JUAN MARÍA SEGURA

Evaluando 2020

Por Juan María Segura


Cada semana que pasa, el ciclo escolar 2020 pierde impronta y relevancia, mientras que el ciclo siguiente gana cuerpo y protagonismo. Aun cuando sigamos rivalizando argumentos sobre lo que haremos en las próximas 72 horas, aun cuando sintamos que nuestras propias militancias e ideas fijas alteran la balanza de la experiencia de este año fallido, lo cierto es que el paso del tiempo va realizando su propio proceso de cierre, y con él también se esfuman las posibilidades de reparar, aunque sea en parte, todas las piezas rotas y todos los circuitos interrumpidos de este experimento de escolaridad distante forzada.

Sin duda transitamos un año atípico, en el que el agua nos tapó, y solo atinamos a ir saltando de baldosa en baldosa, con la esperanza de, al menos de esa manera, cruzar de orilla. Cada baldosa (la de la repitencia, la de la conectividad, la de los protocolos, la del abandono, la de los aprendizajes, la de la presencialidad, la de los semáforos sanitarios, en esa secuencia), tuvo su momento de apogeo en el calendario escolar y su elaboración argumentativa, y fue acompaña por un debate público opaco, poco virtuoso, siendo solo útil para saltar a la baldosa siguiente, mientras el reloj seguía corriendo.

Ahora toca el turno de un nuevo debate, que seguramente también será breve y poco estimulante, que es el de las evaluaciones de fin de año. Toca cerrar notas, cerrar trimestres, cerrar boletines, cerrar y marcharse a mudar. Toca, por lo tanto, preguntarse si tiene sentido evaluar. ¿Debemos evaluar este proceso? Ya sabemos que el Operativo Aprender 2020 no se realizó, así que el sistema como tal no nos ofrecerá un termómetro como ocurrió en los años anteriores. Pero el docente, ¿debe evaluar, más allá de la nota? ¿Es útil de alguna manera? ¿Es necesario para alguien? En caso afirmativo, ¿qué evaluar, a quiénes, para qué, de qué manera? A continuación, algunos consejos.

En primer lugar, es importante abandonar la intención de evaluar la memorización de los contenidos. H. Gardner suele recriminarle al sistema educativo que nunca se ha comprometido con el aprendizaje de la comprensión profunda, y que solo se ha conformado con la representación de formas memorísticas de repetición. A este reclamo, que ya regía para la escuela de la presencialidad plena pre-pandemia, se suma la imposibilidad del control a la distancia. Para los alumnos que siguen conectados con el sistema, que sin duda no son todos, la evaluación que no es a libro abierto (léase, con acceso a todos los recursos que ofrece la nube) les resulta una sonsera, que definitivamente no los desafía ni estimula.

En segundo lugar, se debe reconsiderar la estrategia de medir los aprendizajes a través de producciones escritas. La revolución de la digitalización de los contenidos incluye a todo tipo de texto escrito, incluidas las ‘pruebas’. Suponer que los alumnos no recurrirán a los resultados digitales de esos exámenes ya resueltos, es no comprender la época. Si deseamos que los alumnos sean buenos investigadores de contenidos en la web, dudo que podamos anular esa competencia amenazándolos con sanciones que nunca llegarán. En vez de ello, sugiero tomar exámenes orales en línea en donde los alumnos deban desarrollar, contextualizar, demostrar no solo idoneidad sobre el tema evaluado, sino también buen criterio de análisis y capacidad de expresión oral. ¡No todo en la vida se expresa a través de emojis!

En tercer lugar, también es importante evaluar producciones individuales y no grupales. Si bien el trabajo en equipo es una de las principales competencias que se busca estimular en el mundo de la producción colaborativa, lo cierto es que este hábito, para poder ser evaluado con criterio y justicia, debe desprenderse con naturalidad de la propuesta pedagógica escolar experimentada previamente. Cuando la escuela no posee una pedagogía que estimula el trabajo en equipo, en la práctica, las evaluaciones grupales son solo el trabajo producido por alguno de los integrantes de ese supuesto equipo evaluado, y eso no sirve a nadie.

En cuarto lugar, la escuela debe evitar evaluar aquello que estaba previsto que se evalúe en esta época del año cuando se planificó todo el año allá por febrero. Ya se sabe que el año escolar no funcionó, que la progresión de la enseñanza de los contenidos no se cumplió, y que los alumnos llegaron a estos meses finales del año con los cuadernillos y las carpetas a medio llenar, con el ánimo por el piso y con las emociones explotadas. No tiene sentido forzar un simulacro evaluatorio alejado de la vivencia experimentada durante estos meses áridos de aprendizajes. En reemplazo, se deben establecer evaluaciones diferenciales relacionadas con las situaciones de cada subgrupo de alumnos, permitiendo que el proceso sea un verdadero diálogo entre lo enseñado y lo aprendido, ajustado por la imposibilidad de la escuela de desplegar su propuesta presencial.

Finalmente, por último, creo necesario evaluar la experiencia de todo el año, aun cuando varios de esos contenidos hayan sido aprobados en trimestres anteriores. Sin dudas este es un año particular, y debe ser abordado de una manera diferente, única. Ya que las metas de aprendizaje resultaron incumplidas en términos generales, los alumnos deben ser provocados y exigidos al extremo de poder analizar holísticamente la experiencia disciplinar propuesta por cada parte del cajón curricular. Al menos deben hacer el esfuerzo de crear una argumentación al respecto, que se manifestará de una forma particular y única dependiendo de la experiencia recorrida por cada alumno.

Así sí creo que tiene sentido evaluar, y a todos: exámenes orales, individuales, en línea, a libro abierto, en formato de conversación, en donde se deba y pueda hablar de los contenidos de todo el año. Claro que el propósito de esta estrategia no sería decidir si los alumnos pasan o no pasan de grado, pues ello aparentemente ya se decidió hace muchos meses a favor de que todos promocionen, con independencia de sus saberes y dominios. El objetivo, en este caso, apuntaría a establecer una topografía lo más precisa posible de lo que se recibirá el año próximo cuando el reloj del ciclo escolar 2021 comienza de rodar.

Cada semana que pasa, debemos hacer menos por este año, y más por 2021. Si es así, entonces el proceso de evaluar la experiencia escolar del 2020 debería reinterpretarse como el primer paso del ciclo por comenzar.