JUAN MARÍA SEGURA

¿A quién c... le importan las legislativas?

Por Juan María Segura


Cuando Chuck Robbins predijo que para el año 2020 habría 26 mil millones de aparatos conectados a internet, todos lo tomaron muy en serio. El CEO mundial de Cisco Systems, seguramente con buenos argumentos e información, se había animado a dejar plasmada por escrito esta proyección nada menos que en el Global Information Technology Report 2016, reporte publicado en junio de 2016 en conjunto con el Foro Económico Mundial (WEF). Sin embargo, solo 6 meses más tarde y en la previa del inicio del Foro de Davos, organizado por el mismo WEF, ya se hablaba de 50 mil millones de aparatos conectados a internet para la misma fecha. Cuando en la historia presenciamos yerros predictivos de tal magnitud es porque, o bien el responsable obró con impericia y mal asesorado, (y debe dar cuenta de ello, eventualmente dando un paso al costado), o porque el entorno simplemente impide predecir, aún a las personas y organizaciones mejor informadas y asesoradas. Justamente esto último fue lo que respondió Sergey Brin, cofundador de Google y Alphabet, en una entrevista que le realizaron en el mismo Foro en enero pasado: “…No tomen mis predicciones muy en serio… hoy no tiene mucho sentido predecir, dada la transformación que está viviendo el planeta…’.

Las palabras de Brin, además de la credibilidad que le imprime que vengan de uno de los más grandes emprendedores de estos tiempos, tienen encerrada una verdad que puede ser aplicable a cualquier disciplina o campo de práctica profesional: en el actual entorno de transformación, no tiene tanto sentido revisar los modelos predictivos, sino desarrollar capacidades de experimentación y aprendizaje a escala. Brin y Page no lograron sus creaciones por haberlas imaginado con luminosidad y ejecutado con disciplina, sino porque reunieron a un grupo suficientemente grande de gente talentosa para crear un recorrido que nunca nadie antes había recorrido. Y mal no les fue. Y siguen inventado, aventurados.

Cada año resulta más evidente que la sociedad y sus líderes y directivos deben identificar nuevas formas de producción y distribución de bienestar y progreso en sus comunidades. En un entorno de tecnificación creciente, con información fluyendo en cantidades nunca antes vividas por la raza humana, experimentar debe convertirse en una suerte de nueva religión. Probar, equivocarse, sorprenderse, corregir, volver a probar, aprender, y así siempre, es lo que suele recibir la denominación de work in progress. Organizaciones como Google, Cisco y sus homónimas de cada país (en Argentina ya hay varias), así se forjaron al calor de la revolución de las TICs, y mucho tienen para enseñarnos. Vivimos en un world in progress, así que no queda más opción que amigarse con la idea, y ¡bailar! Y hacerlo bien, responsablemente.

Analizado desde esta perspectiva, el conflicto educativo de inicio de ciclo lectivo en la Argentina da un poco de pena. Pulsear por la coyuntura (mini micro coyuntura…) podrá tener algún impacto en los salarios o en las elecciones legislativas de octubre. Pero, vamos, ¿a quién carajo le importan las legislativas o los salarios de algunos militantes? O, dicho de otro modo, ¿cómo es posible que, en este momento de la historia, en donde la época nos desafía a pensar, hacer y acordar un nuevo sistema de instituciones y pactos, aceptemos como sociedad desgastarnos, poniendo energía y atención en eventos de tan poca transcendencia estratégica para el país?

Es cierto que la política es el arte de lo posible, y un equilibro entre lo que se anhela y aquello que la coyuntura impone. Pero, ¿acaso no hay espacio para mayor audacia de ideas en materia educativa? ¿Acaso no llegamos a tomar nota de que, en este contexto de cambio y transformación, somos la región del planeta que menos innova en materia educativa, y que peor dicta contenidos tanto del SXX (matemáticas) como del SXXI (creatividad)? Tengo la firme convicción de que, sin audacia, es improbable que emerja la tan reclamada revolución educativa, por más que nos llenemos la boca de ella. Entiendo que la audacia es una mala consejera de la prudencia (y que, en política, ¡la prudencia garpa!), pero también entiendo que, refugiados bajo el supuesto argumento de la prudencia, estamos postergado nuestra discusión más trascendental: ¿qué nuevo sistema educativo necesitamos para nuestros chicos?

De los tres discursos más comentados de apertura de las sesiones ordinarias del período legislativo de 2017 (Nación, CABA y BA), la única idea que, a mi juicio merece atención desde un punto de vista estratégico, fue la dicha por la Gobernadora Vidal cuando afirmó que “…el desafío central de la educación no es que los chicos estén ‘contenidos’ ni que los hagamos pasar de grado, sepan o no sepan… El desafío es que aprendan, el desafío es que se eduquen…”. Esta obviedad, en el actual contexto local, es una afirmación que posee una enorme y trascendental carga ideológica y una precisa dirección estratégica, que ningún otro político se había animado a enfrentar durante años con tanta claridad y firmeza. No es igual estudiar que no estudiar, no es igual aprender que no aprender.

La Gobernadora le está ofreciendo a la sociedad un lugar desde donde podríamos comenzar a reescribir leyes, normas, diseños y dinámicas que creemos pueden resultar funcionales al desafío de época. Vidal dedicó el 25% de su discurso a hablar de educación (vs el 8% de Macri y el 10% de Rodríguez Larreta) y lo hizo en un clima hostil y ruidoso frente al que no le tembló la voz. Por lo tanto, dio a entender que, lejos de los slogans bonitos y lugares comunes, entiende la transcendencia del área y el nudo del problema, y ha elegido un lugar desde donde comenzar: el principio, la ideología que embebe la normativa y que dificulta el funcionamiento de las escuelas.

La época nos convoca, los malos aprendizajes nos presionan, algunos docentes nos burlan (30% de ausentismo en la Provincia de Buenos Aires…), algunos líderes sindicales nos mal representan, algunos políticos nos mientes diciendo que el tema les importa, y muchos voluntarios nos avergüenzan un poquito (sobre voluntarismo, ingenuidad e hipocresía podríamos hablar largo rato). Mientras tanto, el tiempo pasa, y los pobres chicos (que incluye a los chicos pobres y los que no lo son) no aprenden y deambulan por la vida huérfanos de dirigentes responsables y audaces. Para ellos, Robbins y Brin son personajes como de ciencia ficción.

El verdadero desafío de época en materia educativa, más allá de las paritarias y las legislativas, comienza por patear el tablero. ¿Alguien se animará a hacerlo, siendo que todos comen del mismo plato?