JUAN MARÍA SEGURA

¡Ojo con Islandia!

Por Juan María Segura


La verdad es que cuando se realizó el sorteo de la copa del mundo de fútbol, me ilusionó la inclusión de Islandia en nuestro grupo, no tanto por su calidad de juego (que aún hoy desconozco), sino por el ejemplo que supone como caso de estudio, en especial desde el punto de vista cultural y educativo.

Si recuerda lo mencionado en reiteradas oportunidades en columnas pasadas, siempre señalo que la cultura es uno de los cinco factores globales que condiciona e influencia las prácticas educativas de un país, modelando el funcionamiento de sus instituciones escolares y universitarias. La violencia genera violencia, la intolerancia produce lo propio, y lo mismo la solidaridad, el hábito del esfuerzo, el apego hacia el debate crítico, etc. Analizando la cultura de un país, muchas veces, podemos llegar a insinuar o suponer el éxito o fracaso de determinadas prácticas institucionales educativas. Siempre menciono el caso de Finlandia y su apego hacia la lectura como un predictor confiable de la ubicación de este país en pruebas internacionales educativas que miden esa competencia a nivel escolar (PISA, por ejemplo).

Esta ilusión se fue apagando gradualmente, a medida que avanzaban las semanas y notaba que a nadie importaba mucho este país. Para los argentinos, Islandia no es siquiera una isla, sino solo una parada de menor exigencia en un camino que nos llevará a la gloria o al abismo, de la mano del mejor del mundo. El mundo, el éxito y los argentinos, en su versión más carnal, apasionada y enfermiza. Sin embargo, me quedo reflexionando: ¿es Islandia solo eso, un estorbo, una piedra, una roca flotando en un mar lejano?

Hace algunos años di por primera vez con un personaje de televisión para niños que me resultó curioso. Sportacus, un atlético guardián de la felicidad que surca los cielos en un dirigible y acude recurrentemente al llamado de la pequeña Stephanie, del pueblo LazyTown (así que llama la serie de niños, que traducida al español significa pueblo perezoso o haragán). Su misión en esta ciudad es motivar a los niños a hacer ejercicio, comer frutas (a los que llama "dulces sanos") y llevar una vida saludable; de hecho, él mismo lo hace. Se hace enemigo de Robbie Rotten, un malhumorado vago que busca llevar a LazyTown al anterior statu quo de ciudad perezosa. Sportacus (un acrónimo del gladiador romano Espartaco y la palabra inglesa sport, por su condición atlética) está tan comprometido con su actividad física que incluso realiza movimientos acrobáticos para ir de un lugar a otro, por lo que los niños le recomiendan que se tome la vida con más calma. Todo muy colorido, muy gimnástico, muy dinámico, con una gran gesticulación y caracterización de los personajes.

A mis hijos pequeños les encantaba esta serie, pero parece que no eran los únicos, ya que la misma se vendió a 130 países y fue traducida a más de 20 idiomas. De hecho, Guinness la distinguió con una de las series infantiles con mayor dinero invertido en la historia.

Resulta que el actor protagónico y creador, Magnus Scheving, fue un gran deportista islandés, campeón europeo de gimnasia en 1994 (nombrado atleta del año en su país) y también en 1997. Conocedor de los beneficios del deporte y de la vida sana, y alertado del estrecho vínculo que existe entre ello y la buena alimentación, impulsó la creación de este programa para niños con el único fin de modificar los hábitos alimenticios de los niños islandeses, que para ese momento mostraban signos de obesidad preocupantes. Lo que terminó creando Scheving no fue solo un programa infantil exitoso y con audiencia, sino una revolución cultural a favor de la buena alimentación. En alianza con importantes empresas (Wal Mart), políticos (Michelle Obama) y actores (Jackie Chang), creó una revolución en favor del consumo de frutas y verduras, que en su país mostró un aumento superior al 50%. Además, sacó a los niños de los sillones y los puso a hacer maratones y actividades físicas, y por ello se convirtió en un referente mundial y asesor en el tema, visitando países de la región como Colombia y Chile.

Scheving es parte de lo que es Islandia: un país pequeño (350 mil habitantes), rico (us$ 60 mil de PBI por habitante), moderno, líder en tecnología, con uno de los más elevados índices de desarrollo humano del mundo según la ONU (está 9° en el ranking global), con una agenda líder en paridad de género (roza la igualdad de género) y que figura 28° en el último informe global de competitividad elaborado por el foro económico mundial.

Islandia, de la mano de personajes como Sportacus y de un gobierno que finalmente encontró en el buen diseño de políticas públicas la forma de combatir el consumo de drogas, el alcohol y la vida noctámbula de la juventud, está lanzado en un proyecto colectivo que progresa silenciosamente, con gimnasios, escuelas, profesorados y universidades que, lentamente, van ganado el interés y la atención de todo el mundo. En educación aún no son los mejores del mundo, pero van progresando, y ya están mejor que cualquier país de nuestra región, de acuerdo con el último ranking de OCDE (39 en ciencia, 35 en lectoescritura y 31 en matemática, más de 5 ubicaciones por encima de Chile, el mejor posicionado en esas mediciones). El foro económico mundial indicó que ya son el 11° país con mejor calidad educativa entre 137 países relevados (Argentina está ubicado 85), así que no se sorprenda si pronto Islandia termina apareciendo a la par de Finlandia, Singapur o Canadá.

Sin saber nada de fútbol, me da un poco de cosa jugar contra un país que tiene detrás esta historia tan poderosa de transformación, y tan actual. ¡Ojo con Islandia, por favor! No vaya a ser cosa que creamos que solo estamos jugando contra un equipo, y no advirtamos que estamos compitiendo contra una revolución cultural, que siempre ofrece más recursos y opone mayor resistencia.

Calibrar adecuadamente al rival con el cual Argentina comenzará su camino en Rusia 2018 obliga a mirar más allá de un listado de jugadores, a entender aspectos culturales y fenómenos históricos, a profundizar en la revolución de hábitos y costumbres que Islandia está silenciosamente llevando adelante. ¡Después no digan que no avisé!