JUAN MARÍA SEGURA

¿Se puede enseñar sin entusiasmo?

Por Juan Maria Segura


El consenso es amplio: en el debate sobre la innovación educativa o sobre la nueva educación, lo que sea que ello signifique, el docente juega un rol central y protagónico. A pesar de algunas teorías novedades y persuasivas que suponen lo contrario, y de evidencia científica reciente sobre aprendizaje activo que supone un rol más protagónico del aprendiz, los líderes gremiales, la corporación educadora y la política han logrado disciplinar un discurso unificado al respecto. El docente de la nueva sociedad del conocimiento y de la cultura digital es tan importante para el ‘sistema’ como lo fue en el pasado, y para ello solo hay que dotarlo de algunas competencias y habilidades nuevas. Suponiendo tu relevancia, vigencia y necesidad, diría el argumento, solo restaría reequiparlo. ¿Es realmente así? ¿Acaso no estamos dejando de mirar aspectos de su práctica que tal vez nos harían modificar nuestro parecer? ¿Se puede llegar a concluir lo que necesita un docente sin preguntarle?

Esa fue justamente la intención perseguida en el III Congreso de Educación y Desarrollo Económico, celebrado en junio pasado, al momento de indagar sobre la práctica docente. Siendo que más del 60% de los consultados había manifestado una actividad profesional vinculada a la educación, resultaba oportuno preguntarles directamente a ellos qué pensaban que tenían y de qué cosas carecían los docentes, específicamente aquellos del nivel universitario.

Para ello, se decidió evaluar e indagar 5 dimensiones o características diferentes: i) la pericia y responsabilidad (entendida como el grado de preparación e interés por mantenerse actualizados), ii) la motivación e interés (referida al entusiasmo con el cual ese docente realiza la tarea y despliega su práctica en el tiempo), iii) la sensibilidad (interpretada como la capacidad del docente para discurrir sobre las condiciones particulares y de contexto de cada alumno), iv) la justicia (llamada a clarificar sobre el nivel de preparación del docente para implantar un sistema meritocrático dentro del aula que ponga en diálogo íntimo al esfuerzo y los logros del aprendizaje), y v) la transparencia y honestidad (ideada para visualizar cuán capaz resulta el docente en la tarea de sostener un marco normativo claro y comprensible por igual para todos los participantes del proceso de enseñanza y aprendizaje).

Al sumar la totalidad de las respuestas, y a pesar del sesgo de la muestra, se percibe una ligera crítica a la condición docente. Si bien la respuesta normal es la que mayor cantidad de respuestas obtiene (47%), la diferencia entre las respuestas positivas (bastante: 19%; muy: 7%) y negativas (poco: 25%; nada: 2%) arroja un resultado neto negativo de -1%. 

Al abrir el análisis de las dimensiones analizadas, se percibe una crítica diferenciada, dependiendo del tipo de que se trate. Los resultados agregados de las malas evaluaciones totalizan solo un 19% en el caso de la transparencia y la honestidad (sumando nada + poco), pero alcanzan un 38% en el caso de la motivación e interés, con las otras tres dimensiones mostrando valores intermedios (24%, 26% y 30% respectivamente para pericia y responsabilidad, justicia y sensibilidad).

Al comparar las evaluaciones positivas y negativas, destaca la transparencia y honestidad, con un valor neto positivo de 15% (34% positiva versus 19% negativo), y contrasta con la motivación e interés, que arroja un valor neto negativo de -16% (22% positivo versus 38% negativo). Si recordamos que la motivación apunta a medir el nivel de entusiasmo con el cual el docente realiza la tarea, que sea la dimensión con peor evaluación resulta sumamente conflictivo, ya que puede poner en jaque al refinamiento del resto de las dimensiones. ¿Acaso se puede enseñar sin motivación y entusiasmo?

La labor docente inserta en un sistema universitario que recibe jóvenes con las falencias o carencias que produce el sistema escolar, que no innova y que además no prepara bien para el mundo del trabajo (todas conclusiones recogidas por la misma encuesta, y largamente analizadas en columnas anteriores), demanda por sobre todas las cosas entusiasmo, entrega y compromiso. El desafío del docente en la universidad, además de enseñar la materia, disciplina o contenido requerido, es entusiasmar a los alumnos con el mundo que se abre a sus pies una vez concluido ese ciclo educativo y formativo. Para ello, el docente debe sensibilizarse con el futuro y entusiasmarse con sus posibilidades, trasladando dicha actitud e interés a su tarea específica de enseñar. Seguramente, un docente más motivado e interesado encontrará buenas razones y mecanismos para comprometerse con su formación y actualización profesional, fortaleciendo la dimensión de la pericia y responsabilidad con la cual realiza su tarea.

Al realizar la apertura de las críticas por tipo de actividad, se verifica que la crítica sigue el mismo patrón que al analizar los resultados agregados, con todas las profesiones ubicando en una punta de la escala a la motivación e interés (la más criticada, con el 44% de respuestas negativas) y en la otra punta a la transparencia y honestidad (con solo el 20% de respuestas negativas). Sin embargo, aparece el dato novedoso de que la categoría de los profesionales independientes son los más críticos (38% de respuestas negativas), seguida por los empresarios y emprendedores (32%), luego la categoría de otros (27%) y, finalmente (como no podía ser de otra manera), la mirada más complaciente de docentes y educadores (25%).

Finalmente, en la apertura por franja etaria, y contrariamente a lo observado en los análisis anteriores, se observa una crítica y apreciación diferenciada, dependiendo de cada dimensión analizada. La franja de los más jóvenes es especialmente crítica con la dimensión de la transparencia y honestidad, con 24% de respuestas negativas, la franja de 40 a 49 años lo es con la dimensión de la sensibilidad (35%), aquellos entre 50 y 60 años lo son con la dimensión de la justicia (28%) y, finalmente, los más adultos (> de 60 años) son especialmente críticos con la pericia y responsabilidad (35%) y con la motivación e interés (45%).

Si aceptamos que las 5 dimensiones describen integralmente la acción del docente universitario en el tiempo dentro del aula, y si concluimos que motivación y entusiasmo es la dimensión que peor mide en todos los casos, mensaje que cobra más fuerza cuando proviene de las personas de mayor edad y experiencia, entonces vuelvo al punto de partida: ¿son estos los docentes con los que mejor se puede trabajar para reinventar la educación? ¿Es suficiente una estrategia que solo busca reequiparlos con algunas competencias? ¿Cómo supone uno que rinde en el quirófano un médico, en el juicio un abogado, en la calle un agente de tránsito, en la fábrica un trabajador, en el taller una costurera, en el fútbol el cinco, en el bar un mozo, en la mesa de entrada quien atiende al público, si realiza su tarea sin motivación ni entusiasmo? Yo pienso igual. Nada me hace suponer, entonces, que con el docente deba ocurrir algo distinto.

El mundo de la cuarta revolución industrial, las criptomonedas y la robótica demanda nuevas alianzas. Tenemos la oportunidad de vivir un proceso colectivo de aprendizaje sin precedentes en la historia de nuestro país. Co crear, eso que le demandamos a nuestros alumnos y jóvenes, es una capacidad que también está al alcance de nosotros, los adultos, y que requiere que nos amiguemos y entusiasmemos con la idea de reaprender, experimentar y animarnos a salir de nuestras zonas de confort. Pero para ello debemos saber con claridad con quienes podemos contar. En este contexto y frente a tamaño desafío, reequipar a los docentes con algún set particular de competencias parece una discusión de segundo orden en comparación con la tarea de que ellos, solos, recuperen el entusiasmo por el futuro. Los necesitamos como aliados, solo si ellos desean emprender el viaje.