Este resultado era coincidente con otros rankings y encuestas que señalaban la ausencia completa de universidades de la región en el listado de las 100 universidades más innovadoras del mundo. A quienes trabajamos en la organización del citado Congreso de Educación y Desarrollo Económico nos pareció sumamente importante establecer un diálogo interanual que nos permita darle un seguimiento local a esta preocupante radiografía regional. Si la región, de acuerdo al trabajo de Gallup, estaba en -60% para 2015, la Argentina se ubicaba en -66% para el año 2016. Desde allí partimos.

En segundo lugar, también es importante recordar que la población encuestada a lo largo de estos años se ha mantenido homogénea, haciendo comparables sus resultados. Estamos hablando de unas mil respuestas obtenidas cada año, provenientes de mujeres (66%), docentes o educadores (64%), adultos (89% son mayores de 30 años), de nacionalidad argentina (99%) y estudios universitarios completos (91%). Con variaciones menores, esta tipificación se ha mantenido pareja a lo largo de las tres mediciones, dando confianza en los resultados y permitiendo dibujar con claridad el tipo de individuo respondiente de la encuesta. Sabiendo quién responde, y viendo que sus respuestas conforman no solo un diagnóstico sino también una tendencia, entonces podemos ensayar algunas hipótesis o teorizaciones. Pero antes veamos otra fuente de información que hace aún más rico el análisis.

Con el fin de enriquecer la mirada sobre el asunto de la innovación educativa en el sistema universitario, desde 2017 también salimos a consultar a los mismos estudiantes universitarios. Ante la misma pregunta sobre innovación, la sumatoria de respuestas positivas y negativas en el año 2018 obtenidas de los jóvenes arrojó un resultado neto de -35% (versus -28% de los adultos), también con respuestas negativas en todas las dimensiones consultadas: pedagogía (-36%), diseño curricular (-35%), aplicación de tecnologías (-32%), políticas púbicas (-28%) y diseño de espacios de aprendizaje (-46%). O sea que los estudiantes universitarios son más críticos que los adultos, con especial énfasis en el diseño de los espacios de aprendizaje, en donde la diferencia es de -22%. Sin embargo, el dato destacable es que ese -35% es un poquito peor que el resultado relevado el año anterior, que había alcanzado el -34%. O sea que para los jóvenes que habitan el sistema que muchos miran desde afuera, la foto es peor de lo que pensamos, y la película no mejora.

La mirada de los jóvenes nos obliga a ser juiciosos en nuestros análisis, y cautos en nuestras conclusiones. ¡Ojo con aquello de lo que nos vamos convenciendo los grandes, pues los jóvenes no piensan igual! Los estudiantes nos reclaman más acciones, más modificaciones, más reformas, más opciones, más flexibilidad curricular, más integración de tecnologías al proceso de aprendizaje, mejor utilización del tiempo. Ellos conocen el territorio institucional que habitan, y no comen vidrio, no se comen los amagues de reformas y de cambios. Hablan desde lo que reciben en cada aula, en cada clase, de cada docente, cada día. Y desde allí ven poco cambio, hoy y ayer. 

Es importante recordar que innovar es hacer de nuevo desde adentro, no es simplemente hacer cambios. Se pueden hacer cambios sin innovar, y eso es lo que no querríamos que ocurra. No porque rechacemos la idea de hacer cambios, que siempre es útil, sino porque reclamamos la necesidad imperiosa e inmediata de reinventar las instituciones de educación. La construcción de un laboratorio, una edificación más moderna, una nueva oferta curricular, inundar de wifi todos los espacios por donde deambulan los estudiantes, son todas acciones que, aun cuando puedan ‘venderse’ como innovadoras, pueden no serlo en la medida en que la experiencia educativa integral no sufre una verdadera transformación interior. Y si para reinventar hay que construir de cero desde afuera de las instituciones existentes, como lo han hecho Minerva, Singularity, Next University o Harbour Space, entonces bienvenidos los nuevos jugadores, que nos mostrarán el trayecto de la innovación que todo el sistema debe recorrer.

Innovar en educación puede ser sencillo o complejo, dependiendo principalmente del compromiso que sus arquitectos y administradores tengan con los aprendizajes (y las experiencias) de sus estudiantes. Y si los jóvenes nos reclaman más cambio, como lo demuestra la citada encuesta, entonces habrá que acelerar la marcha. No hay mucho para discutir, aún cuando los adultos creamos que lo estamos haciendo bien.