JUAN MARÍA SEGURA

No soy yo, ¡son ellos!

Por Juan María Segura


De todas las preguntas que se realizan en la encuesta del Congreso de Educación y Desarrollo Económico, la que más me deja reflexionando es la siguiente: ¿cómo juzga su rol o tarea como educador y formador de niños y jóvenes en su país? Es una pregunta directa y relevante, realizada a un público mayoritariamente docente. Además, es fácil de comprender y responder, pues otorga cinco posibles respuestas cerradas: altamente favorable, favorable, media, desfavorable y altamente desfavorable. Es la última de las 26 preguntas de un cuestionario que, repetido cada año, se propone no solo crear un diálogo entre la realización de cada Congreso, sino también entre cada uno de estos y aquello que acontece en el mientras tanto por estas latitudes. Un suerte de termómetro del devenir educativo argentino, con todas las imperfecciones que pueda tener, construido por un público que se ha mostrado estable en composición a lo largo de los años.

En la encuesta del IV Congreso, realizada en junio de 2018, la sumatoria de las respuestas positivas (altamente favorable + favorable) alcanzó su nivel más elevado, con 79% de las respuestas (contra 76% en 2017 y 69% en 2016). Por su parte, la sumatoria de las respuestas negativas (desfavorable + altamente desfavorable) alcanzó su nivel histórico más bajo, con apenas el 2% de las respuestas (contra 3% en 2017 y 5% en 2016). Finalmente, el valor medio o neutro, ni bueno ni malo, se redujo a su expresión más pequeña, totalizando el 18% de las respuestas (contra 21% en 2017 y 26% en 2016). La reducción tanto de las respuestas negativas como de las respuestas neutras derivaron, por lo tanto, en el valor neto positivo más elevado de todos los registrados hasta el momento, con +77% (en comparación con el +73% del año anterior y con el +64% del año 2016). Dicho en sencillo: quienes respondieron la encuesta este año creen firmemente que están realizando una contribución positiva como educadores en una mayor medida que en los años anteriores. Es una respuesta un tanto sorprendente, que inclusive aumenta a un valor neto positivo de +87% si uno toma solo las respuestas de los docentes.

¿Acaso quienes organizamos el Congreso tenemos tanta suerte, que nuestro público, en particular el educador, es la excepción de la regla en un país en donde en educación estamos fallando todos? ¿O será que no se está comprendiendo la pregunta, aunque parezca tan sencilla de responder?

Veamos nuevamente. La pregunta en cuestión intenta establecer una suerte de autoevaluación individual y colectiva, una caracterización no tanto de lo que creemos que otros deben hacer, como se analiza en otros bloques de la misma encuesta, o lo que querríamos que pase en el futuro, sino más bien de cuál creemos que es hoy nuestro real aporte como adultos formadores y educadores de niños y jóvenes. Es una pregunta que debería hablar de lo que hicimos hasta el minuto anterior a completar esta encuesta, bueno o no tanto, y de lo que dejamos de hacer en este campo, y no tanto de aquello a lo cual aspiramos. Es una pregunta lisa y llana, directa y sin espacio para la retórica, que debería estar guiada más por el juicio y los datos que por la emoción y la buena intención. Al hacerlo e integrar los números, estamos intentando establecer un puente entre nuestra tarea como adultos educadores dentro de una sociedad, y el nivel educativo general de nuestros niños y adolescentes, que incluye lo que ocurre dentro de las aulas de escuelas y universidades, pero que no se agota allí, pues alcanza a lo que ocurre en el barrio, en las calles, en las tribunas y los potreros, en las plazas y los parques, en los medios y las redes, y en todos los ámbitos en donde dejamos una marca, por más pequeña que sea, que pueda ser interpretada de alguna manera por los más pequeños.

Por ello, y comparando estos resultados de la encuesta con el debate educativo que se da en los medios y foros de debate, con los resultados de aprendizaje de los niños relevados en amplios y regulares operativos de medición, y con las dificultades que los adultos estamos mostrando para reformar, enderezar o emparchar un sistema educativo que hace agua por todos lados, me pregunto si realmente comprendimos la pregunta. Sin ironías, ¿entendemos la transformación que es necesario realizar? ¿Acaso nos asusta o avergüenza reconocer que nosotros también somos parte del problema?

Refundar el sistema educativo de un país requiere no solo buenas y nuevas ideas y alianzas, sino también demanda una transformación profunda y honesta de sus actores. Esa transformación debe ser interior, genuina, transcendente, y debe iluminar nuevas aspiraciones, pero también nuevas prácticas individuales. La cultura, la matriz cultural sobre la que opera un sistema de enseñanzas y aprendizajes, no la cambia la decisión de un Presidente, por más carismático que este sea, ni una resolución del Consejo Federal de Educación, por más estimulante y apropiada que esta aparente.

La transformación de una sociedad a través de la creación de una nueva cultura se inicia desde la decisión individual de una cantidad de individuos, y no desde otro lugar. Convencidos del poder de sus creencias, valores, aspiraciones y prácticas, estos se lanzan a transitar un nuevo y estimulante recorrido, y en el camino encuentran a otros equivalentes con los que terminan creando una ola o movimiento transformador. Un Tsunami se inicia con una gota que empuja a otra, que a su vez empuja a otra, y así hasta crean poder destructivo, transformador, regenerativo. La gota no sabe del dilema del huevo y la gallina, por suerte. No argumenta ‘yo me muevo, pero ellas no hacen nada’. Es curioso como una sencilla gota de agua deja en evidencia la inconsistencia de la creencia que tenemos sobre nosotros mismos, complacientes en el mejor de los casos, deshonestos en el peor. ¿Acaso no podemos hacerlo mejor? ¿Acaso no debemos hacerlo mejor?

En Argentina ya tenemos datos, los problemas educativos y de aprendizaje ya poseen contorno, el mundo ya acordamos que está subido a una baile de cambio sin precedentes. Entonces, ¿qué estaría faltando?  Que individualmente cambiemos la cultura, sin siquiera espera a que otros lo hagan y sin esperar nada a cambio.

El país no cambiará culturalmente por ley, sino por la decisión de millones de gotas que hayan decidido moverse en una dirección determinada, con un nuevo propósito, animadas por nuevas creencias. ¡Vamos!