Por Juan María Segura
Días pasados participé de una mesa-debate, virtual por supuesto, en donde debíamos imaginar la educación del futuro. Compartí el espacio y desafío con otro colega y, en turnos, nos volcamos a tratar de imaginar (o tal vez anhelar) un sistema educativo futuro virtuoso, fértil, esperanzador. Argumentamos, compartimos estadísticas, experiencias personales y temores, mezclando todo en una gran cacerola exudante de pasión. Finalizado el encuentro, sin embargo, quedó dando vueltas la sensación de que se habían presentado dos visiones tan diferentes de la educación, que enfrentarlas había sido casi una decisión errónea del diseño del evento. Creo conveniente, por lo tanto, clarificar algunos aspectos de la visión que volqué en ese debate.
Más tecnológico no significa menos humano. Es un falsa acusación que nos hacen a quienes alertamos sobre el nuevo mundo omnipresente de la cultura digital, decir que estamos pretendiendo favorecer la deshumanización de la educación. Si somos capaces de reflexionar con serenidad, en seguida notamos que la tecnología bien aplicada, a la educación o a la actividad que sea, ahora o en cualquier momento de la historia, libera tiempo humano y, por lo tanto, es humanizante y emancipadora. Estamos obligados a diseñar herramientas y sistemas, y a acordar convenciones que sean respetuosas de ese tiempo que tanto valoramos, que tanto deseamos conquistar. Y si en el proceso de descubrir esos nuevos arreglos debemos reorganizar prácticas, recursos y hábitos anteriores, no deberíamos sentir temor, aun cuando debamos desmantelar nuestras zonas de confort. Las tecnologías actuales nos permiten rediseñar de una manera radical nuestras prácticas educativas, que fueron pensadas en otra época para resolver otros problemas. Tal vez estemos a solo un diseño de ganarle un 30% a nuestras rutinas, a nuestras vidas. ¿Acaso alguien se negaría a aceptar este regalo, que puede surgir de nuevos diseños? ¿Se imagina lo que podríamos hacer con todo ese tiempo extra, con tanto tiempo libre?
Mas personalizado no significa menos colectivo. El modelo de enseñanza ‘seño-seño’, en donde todos alzan la mano, pero muy pocos pueden participar, pierde mucha información en el camino. La personalización de los aprendizajes, gracias a billones de pantallas táctiles que saturan nuestros entornos, nos regala la posibilidad de capturar una parte importante de esa información, sin que ello signifique que seamos individualista, egoístas o antisociables. Personalizar aprendizajes significa conocer más e inferir menos. Un boletín tradicional de notas dice muy, muy poco de nuestros alumnos, de esas manos que quedan colgadas en el aire sin poder expresarse, de esos cientos de rincones de la personalidad de cada niño y niña que quedan sin captura de información. Personalizar significa ingresar en el exuberante y complejo mundo del conocimiento de cada uno por encima de las cohortes, de los exámenes estandarizados y de la rigidez curricular. Personalizar significa interesarse por cada alumno, para a partir de allí potenciarlo hacia un proyecto colectivo.
Más flexible no significa menos exigente. Solemos confundir flexibilidad con ablandamiento, y este con falta de esfuerzo. Es curioso el artilugio argumentativo que se pretende ofrecer para justificar por qué los alumnos actualmente se aburren con la mayoría de las propuestas educativas institucionales. Vagos, blandos, inconstantes, son adjetivos usualmente utilizados para etiquetar a una generación que lo único que pide es que la ayuden a aprovechar los recursos del mundo y de esta época de una manera más inteligente y más amigable con el medio ambiente. ¿Acaso es tan difícil de interpretar un pedido tan franco? La exigencia que nace del esfuerzo es fruto principal de un motor interno, de un fuego propio que cada uno posee en potencia, y que el sistema educativo debe avivar. La aparatología de inspectores, controles y castigos ya no posee sostén científico para potenciar un proyecto educativo, ni siquiera para apuntalar esa escuela de la presencialidad que tanto añoramos durante la pandemia.
Más atento a la voz del alumno no significa menos atento a la voz del docente. Es notable que sigamos cuestionando que si le damos la voz al alumno, el resto de los voces del proceso educativo se opacarán. Un argumento no lleva al otro, al menos no lo hace automáticamente. No estamos frente a un juego de suma cero, así que hay que relajarse y aprender a escuchar más. Solo eso, escuchar más. Tal vez por ello Sugata Mitra desarrolló ya hace 15 años su teoría de los aprendizajes mínimamente intervenidos, animando a los docentes a escuchar más e intervenir menos. El docente del sistema del futuro debe reconstruir su rol, y en ese nuevo rol debe aprender a capturar más información, en parte a través de la escucha a un alumnado más empoderado, y a utilizarla como input de diseño para la etapa siguiente.
Y, finalmente, más consciencia de futuro no significa menos consciencia del pasado. Que pena sentir que se trata de una pulseada, y que si gana el futuro, pierde el pasado. ¿Dónde está escrito que nada del pasado sea útil para el futuro, o viceversa? ¿Cuál sería el curioso argumento que podría sostener una u otra afirmación? El pasado es un tiempo de experiencias, de historias, de datos, de registros, de referencias entremezcladas con nuestras propias historias y emociones, personales y colectivas. El pasado es una parte de quienes somos nosotros, siempre, en cualquier lugar del mundo, desde cualquier condición o profesión. En futuro, por el contrario, es pura especulación, es aventura, es incertidumbre, es ficción de la buena. Jamás la aventura hacia el futuro ha ocurrido huérfana de pasado, así que no veo por qué motivo debemos forzar ese concepto ahora.
El afán por ganar el aprecio de los colegas no debe llevarnos a montar escenificaciones innecesarias, rivalidades inexistentes, contrastes que no lo son tanto. Es demasiado importante lo que tenemos en juego, es mucho lo que niños y niñas dejan de aprender mientras los adultos jugamos a ver quién tiene la razón. Confrontar visiones de la educación del futuro que trabajan mejor juntas que separadas no sirve a nadie. Debemos abandonar el modo versus, el modo pulseada, el modo rivalidad, el juego de suma cero, que solo nos lleva a tomar distancia de piezas, actores y argumentos necesarios para emprender la aventura del futuro.
El sistema educativo del futuro, estoy convencido, nos necesita a todos. Pero nos necesita unidos, enfocados, coordinados. Encontremos juntos la mejor argumentación, la que mejor dialogue con la época, la que mejor provecho saque del pasado, la que potencie los diálogos de la mejor manera, y construyamos desde allí. Sin soberbias, sin celos, sin rencores, sin miedos, poniendo a los niños y las niñas en el centro de ese nuevo diseño.