JUAN MARÍA SEGURA

Repetir o no repetir, ¿es ese el debate?

Por Juan María Segura


Semanas pasadas sucedió lo de siempre. Se conocieron datos lastimosos del sistema escolar argentino referidos a la repitencia, y todos alzaron (alzamos) el dedo acusatorio. Que la política tal cosa, que los pobres tal otra, que los padres y las madres no hacen eso, que los alumnos y las alumnas no hacen eso otro, que las currículas escolares hablan de otra época, que el sistema escolar perdió la épica. Lo cierto es que, 72 horas más tarde, la vida continuaba como si todo ya hubiese sido reparado. Y resulta que nada fue reparado, así que bien vale la pena que vuelva sobre el tema.

La repitencia forma parte de un diseño escolar que pretende que los alumnos aprendan algo en particular, definido por los núcleos de aprendizajes prioritarios (NAPs) y las currículas escolares, en un tiempo específico, representado por los grados o cohortes escolares. La repitencia, entonces, ingresa al juego como una herramienta, un dispositivo, una parte de un diseño más amplio y complejo. Es un mecanismo pensado para garantizar que los aprendizajes respeten una secuencia y ocurran de una forma integral, favoreciendo (esa es la creencia y el fundamento pedagógico) la incorporación de saberes y aprendizajes de una forma específica, dejando al egresado adecuadamente preparado para la experiencia siguiente, sea esta el grado o nivel escolar subsiguiente, la educación terciaria, la universitaria o directamente el mundo del trabajo.

Nuestro sistema escolar, nacido de la ley 1420 (promulgada en el año 1884) y organizado actualmente a través de la ley de educación nacional n° 26.206 (promulgada en el año 2006), continúa sosteniendo un diseño que a lo largo de todas estas décadas se mantuvo consistente, con grados, materias y exámenes como síntesis más fiel de su creencia y de sus virtudes. Si tiene dudas, solo basta remitirse a la reciente resolución n° 423/22 del Consejo Federal de Educación (Lineamientos Estratégicos para la República Argentina 2022-2027 por una Educación Justa, Democrática y de Calidad, promulgada el 19 de abril), donde se indica que uno de los objetivos estratégicos de nuestro sistema educativo es '... fortalecer los procesos de enseñanza y aprendizaje para garantizar la calidad educativa de los y las estudiantes en todos los niveles y modalidades...'. El sistema enseña para que se aprenda algo en particular, en un momento en particular, en todas sus modalidades. Y si no se aprende, se insiste. Eso indica el diseño de nuestro sistema y de nuestras escuelas. No es el capricho de un perverso, ni el deseo de un dirigente magnánimo y bondadoso, es lo que indica la ley…por el momento.

Hasta aquí, todo claro. El problema surge cuando intentamos utilizar arbitrariamente la repitencia o cualquier otra herramienta (por exceso o por defecto), creyendo que ello no entrará en colisión con el diseño. Veamos.

Al manipular arbitrariamente la tasa de repitencia, aún con los mejores argumentos pedagógicos (que los alumnos que repiten son los que más abandonan la escuela…), se está alterando la lógica del proceso escolar alentado por este diseño en particular, dañando de manera dramática la atención puesta en la calidad y en la secuencia de los aprendizajes. En la concepción pedagógica de este diseño, calidad significa aprender lo que se debe en los tiempos pautados. No deseo atosigarlo con el argumento, pero este punto queda muy claro cuando uno mira, por ejemplo, las currículas de matemáticas o lectoescritura del ciclo de primaria. Vaya y mire, está todo a la vista en internet.

En el diseño actual, si la promoción de grado escolar está garantizada, con independencia de lo aprendido en cada lapso de tiempo según lo que indican las currículas, entonces todo el sistema se cae como un castillo de naipes, todo. Y la escuela se transforma, en el mejor de los casos, en una guardería. No tengo nada en contra de las guarderías, pero debemos llamar a las cosas por su nombre. Cuidar a los chicos en la escuela está bien, y siempre es mejor que estén alimentados, abrigados y contenidos por adultos bien formados, en vez de que anden vagando por la calle o tirados en una cama jugando con el celular. Sin embargo, esa experiencia ya no debería llamarse escolaridad, pues la ley 26.206 no lo admite. La ley escolar actuar habla de un diseño que no admite semejante aberración. ¿Qué pasaría, acaso, si en un vehículo (el equivalente a un sistema o meta diseño), el freno (el equivalente a una herramienta) solo sirviese para disminuir la velocidad en algunas calles y no en otras? Colisionaría (el sistema). Pues eso es lo que se está favoreciendo actualmente al pretender manejar arbitrariamente el instrumento de la repitencia. Se está haciendo colisionar a todo el sistema escolar.

En un hipotético nuevo sistema escolar en donde no se repite, seguramente el aprendizaje ocurra de una forma aleatoria en el mejor de los casos, y las brechas de aprendizajes entre unos y otros estudiantes serán aún mayores que las actuales. Dado que el sistema no lo exigirá, el entorno de cada alumno y alumna pasará a jugará un rol aún más determinante que en la actualidad. En el caso de los estudiantes provenientes de contextos socioeconómicos más vulnerables, el entorno familiar se convertirá en una trampa sin salida, agravando la experiencia escolar de esos niños y niñas que ya no tendrán en quienes apoyarse (dado que la escuela no lo exigirá más).

Además, en un hipotético nuevo sistema escolar en donde no se repite, el docente que exija y haga estudiar a sus alumnos en breve se convertirá en una incomodidad y en un estorbo para el sistema, modificando de una vez y para siempre la naturaleza de la profesión docente. Enseñar exigiendo, alentar el intercambio de opiniones con información fidedigna, apuntalar la curiosidad a través de hábitos de indagación y de estudio, desarrollar virtuosismo en la capacidad de argumentar e idoneidad en la utilización de lenguajes y saberes disciplinares, será todo parte del pasado. 

Finalmente, en un hipotético nuevo sistema escolar en donde no se repite, cualquier cosa estará garantizada menos la calidad de los aprendizajes. O, dicho de otra manera, se deberá acordar una nueva definición de calidad, pues ya no será más entendida como la cualidad de aprender lo que prepone cada trozo de currícula escolar en cada etapa del diseño. La calidad, en este nuevo sistema, será más una ocurrencia episódica que escape al control de los agentes escolares, que una meta global señalada como standard y meta para todos por igual.

¿Estoy conforme con el diseño del sistema escolar argentino actual? No, pero mientras discutimos que otro sistema diseñar para reemplazar al sistema actual, al menos no choquemos lo que hoy tenemos.