JUAN MARÍA SEGURA

La región frente a la robotización

Por Juan María Segura


Se estima que actualmente en Argentina hay una relación de 16 robots por cada 10.000 trabajadores manufactureros de todas las industrias, en comparación con una media mundial de 74 robots. Este indicador sitúa a nuestro país en una posición de bajo nivel de robotización laboral, no solo en comparación con los países que lideran esta tendencia, como Corea del Sur con 531, Singapur con 398 o Alemania con 301, sino inclusive en comparación con otras países de la región, como México que posee 33 robots por cada 10.000 trabajadores.

La situación despareja del índice de robotización entre los países también se verifica entre las industrias, con la automotriz y la de la electrónica liderando el crecimiento y la expansión de un fenómeno que provoca tanto estupor y asombro, como rechazos y cuestionamientos. Esto dice la fotografía.

Al observar la película se observa que, desde el año 2003 hasta la fecha, la venta mundial de robots se triplicó, pasando 81 mil unidades por año a 245 mil, y se estima que dicho valor alcanzará un nivel cercano al millón de ventas mundiales para el año 2025, sosteniendo una tasa anual compuesta de expansión mundial del 15%. Las estadísticas se pueden consultar en informes de descarga gratuita que publica regularmente la Federación Internacional de Robótica, y el desarrollo de un cuadro argumentativo más amplio y exhaustivo se puede leer en el último libro del periodista Andrés Oppenheimer. 

El panorama, en Argentina, pero también en la región, es claro: los robots y la automatización del trabajo avanza en todo el mundo, a tasas chinas, aún en los países con bajos niveles de automatización de sus sistemas de producción. En un trabajo publicado por el BID en colaboración con los Bancos de Desarrollo de África, Así y Europa, se señala en una pequeña nota al pie que aproximadamente el 53% del tiempo dedicado al trabajo en Colombia y Perú, y cerca del 50% del tiempo en Argentina, Brasil, Chile y México podría ser automatizado en el mediano plazo. Si, como está leyendo. 

¿Qué será del ser humano en un mundo dominado por los robots, la inteligencia artificial y el aprendizaje profundo generado por máquinas y algoritmos?, se preguntan unos y otros. ¿Cuánto espacio de práctica profesional queda para un médico, un abogado o un periodista, pero también para un chofer, un obrero fabril o un oficinista? ¿Acaso todas nuestras profesiones tienen los días contados, poseen fecha de vencimiento?

Si bien existen un sinnúmero de investigaciones que actualmente intentan predecir el grado de “vulnerabilidad” de cada trabajo y profesión frente a la automatización y reemplazo por máquinas inteligentes, es difícil tomar a alguno de ellos como definitivo. El mundo actualmente posee su propia grieta, enfrentando a tecno optimistas con tecno pesimistas, intentando echar luz a un horizonte próximo novedoso de contornos borrosos, caracterizado justamente por la imposibilidad de predecir en su configuración y balance final entre máquinas y humanos, entre fríos algoritmos y sensibles corazones.

Frente a este panorama, desde el Congreso de Educación y Desarrollo Económico realizamos ya desde hace unos años una encuesta en donde siempre preguntamos sobre la calidad del egresado universitario. ¿Estamos preparando a los actuales estudiantes universitarios de la región para este futuro laboral tan cercano, tan dinámico, tan novedoso, tan intensivo en el uso de tecnología aplicada? ¿Capturan con precisión las instituciones de educación superior de Latinoamérica el desafío que la época impone, y que la robotización del trabajo supone?

Las respuestas que obtenemos cada año en la citada encuesta no son alentadoras, pues nos hacen creen que está todo relativamente bien. Los adultos piensan que estamos proveyendo adecuados conocimientos en un 48% (este y los siguientes son valores netos entre respuestas positivas y negativas), adecuadas competencias en un 16%, que estamos preparando a los estudiantes universitarios para aprender a lo largo de toda su vida en un 43%, y que les estamos otorgando una experiencia de educación superior mejor a la de otros países de la región en un 57%. ¿De verdad pensamos que las universidades, si, estas, están preparando bien a nuestros actuales alumnos para que trabajen con comodidad en un mundo rodeado de robots? No es una pregunta abstracta, no es más una pregunta abstracta. Y tampoco es una pregunta para hacerse solo en Argentina.

El dato se agrava al comprobar que son los mismos estudiantes los que piensan de una manera casi idéntica. Suponen que les estamos proveyendo adecuados conocimientos en un 47% (vs 48% de los adultos), adecuadas competencias en un 13% (vs 16%), que estamos preparándolos para aprender a lo largo de toda su vida en un 46% (vs 43%), y que les estamos otorgando una experiencia de educación superior mejor a la de colegas de otros países de la región en un 33% (vs 57%).

La creencia coincidente entre adultos educadores y educandos universitarios, finalmente, genera una conciencia de cambio (o de quietud…), e impulsa una agenda de trabajo (que puede ser más o menos ambiciosas, más o menos transformadora).

Dejando de lado las advertencias emanadas de una encuesta de Gallup del 2015, que señalaba a Latinoamérica como la región del mundo que menos innova en educación, y el ranking Reuters del 2017 de las universidades más innovadoras del mundo, en donde no figuraba ninguna universidad de la región entre las primeras 100, lo cierto y concreto en el plano institucional es que la región sigue mirando el advenimiento de los robots en nuestras vidas como algo evitable, no necesariamente inminente. ¿Acaso no pensábamos lo mismo de los teléfonos inteligentes cuando en 2007 salió a la venta el primer Iphone? Muy caro, muy tecnológico, muy sofisticado, muy lejano, eran algunos de los argumentos “defensivos” de aquel entonces. Según ellos, no valía la pena tomárselos en serio, pensarlos integrados al proceso de enseñanza y aprendizaje. Solo 11 años más tarde, los hogares y las aulas están inundadas, literalmente, de esos mini robots, y ya solo queda a los nostálgicos entusiasmarse con alguna noticia que indique que algún docente o ministro prohibió su uso en clase. Solo eso, mientras Troya arde.

Quienes diseñan políticas públicas educativas desde el gobierno y quienes conducen instituciones y proyectos educativos en la región deben poner su práctica, ingenio y energía colectiva en diálogo con esta realidad inminente de robots, robotizaciones, algoritmos y análisis de cantidades ingentes de información. El mundo de la cuarta revolución industrial toca a la puerta, y posee una densidad tecnológica y robótica como nadie pudo imaginar. Urge que educación y empleo, final y definitivamente, se unan para domesticar a los robots que rodearán nuestras vidas y poblarán la región en el corto plazo.

Aunque resulte curioso, cuanto más pensemos al futuro de la robotización reconociéndonos como un verdadero colectivo de personas y de voluntades, más naturalmente será su integración a nuestras vidas y trabajos, y más sencillo será adoptar nuevas políticas educativas, y adaptar nuestras instituciones. Los países de la región tienen una gran oportunidad por delante frente a este fenómeno, y la educación, la nueva educación, puede, debe convertirse en la plataforma sobre la que acordemos un nuevo pacto regional.