JUAN MARÍA SEGURA

Carta para los padres de los chicos que toman las escuelas

Por Juan María Segura


Viendo la buena acogida que tuvo la carta que destiné a los chicos que continúan tomando las escuelas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, me pareció conveniente hacer lo propio, pero teniendo como destinatarios finales a los padres de esos jóvenes.

El espectáculo de las tomas de los colegios me resulta sintomático de un estado de confusión general, cuasi anómico, en el cual los adultos tenemos responsabilidades primarias e indelegables que no estamos ejerciendo como se debe. Aun cuando la reforma de la escuela secundaria que están proponiendo las autoridades educativas de CABA no les resulte simpática o atinada o suficientemente clara a muchos, se está proponiendo acorde a derecho, así que no veo nada objetable desde ese lado.

No me extraña que muchos jóvenes no puedan comprender plenamente la dimensión de la legalidad de la reforma y de la ilegalidad de su actitud torpe y equivocada de tomar los colegios, y por eso les dediqué unos consejos, más desde el lugar de un padre amoroso que desde el de un educador sabelotodo. Sin embargo, en los últimos días observé con preocupación que detrás de esos confundidos jóvenes hay un conjunto de adultos validando y fogoneando la acción, embanderando la causa de estos jovencitos con una falsa épica, y haciéndoles creer que mediante acciones de este tipo lograrán los cambios significativos que enderezarán el rumbo del sistema educativo, y les garantizarán un mejor futuro laboral para ellos. Un mamarracho. 

Como expliqué en la carta anterior, en estas pocas líneas no pretendo profundizar en las características de la reforma, ni tampoco extenderme en los problemas sistémicos que posee nuestro sistema educativo de CABA frente al cambio de época que el mundo está protagonizando. Si bien las tomas están atravesadas por ambas situaciones, pienso que esas líneas de argumentación han sido largamente desarrolladas por expertos, políticos y comunicadores en los últimos días, así que no las abordaré. Mi único objetivo aquí es hablarles directamente a los padres y madres de esos chicos. Yo también soy padre de hijos adolescentes, así que lidio diariamente como muchas de los intríngulis que aquí les compartiré.

Van, entonces, 5 consejos sencillos para los padres, madres y adultos responsables de los chicos y las chicas que están tomando las escuelas:

Primero, digan a sus hijos que el medio, la forma que han elegido para protestar está mal. No se hace. Es ilegal, genera violencia, y los acostumbra y amiga con la violencia y la ilegalidad. Los envicia. Háganles entender que el fin no justifica los medios, ¡jamás! Y menos aún en un estado de derecho. Uno no puede andar por la vida recurriendo a acciones extorsivas e intimidatorias como mecanismo de diálogo o negociación, aun cuando crea que eso da resultados. Y si sus hijos les dicen que gracias a haber tomado las escuelas finalmente los medios levantaron el tema y la ministra los recibió, insistan con el principio: el fin (discutir la reforma, o lo que sea) no justifica los medios (bloqueo de las escuelas). Aprovechen la situación para hablar de principios, valores y virtudes. Giren la discusión y llévenla al plano de la conformación de una cultura ciudadana, respetuosa, responsable. Operen allí, que seguro serán escuchados con atención. 

Segundo, aclaren a sus hijos que existen órganos e instancias en las cuales estas reformas, normas y leyes se acuerdan, y que, en ellas, por el momento, no está contemplada la voz y el voto de jóvenes y adolescentes. El sistema educativo argentino se gestiona y gobierna en forma concertada entre la Nación y las provincias, y son el Congreso de la Nación, el Consejo Federal de Educación, la Legislatura de CABA y la cartera educativa de la misma jurisdicción quienes deben dar forma a cualquier propuesta de modificación del sistema escolar de la Ciudad. Por supuesto que las autoridades pueden ser más o menos inteligentes y activas en su estrategia de comunicación y diálogo con otros actores, de adentro (docentes, alumnos, líderes sindicales, padres) o afuera del sistema (ONGs, empresas, Iglesia), pero ello no altera el principio y derecho. Es importante que ustedes sean enfáticos en este tema: sus hijos están reclamando un lugar inexistente en el debate. Ellos quedan mal, porque demuestra desconocimiento, y ustedes quedan mal, porque no los protegen.

Tercero, ¡eviten la tentación de ir a los medios! No es ese el ámbito o espacio desde donde pueden hacer su mayor aporte, no tengan dudas. En general, los programas de televisión se alimentan del rating que otorga el conflicto, el desencuentro, la riña y la primicia. En ellos hay muy poco espacio para la escucha, la reflexión, la contemplación, la profundización de los temas y la armonización de miradas, así que poco pueden esperar de su participación en esos programas. ¿Para que van entonces? No se ubiquen en el lugar equivocado, solo por cuestiones de ego, deseo de popularidad o protagonismo, o simple curiosidad. Resistan la tentación.

Cuarto, no críen ni militantes políticos ni soldaditos de sus propias causas, sino ciudadanos librepensadores respetuosos de las instituciones, apegados al derecho y a las leyes, comprometidos con la paz social y sensibles con el prójimo. Pavada de desafío, ¿no? Pero esa es la tarea primaria e indelegable que tenemos todos para con nuestros hijos. Ni abandonarlos a su suerte hasta tanto tengan la madurez, formación y personalidad suficientemente armada, ni manipularles su energía juvenil en la dirección de nuestras propias frustraciones y disputas. No los llenen de nuestros vicios, ni los envenenen con nuestros odios. La juventud es el tesoro más preciado que tiene nuestro país, y no la estamos cuidando como se merece. 

Y, por último, sean un buen ejemplo y una buena referencia para ellos. Que sus hijos vean en ustedes modelos ejemplares de conducta y coherencia. No teman en obrar como adultos, serenos, firmes, respetuosos, pero bien plantados en el rol. Avalar lo que hacen sus hijos no es respetarnos, sino abandonarlos a su juventud, inmadurez, torpeza. Ellos necesitan buenas guías, no padres “compinches”.

El otro día vi un programa de televisión en donde le preguntaban a un joven cuánto era el 50% de 1.000. Luego de pensar un rato dijo: “Las matemáticas no son mi fuerte”. El animador, para ayudarlo, bajó la apuesta y le preguntó cuánto era 2 x 3. “¡9!”, dijo con convicción. ¿Acaso eso quieren los padres de sus hijos? En su empresa, quiosco, taller, fábrica, organización, ¿ustedes contratarían a un joven que no sabe siquiera la tabla del 2? La respuesta es obvia: no contratarían ni a su propio hijo. Pues hacía allí están yendo sus hijos tomadores. Creyendo que están cambiando el mundo y jugando a ser grandes, están condenándose ellos mismos a los trabajos menos calificados y peores pagos que la sociedad tendrá para ofrecerles cuando sean adultos. ¡Extrañarán las pasantías de la escuela, en donde al menos alguien los tenía en cuenta! Y lo están haciendo con la entera complicidad y total pasividad de ustedes, sus padres compinches. Si el día de mañana ven que a sus hijos solo les ofrecen trabajos mal calificados, mal pagos, inestables, temporarios, sientan parte de la culpa, porque la tienen. A menos que ustedes decidan obrar ahora, ponerse los pantalones, actuar con ejemplaridad, y convertirse en una buena guía para ellos.

¡Vamos, padres, están a tiempo! Sus hijos los necesitan. Se lo agradecerán.