JUAN MARÍA SEGURA

¿Educación a distancia o escolaridad distante?

Por Juan María Segura


Hace unos días me tocó compartir con líderes de la región algunas reflexiones sobre la situación que vive el sistema educativo en tiempos de pandemia. El tema era ‘Lecciones y desafíos de la educación a distancia’, y debíamos recorrer algunas de las aristas naturales que incluyen este tópico. Miles de personas siguieron con interés el intercambio, lo cual me trae a la reflexión si al hablar de distancia estamos utilizando bien el término, y si al referirnos a la educación a distancia todos estamos hablando de lo mismo.

Primero, arrancamos con los aprendizajes escolares. No hay dudas que la pandemia cogió al sistema educativo en falta, rindiendo mal (pruebas estandarizadas de OECD y UNESCO), gastando mucho (el gasto como % de PBI más elevando de la historia) y dando la espalda a la época (baja o nula incorporación de miles de recursos pedagógicos y didácticos gratuitos de la nube al proceso de enseñanza-aprendizaje). Este es un punto de partida crucial, no solo para juzgar cualquier acción que se lleve adelante durante la cuarentena, sino para diseñar futuras políticas y acciones reparadoras.

Consumada la tragedia de la pandemia y la adecuación del sistema a la nueva situación de aislamiento, encontramos a 3 actores tironeando en direcciones diferente. Primero, el sistema educativo intentando convocar hacia su ‘mandato’ curricular oficial. Segundo, los padres de los alumnos reclamando asistencia para colaborar en un hogar sobresaturado de tareas y demandas, convertido en territorio omnipresente de combate. Y, por último, el alumnado escolar, escondido en un rincón de su rutina sin normativa, en una zona franca, invisible para la escuela y escurridizo para sus padres, intentando estar en la red con sus pares. Un verdadero desencuentro, que cuanto más se extiende la cuarentena, más se acentúa. A este desencuentro como rasgo de la cuarentena, se suman la verificación de una discusión tenue sobre la autonomía del aprendiz (qué es y cómo se cultiva) y la ausencia de una agenda de trabajo sobre trayectorias personalizadas de aprendizaje, que es el verdadero aporte de la tecnología para la educación.

Luego se habló sobre conectividad como derecho universal y el rol del Estado. No pude evitar conectar pobreza, Estado y calidad de políticas públicas como marco del debate. La mención me llevó a dar precisiones sobre Estonia, ese país que apareció como un desgrane de la ex Unión Soviética, a principio de los 90’, con solo us$ 2.700 de PBI/habitante (versus una Argentina de ese momento de us$ 7 mil) y que logró multiplicar su bienestar más de 8 veces (us$ 24 mil PBI/habitante en 2019), cuando en nuestro país aumentamos menos de la mitad en el mismo período. Estonia incluyó en su nueva constitución el derecho universal del acceso a internet, gracias a lo cual logró crear un ecosistema virtuoso de educación, ciencia y empleo, mejorando el perfil del trabajador y aumentando la inserción del país en la economía del conocimiento. ¿Dónde creen que nace Skype, en el año 2003? Y ojo que lo hecho por Estonia, que tan bien mide en las pruebas PISA, no lo hicieron sus vecinos Letonia ni Lituania, razón por la cual el PBI/habitante del primero es entre 20 y 25% mayor a esos países, a pesar de que todos gastan el mismo % de PBI en educación.

Hablar de conectividad necesariamente nos obliga a hablar de pobreza, Estado y políticas públicas. El problema de nuestros países no es tanto la falta de recursos con que cuenta el Estado para hacer política, sino la mala utilización que realiza del dinero público, tanto para establecer y garantizar marcos de actuación, como para proveer servicios públicos de calidad a costos razonables. Así, no habrá nunca dinero que alcance, a pensar de las lecciones contundentes de los Estonia que cada época nos regala.

Hacia el final del encuentro, tuve la oportunidad de dar algunas recomendaciones, consejos o clarificaciones. Comencé por los datos. Para entusiasmarnos con la época y sus posibilidades, debemos hacer que los datos se transformen en un insumo de diseño de política pública. Es cierto que para que haya datos es necesaria la conectividad, pero los datos sueltos no dicen tanto. Solo si somos capaces de transformar los datos en información, luego en conocimiento, más adelante en descubrimientos y revelaciones, y finalmente en sabiduría, habremos recorrido el proceso al que nos invita la ciencia de los datos. Solo las datos convertidos en input de diseño pueden dar nacimiento a plataformas amigables, ágiles y pertinentes de educación a distancia. 

Estoy convencido que no estamos viviendo un proceso masivo de educación a distancia, sino un proceso forzado de escolaridad distante. Es cierto que esta experiencia educativa está mediada por tecnología, pero dicha organización se creó a partir de la prohibición de tocarnos, más que del deseo de hacer de la ubicuidad una virtud y de la nube una aliada inagotable de recursos. Es clave que comprendamos este punto, para no apresurarnos con conclusiones precipitadas.

Los gobiernos de la región cierran una década en donde han realizado una interpretación errónea del potencial de las tecnologías educativas. Tratando a estas tecnologías como ‘fierros’ o bienes, y no como vehículos, han invertido cifras ridículas en hardware, software y conectividad, con resultados muy magros para el sistema. De tanto que pensaron en bienes, terminaron manejando inventarios y stocks, sin desplegar los procesos y flujos que esas TICS podrían haber habilitado. Se podría haber evitado que una proporción muy significativa del alumnado de gestión estatal estuviese invisible durante el confinamiento, pero eso ya es historia.

Lo que aún no es historia es lo que discutamos sobre la educación a distancia, un sistema que aún está a la espera de un abordaje conceptual, metodológico y normativo nuevo. Es posible diseñar un sistema de educación a distancia de calidad, inteligente, flexible, integral, en donde puedan estudiar todos los alumnos de un país, con independencia de su proceder, edad y situación socioeconómica. Es necesario diseñarlo. Pero, para ello, necesitamos recolectar datos y transformarlos en insumos. Si no hacemos este proceso completo, lo mejor a lo que podemos aspirar es a habilitar plataformas y repositorios de contenidos digitales, que es lo que vimos hasta ahora.

No me resigno a que llamemos educación a distancia a este experimento de escolaridad distante forzada. En cuanto nos animemos a recolectar y analizar datos más elaborados de navegabilidad de nuestros alumnos, seguramente la luz comience a emerger. Es mandatorio poner este asunto en agenda pública.