JUAN MARÍA SEGURA

Analfabetos

Por Juan María Segura


La discusión sobre la problemática educativa en la Argentina continúa transitando un rumbo errante, con resultados en exámenes internacionales que nos hacen sonrojar y políticas públicas que no logran revertir los problemas más básicos de repitencia, sobre-edad y abandono escolar, además de los propios de aprendizaje. Nunca en nuestra historia la normativa fue más densa, el financiamiento más generoso y el sistema más permisivo, a pesar de lo cual los resultados no mejoran. Frente a este (¿transitorio?) fracaso, la mirada de toda sociedad está posada principalmente sobre los mismos aprendices, a quienes acusamos genéricamente de desinteresados, superficiales, desconcentrados, violentos e irrespetuosos, además de “burros”. Es como si concluyéramos que las cosas no salen mejor por culpa de ellos, a pesar de nuestros devotos esfuerzos.

Y con los adultos, ¿qué onda? Permítame ampliar la mirada.

Si una condición distingue a la especie humana es su capacidad para desarrollar sistemas de comunicación que dan forma y transforman su pensamiento. El lenguaje (no el idioma) habilita la conceptualización, la abstracción y la reflexión, y a través de él la especie humana aumenta sus posibilidades de dominar al medio que lo rodea y de beneficiarse de él.

Los animales también poseen sistemas de comunicación, aunque rudimentarios, limitados y estáticos, que a lo sumo alcanzan unas 50 combinaciones de sonidos y gestos. Por el contrario, el ser humano posee un sistema de comunicación generativo con infinidad de formas de combinación, lo que le permite componer, descomponer y reorganizar los significados y formatos a su antojo. El lenguaje del hombre es como una suerte de organismo viviente y dinámico que permanentemente crece, muta, evoluciona y se sofistica.

El autor Robert Logan presenta la evolución del lenguaje como una cadena secuencial continua, con el lenguaje oral apareciendo como primera forma de comunicación e información (el autor otorga estos dos sentidos al lenguaje), el escrito y el matemático luego, aparecidos alrededor del año 3.100 a.C., seguido por el científico aparecido alrededor del año 2.000 a.C., y luego el gran salto en el tiempo hacia el lenguaje computacional, hacia los 70’ del siglo XX, llegando finalmente al lenguaje de internet, surgido hacia principios del siglo XXI. Las consideraciones del autor lo llevaron a postular con firmeza que la educación debería estar básicamente preocupada por y ocupada en desarrollar las competencias necesarias para el uso de todas las formas de lenguaje disponibles en cada momento. O sea que, de acuerdo al autor, la aparición en los últimos cuarenta años de dos nuevas formas de lenguaje deberían ser absorbidas por e integradas al sistema de educación.

Si a la emergencia del nuevo lenguaje de internet (el más fragmentado y conversacional de los lenguajes escritos) le agregamos una componente generacional/etaria de intensidad en el uso, el panorama se transforma en… lo que vemos cada día en la escuela: una sociedad cruzada transversalmente por un grupo de nativos y alfabetos digitales que utilizan todo un conjunto de códigos y prácticas comunicacionales asociadas con este nuevo leguaje, que el resto de los integrantes adultos cercanos no comprenden. La escuela se ha poblado repentinamente de personas pequeñas que hablan un lenguaje con códigos indescifrables para sus docentes. Esta incomprensión está generando incomunicación, alejamiento y separación entre unos y otros, aun cuando compartan un techo mientras unos supuestamente enseñan y otros supuestamente aprenden.

Cuando el sistema escolar se popularizó, la humanidad solo disponía de los primeros cuatro lenguajes. Por lo tanto, si bien la escuela se diseñó para dar respuesta a un formato de sociedad industrial, supo integrar en sus currículas y prácticas de aula a los lenguajes oral, escrito, matemático y científico.

Frente a la emergencia del quinto lenguaje, el computacional, las adaptaciones realizadas en la escuela solo lograron dejar en evidencia que el sistema no había sido pensado para él. La respuesta fue “encerrarlo” en las salas de computación, a donde solo era posible acceder durante un rato y siempre bajo la estricta vigilancia de un docente o administrador. El resto del tiempo, ese lenguaje quedaba encerrado, aislado y en desuso. Los anticuerpos del sistema educativo reaccionaron adecuadamente y pudieron aislar esa suerte de ataque desestabilizador. Sin embargo, ello fue solo por un breve período de tiempo.

La emergencia del sexto lenguaje desarticuló por completo la estrategia anterior. Hoy ya no es posible encerrar al lenguaje de internet en alguna aula o salón particular, y vivir como si nada hubiese cambiado. La sociedad está atravesada transversalmente por esta nueva realidad, y los niños y adolescentes, con todos sus problemas y responsabilidades, son quienes demuestran el más elevado nivel de alfabetización en el uso de este lenguaje. Con equipos electrónicos cada vez más económicos, conectividad cada vez más potente, plataformas cada vez más amigables e interconectadas, e información disponible en formato digital en aumento, solo podemos proyectar que la intensidad del uso de este lenguaje aumente, y que la necesidad de dominarlo también.

Este análisis permite concluir que somos testigos de un hecho novedoso e inesperado: es la primera vez en la historia de la humanidad en la que nuestras instituciones de educación están siendo dirigidas por analfabetos. Al menos, en el uso de uno de esos seis lenguajes. Curiosamente, ese lenguaje es el que más usan los chicos a los cuales esos adultos deben enseñar.

Por lo tanto, los adultos en general, y los docentes y directivos de las instituciones de educación en particular, deben aceptar que internet y sus derivaciones no son una tecnología, sino una característica cultural de nuestros tiempos, con capacidad de impacto sociológico, antropológico y neurológico. Quienes den la espalda a esta realidad y no abracen la cultura digital, estarán optando deliberada y conscientemente por mantenerse analfabetos en el dominio del lenguaje de internet. Y, aun cuando mantengan sus cargos, puestos y responsabilidades, todo lo que propongan llevará el vicio o la mirada incompleta producto de esa ignorancia autoinfligida.

Es cierto que los que rinden mal en los exámenes, al final de cuentas, son los chicos. Pero, ¿estamos seguros que los estamos asistiendo de la manera adecuada? Por lo dicho antes, tengo mis dudas.