JUAN MARÍA SEGURA

Gestos

Por Juan María Segura


Y un día, el gobierno cambió. Luego de meses y meses en los que todos los argentinos estuvimos navegando un mar de incertidumbres y presenciando una pulseada salida de tono y fuera de toda proporción y decoro, la contienda de todas las contiendas, la madre de todas las batallas, finalmente coronó a un triunfador, y este ya tomó posesión efectiva del cargo.

Con independencia de las ideologías y preferencias políticas de cada uno, estoy seguro de que todos sentimos un gran alivio de poder dejar atrás unas PASO que nos hartaron, unos debates que no nos clarificaron, unos despliegues comunicacionales que lo saturaron todo. Finalmente, alguien ya puede ocuparse de los problemas barridos debajo de la alfombra irresponsablemente y sin pudor.

Es cierto que un mero cambio de autoridades no modifica un ápice de los problemas graves que nos aquejan desde hace tiempo, pero sí modifica nuestra emocionalidad. Con la asunción de este (y de cualquier) presidente, la sociedad entera renueva la esperanza, modera el tono, recarga el tanque de la resiliencia, desata algunos nudos relacionales, y resetea la intención de vivir en comunidad y armonía.

En este barajar y dar de nuevo emocional, en el primer acto de gobierno del presidente Milei, que fue la publicación del DNU del 10 de diciembre, finalmente todos pudimos ver materializada una intención de doble propósito. Por un lado, gobernar con menos (solo 9 ministerios) para cuidar ‘de verdad’ el bolsillo de los argentinos (no hay plata…), y, por otro lado, abordar de una forma novedosa algunos problemas. El caso de la educación sería uno de ellos, incluida dentro de un novedoso super ministerio.

De los 9 ministerios presentados, Capital Humano es el que posee mayor cantidad de atribuciones (93), inclusive más que Economía (76), Interior (64) e Infraestructura (62). De esa casi centena de atribuciones del nuevo super ministerio, 17 corresponden a la tarea que desde ahora será llevada adelante por el flamante Secretario de Educación de la Nación. Me pregunto cuando tiempo demorará el Gobierno Nacional en intervenir el sistema escolar de alguna de las provincias, dado que la atribución número 8 de este nuevo ministerio lo habilita a ‘Intervenir en los casos de emergencia educativa para brindar asistencia de carácter extraordinario en aquellas jurisdicciones en las que se encuentre en riesgo el derecho a la educación’.

Sabemos que el nuevo gobierno trabaja contrarreloj en el complejo proyecto de ley ‘ómnibus’ que la sociedad espera, en donde seguramente esté el detalle de la silueta esperada para este nuevo Estado, más austero, menos regulador, más amigable, equilibrado en sus cuentas. Sabemos, también, que esta ley deberá tener un tratamiento parlamentario en un foro sin mayorías absolutas. Por lo tanto, debemos esperar que el proceso demore aún unas semanas. La pregunta que todos nos hacemos es, ¿y mientras tanto qué? O sea, mas allá de medidas paliativas puntuales, mientras el proyecto de ley y el proceso de reforma del Estado siguen su curso, ¿qué otra cosa se le puede ofrecer a la ciudadanía desde el flamante gobierno nacional? Creo tener la respuesta: gestos.

El funcionario público se encuentra diariamente expuesto al escrutinio de la sociedad. Cada cosa que dice o deja de decir, cada cosa que hace u obvia, cada forma que adquiera su transitar por la función pública, por más pequeña que sea, genera un impacto y crea una imagen en la mente de cada ciudadano. Importa la esencia de su función propia, por supuesto, pero también importan sus ‘superficialidades’: cómo viste, qué come, qué lleva en la mano, la forma en la que mira, si agradece y pide por favor, si escucha con paciencia, si muestra respeto hacia los otros, si transmite empatía por los sufrimientos ajenos. También importan las variaciones de estas ‘superficialidades’, por qué antes se presentaban así, y ahora se presentan asa. La coherencia y consistencia en los gestos cotidianos dicen mucho de las personas, y de su relación con el poder que la política ofrece en una proporción casi inigualable.

El nuevo gobierno ha decidido hacer de la austeridad su principal caballo de batalla. Durante el discurso de asunción del presidente, las menciones de ajuste y shock fueron recurrentes, y en todos los casos fueron celebradas con entusiasmo por la ciudadanía que se hizo presente para homenajear al nuevo mandatario y gobierno. Me consta, estuve allí. Ello significa que la ciudadanía está esperando que esa austeridad tenga su correlato en una nueva política (ley ómnibus), pero también en una gestualidad cotidiana que será rigurosamente escrutada. Si la ciudadanía está llamada a tener que hacer un (nuevo…) esfuerzo de bancar una inflación brutal en los próximos 4 meses, espera del propio gobierno una gestualidad equivalente adaptada a esa nueva forma de vida ‘en emergencia´.

Los gestos vinculados a la austeridad del funcionario público pueden ser infinitos. Van algunos ejemplos: traslados en transportes púbicos (taxis, aviones de línea, subtes), llevar cosas en la mano (el presidente hizo de esto un gesto muy potente, que debería ser replicado por todos), vestir en forma sencilla y sin estridencias (y si se repite el vestuario, mejor aún), comidas frugales y mundanas, sin sofisticación (sacar las masitas, inclusive las jarras de agua, que suponen mozos y privilegios), pasar calor en verano (reuniones con camisas arremangadas y frentes sudorosas), pasar frio en invierno (reuniones con bufandas y camperas sin marca), menos celulares, instagram y X, y más libros (¿y si cada ministro recomienda a sus colegas de gabinete sus 3 libros esenciales, y estos circulan entre todos durante unos meses?), hacer cola (todos hacemos cola para sacar una entrada, pagar un servicio, retirar un pedido, hacer un reclamo, esperar una mesa, hacer las compras en el super), embarrarse y despeinarse (que la intemperie deje su marca), hablar poco (respetar el tiempo de los demás, evitar aparecer en medios a no decir tanto), levantar los papeles del piso (como hacemos en nuestros hogares). Para más ideas, revisar la vida pública de Angela Merkel o ver la serie Borgen. Son 2 culturas desde donde se pueden tomar muy buenas referencias.  

En gobiernos anteriores, esta sugerencia podría haber despertado el interés por crear un Ministerio de la Gestualidad. Por eso la hago recién ahora. Creo que el presidente Milei posee una profunda creencia del valor e impacto de los gestos, y de la conexión que ello le permite establecer con otros. Cuando lo tuvo que hacer con un electorado, su acierto fue sensacional. Ahora lo deben hacer no solo él, sino todo su equipo, y no solo con quienes lo votaron, sino con toda la ciudadanía. Por lo tanto, es imperioso desplegar lo antes posible un operativo nacional para hacer de la gestualidad austera una forma contundente de hacer política, especialmente en estos primeros meses de gobierno.

Mientras la ley ómnibus desarrolla su curso, mientras los ministros diagraman sus batallas y completan sus cuadros, mientras las precios encuentran sus nuevos valores, mientras el Secretario de Educación Nacional ajusta su estrategia, necesitamos gestos. Necesitamos alimentar nuestra emocionalidad y esperanza con gestos contundentes y trasversales en todo el Estado. Necesitamos saber que el esfuerzo que se nos está pidiendo está presente en cada rincón de un gobierno que nos ha prometido meterse en dónde nunca antes nadie se había animado: en desmantelar los privilegios del funcionario público.