JUAN MARÍA SEGURA

Blended

Por Juan María Segura


Es curiosa la forma en la cual se van creando consensos con respecto al sistema educativo durante este novedoso tiempo de pandemia. Que nuestros docentes son heroicos trabajadores, que nuestras escuelas son irremplazables, que nuestras universidades tal otra cosa, que la tecnología no sirve para tanto, que la educación a distancia no es para todos. Consensos alimentados por declaraciones sin soportes empíricos ni evidencias, que solo intentan imponer la voluntad de algunos (o de muchos…) por sobre el rigor incuestionable de los datos. Nuestro deseo, y tal vez nuestra pereza, doblegando a la acción de arremangarnos para analizar las evidencias diarias de un experimento colectivo sin precedentes que ya lleva 5 meses de duración. Si somos lo que hacemos, y esto está condicionado por las agendas que nos autoimponemos, más allá de los datos, entonces estamos en problemas. Y después nos quejamos de que nuestros alumnos no aprendan de nosotros a hacer análisis crítico…

Hago esta pequeña introducción para enmarcar el nuevo consenso ‘de moda’: la educación que viene luego de la cuarentena será blended. Sic. ¿Qué significa? ¿Qué implicancia tendría? ¿Qué se debería hacer ahora para permitir que tal cosa exista? Veamos.

Si bien la palabra blend se traduce como mezcla o mixtura, y la educación es en sí misma una mezcla (de tecnologías, actores, creencias y saberes), hablar de educación blended en el contexto de la pandemia es hacer referencia a una educación que combina proporciones equivalentes de educación presencial y no presencial. La mixtura que la terminología supone, que también recibe el nombre de educación híbrida, hace referencia a dos situaciones y contextos de aprendizaje diferentes: uno en el cual los alumnos están reunidos físicamente en un mismo lugar (el aula, el salón de clase, la escuela), guiados por la tarea de un docente enseñador y abocados a un proceso de reflexión colectiva, de trabajo grupal, de diálogo y conversación y de intercambio de pareceres, y otro momento en el cual el alumno trabaja en forma más autónoma y alejada (hoy en su hogar, pero podría ser desde cualquier lugar en donde tenga condiciones de conectividad), más independiente, apoyado en su propia personalidad y guiado por sus propios intereses, explorando contenidos nuevos, buscando material, validando fuentes, creando individualmente, y reuniendo dudas y reflexiones para compartir con docente y compañeros en la instancia subsiguiente de presencialidad.

Si en escritos anteriores cuestioné la existencia actual de una experiencia masiva de educación a distancia, y llamé a redefinirla como una escolaridad distante forzada, de la misma manera creo que enfrentamos un problema equivalente con lo que creemos que es la educación blended o híbrida, o con cómo la estamos proyectando para cuanto este aislamiento concluya. Y no creo que sea solo un problema dialéctico terminológico, sino que nos puede llevar a conclusiones equivocadas (por ejemplo, que la educación a distancia no es para todos).

Como se podrá imaginar, la creación de internet en 1992 y la posterior configuración de la nube han permitido que la instancia de la no presencialidad educativa sean brutalmente fértil en términos de calidad de contenidos, y tremendamente democratizante en términos de acceso, desafiando tanto a la utilidad de la instancia de la presencialidad escolar, como a la cualidad del buen docente abrazador. Hoy la nube es en sí misma una mixtura de todos los contenidos que necesitamos, en todos los idiomas que requerimos, en una diversidad creciente de formatos amigables, de acceso mayoritariamente gratuito, desde fuentes de lo más diversas. Esa mixtura, que solo crece y se expande, con todo lo bueno y malo que ello supone, está al servicio de una revolución de aprendizajes que aún miramos con recelo, y contra la que el sistema educativo argumenta sin mucha convicción.

No piense que no comprendo el valor de la presencialidad. ¡Me encanta abrazar y lo hago siempre que puedo! Somos seres sociables, y nuestra propia evolución nos ha llevado a perseguir proyectos colectivos. Los disfrutamos tanto como lo llevamos en nuestro ADN. Nos gusta convivir, vivir con otros, crecer juntos, acometer proyectos que nos superan individualmente, celebrar logros colectivos. A lo largo de nuestra evolución vivimos juntos en cuevas, tribus, pueblos, ciudades, conglomerados urbanos, Naciones, existe un patrón vinculado con la presencialidad y la territorialidad del que no nos despegaremos, aún en tiempos de la nube, aún en tiempos de pandemia. Pero cuando hablamos del sistema educativo no estamos hablando del ADN del ser humano, sino de la calidad de los aprendizajes. Y eso lo cambia todo. Si cuando hablamos de educación blended, en realidad estamos haciendo referencia de la forma y progresión en la cual retomaremos una educación presencial, entonces me pregunto de qué estamos hablando de verdad.

Nuestro país y los de toda la región poseen sistemas escolares y educativos pensados desde y para la presencialidad. Todo está diseñado y concebido para que ocurra dentro del aula, con un docente al frente del proceso, y cuando esto no ocurre, todos intentan volver el timón a la senda de la presencialidad.

Si quedan dudas, basta con echar un vistazo a la resolución del Consejo Federal de Educación n° 364/20, publicada en julio de 2020, en donde se establecen el “protocolo marco y los lineamientos federales para el retorno a clases presenciales en la educación obligatoria y en los institutos superiores”. No solo se proveen 132 detalladas y exhaustivas indicaciones para recuperar la normalidad de la presencialidad, sino que además se aclara que estos lineamientos constituyen un piso mínimo de requerimientos para la apertura de instituciones educativas, a partir de los cuales cada jurisdicción podrá agregar criterios adicionales. A esta complejidad y obesidad protocolar, adicionalmente, se agrega una instancia novedosa de injerencia del Ministerio de Educación Nacional como agente autorizante de la restitución de la normalidad educativa presencial para cada jurisdicción, siempre sujeto a lo enunciado en la citada resolución o a lo que pueda variar en el futuro. O sea, sujeto a la arbitrariedad de la centralización gubernamental de la gestión de los aprendizajes.

¿Cuánto veo de blended en estos lineamientos y resoluciones? Poco. La educación híbrida supone un diálogo fructífero entre dos instancia valiosas y complementarias de aprendizaje, diferentes en diseño, concebidas para requerirse la una de la otra, explotadas al máximo de sus posibilidades mediante su iteración continua. Si lo máximo a lo que anhelamos es a retornar a las clases presenciales, al ritmo que sea, sujetos a decenas de consideraciones protocolares que irán variando con la evolución de la pandemia, entonces dudo que logremos en algún momento experimentar las virtudes y cosechar los frutos de una verdadera educación blended. Mientras nos gane la nostalgia, la añoranza de la educación del abrazo cuerpo a cuerpo y la presión de las corporaciones educativas, entonces lo que vendrá no será educación blended sino un retorno lento y errático a la educación presencial que teníamos antes de la cuarentena.

Que pena que no logremos divisar en esta pandemia la oportunidad de diseñar diferente, de apalancarnos en los infinitos, maravillosos, gratuitos recursos de la nube, de habilitar formatos o procesos alternativos de enseñanza y aprendizaje que sabemos que funcionan bien en otras parte del mundo. Que pena que pretendamos convencernos y convencer a otros de que lo único que podemos hacer es esperar con paciencia hasta que podamos volver a la educación presencial del abrazo. ¿Acaso no estamos practicando abrazarnos en nuestros propios hogares durante estos meses? De la escuela se pretende más, de los educadores otras elaboraciones, del gobierno mayor audacia.